No importa mucho la constitución de una mesa política si uno de los actores de peso quiere bajarle el precio y obstaculizar la toma de decisiones. Es un clásico del ámbito. Para obligar a alguien a que acepte en la práctica las decisiones de una mesa se debe poder hacer alguna de las siguientes acciones:
1- Seducirlo o persuadirlo de la conveniencia para sí mismo;
2- Hacerle pagar costos evitando que acceda a ciertos beneficios políticos;
3- Quitarle resortes para que ejerza su poder;
4- y/o obturar su poder de fuego.
La primera forma no parece ser la opción del cristinismo, si uno se atiene a las declaraciones de la dupla Máximo-Larroque en esta misma semana, además de que en general no es el estilo de la jefa y sus soldados.
La segunda forma parte de una negociación clásica: si no hacés así, no te doy lo que querés. El problema se presenta cuando el actor al que se quiere condicionar no tiene ninguna gran aspiración real –porque puede tener varias ficticias- o en su percepción no tiene nada que lo pueda perjudicar realmente –por ejemplo, que le inicien una investigación judicial por actos de su administración. En este caso uno se debería preguntar si realmente Alberto quiere ser candidato a presidente nuevamente, o es solo para dar gestos de sobrevivencia política y simplemente complicar al cristinismo. Entonces el mandatario solo querría ejercer su capacidad de daño.
La tercera forma es muy complicada, ya que salvo que se desee entrar en una crisis institucional, Alberto será presidente hasta el final de su mandato. Pero no se debe olvidar que también es el presidente del PJ: aquí lo que cabría es que se reúna el consejo nacional y lo desbanque. Sería un gesto político fuerte, pero al menos le quitarían la lapicera en ese ámbito.
La cuarta puede tener que ver con el sentido de la mesa política, presionando a Alberto para que no tome decisiones políticas inconsultas –ya que cualquier decisión de gestión forma parte automáticamente de la campaña, se quiera o no- o que los funcionarios que responden a CFK no implementen medidas que decida el primer mandatario.
Decir que la mesa –que le venían pidiendo al presidente hace mucho- es electoral y no fiscalizadora de la gestión, es de una gran ingenuidad, ya que cuando un grupo político entre en operaciones naturalmente intentará meter mano en todos los aspectos que pudiesen influir sobre la voluntad popular, ya sea frenando un aumento de tarifas, extendiendo un subsidio, etc.
De modo que, en el mismo momento en que los actores se sienten a la mesa habrá alguien que planteará su desacuerdo con alguna cuestión de la administración. Los encuentros no serán solo para analizar encuestas, slogans, afiches, spots, líneas de discurso, el manejo de redes o las listas de candidatos.
La parte estratégica –si es que efectivamente en esa mesa se toma alguna decisión- pasará al menos por tres puntos centrales:
1- ¿Creen que pueden ganar o solo atinarán a perder por lo menos posible?
2- Si se pierde, ¿habrá algún interés en ser moderado en la campaña, o solo habrá interés en expresar la pureza ideológica? (morir con las botas puestas)
3- Si se pierde, ¿se podrá mantener el rumbo de racionalidad macroeconómica (ojo con las advertencias que hizo esta semana el FMI) fijado por Massa, o “quememos las naves, total perdemos igual y que la fiesta la pague el que venga”?
De más está decir que, si existe alguna posibilidad de ganar, incrementará la disciplina hacia una estrategia de cuidar los votos moderados, ya que “no sobrará nada”. ¿Es cierto que Cristina hace mucho cree que no se podrá ganar debido al ajuste de Guzmán? Las derrotas no tienen una sola causa: lo económico sin duda pesa, pero los problemas del oficialismo son más complejos que bajar la inflación.
La mesa oficialista tiene además otras cuestiones: ¿solo está pensada para poner en caja a Alberto, o es para marcar el predominio de La Cámpora sobre el resto de los actores del Frente? ¿Por qué no fueron varios barones del conurbano a la reunión de Merlo? ¿los gobernadores dónde y cuándo opinarán? ¿Y la CGT y los movimientos sociales? En definitiva, tener una mesa es mejor que no tenerla, pero de ahí a creer que la misma traerá beneficios, es muy relativo. En la historia universal hubo millones de mesas que se fueron quedando sin patas por el camino dado que nadie logró articular a los actores de manera virtuosa.
Mientras que el oficialismo está enfrascado en una tarea de carpintería, el emir de Cumelén concedió una nueva foto familiar, en esta ocasión a Horacio Rodríguez Larreta y pareja, tal como ya había hecho con Bullrich y esposo. Pero claro, las fotos que trascendieron son bien diferentes. Mientras que la presidenta del PRO y marido lucieron con el matrimonio Macri con fondo verde agreste posando a cámara, la del jefe de Gobierno es un retrato de los 4 comensales en fin de cena, dialogando risueñamente en un reservado con cava repleta de vinos. ¿Quién habrá decidido cada foto? ¿Cada precandidato? ¿Quién sale ganando con tales escenografías?
Pre encuentro de parejas, el alcalde porteño estuvo por el sur difundiendo imágenes idílicas y románticas, y antes de eso estuvo aprendiendo surf y haciendo panchos en la costa bonaerense. Cualquier operación simbólica en la opinión pública es delicada, ya que debe computar que se enfrenta a un electorado advertido/entrenado en el marketing político. Es decir, los actos deben ser decodificados como genuinos. Por eso, “humanizarse” no se puede hacer de cualquier manera, sino que debe ser con gestos que suenen auténticos para cada personaje en cuestión. Lo que puede ser bueno para Patricia, no necesariamente lo será para Horacio, y viceversa.
El habitante más notable de la Puerta de Hierro patagónica sigue deshojando la margarita. Ninguno de sus visitantes se va con alguna certeza respecto a si será o no candidato presidencial. Varios creen que post Qatar está más cerca del sí que del no. ¿Vio allá algo que le gustó (a diferencia de Reutemann…)?
(*) Consultor político especialista en opinión pública, campañas electorales y comunicación. Ha participado en campañas electorales en Argentina y Latinoamérica. Premio Aristóteles a la Excelencia 2010.