Lo que pasó en la Basílica de Luján fue una vergüenza. Ya no pueden respetar ni la iglesia, un lugar de recogimiento espiritual, y en este caso el templo que se consagra a la patrona de la Argentina, que no es la vicepresidenta sino Nuestra Señora de Luján. La verdad que hay que aclararlo por la magnitud del atropello. Lo que vimos fue una pantomima de llamado a la paz y al diálogo.
El kirchnerismo ha cruzado tal límite hacia el sectarismo, que no sólo usan un hecho gravísimo como el intento de magnicidio para atacar a sus opositores, sino que además convierten todo supuesto intento de diálogo o pacificación en emboscadas, trampas o farsas. Farsas donde esperan agazapados para jugar a traición.
El eventual agradecimiento porque su líder se salvó de un ataque fatal definitivamente no condice con lo que vimos en Luján. Lo que pasó en Luján fue profanatorio.
La idea de propiciar la veneración de la vicepresidenta -que la señora claramente no ha desalentado, sino que por momentos parece propiciar-, se intensificó desde que el fiscal Luciani la acusó por corrupción. Allí la estrategia parecía ser mostrar la cercanía popular como desafío a la acción de la Justicia con el cantito de fondo: “Si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar”. Ese marco terminó desnudando con el ataque, no sólo la pésima falta de profesionalismo de la seguridad oficial, sino la existencia de una fuerza de seguridad paralela integrada por fortachones que, según varias investigaciones periodísticas, incluyen barras y militantes, aparentemente dirigida por La Cámpora.
El punto es que todo lo que pasó después del ataque muestra que, lejos de buscar diálogo o paz, buscan acusar de “odiador” al que los critica e imponerse en lo que sea por la fuerza. La unidad nacional es “si hacés lo que yo digo” y la paz social, “si pensás como yo quiero”.
Habría habido denodados intentos de sumar a la oposición a la misa en Luján. Una misa para agradecer que la vicepresidenta salió ilesa, mientras poco les importa lo que pasó realmente en el atentado, es al menos poco creíble. Además, profundiza la utilización política de carácter autocelebratorio y, como vimos, contrario a toda sobriedad, tal como se expresó en los momentos de real consternación.
Lo que pasó en Luján muestra hasta qué punto tienen cambiado el centro de gravedad de la acción política. Porque la facción que gobierna y casi todo el peronismo parecen tener dedicación plena a una sola cosa. El peronismo se ha convertido en un coro de defensores de Cristina Fernández, como si no pasara más nada a la vuelta. Parecen no registrar que dejan afuera una crisis descomunal y las consecuencias del ajuste que ellos mismos están haciendo.
Son el gobierno que no le abre las puertas a las familias con discapacitados que llegan a los umbrales de la Casa Rosada en medio del frío por los recortes a sus prestaciones. Pero van a misa. Ya no guardan ni las formas de la sensibilidad. Así de extrapolados de la realidad están.
La misa convertida en pogo de Luján, la profanación de la politiquería en un lugar de la fe, es el símbolo de una facción que ha perdido toda noción de proporciones, que está ensimismada en endiosar a su líder, mientras no le da respuestas a una ciudadanía que atraviesa una crisis colosal. En su dimensión paralela de la realidad, son ellos mismos los que producen la falta de credulidad que rompe el termómetro de las encuestas.
Están en otro mundo. Eso es lo que transmiten. ¿Cómo puede creerles la oposición política, si cada instancia de supuesto diálogo termina en una emboscada o en un atropello?
Y caben muchas explicaciones por parte de la Iglesia, que ahora busca tomar distancia, pero que también ha quedado partidizada, o al menos incapaz de anticipar que sin presencias de amplios sectores iban a aportar más a un acto político que al sentir comunitario propio de un templo. Que los actos que expresan unidad, tienen que tener un trasfondo real en el corazón de las personas, no ser una cáscara hueca o una exhibición de sometimiento del otro. Que la construcción del diálogo requiere justamente de ejemplos que son todo lo contrario a lo que vimos.
¿Cómo producir un clima de diálogo? Por empezar respetando las instituciones que todo el tiempo parecen querer llevarse por delante. La verdadera cara de los llamados a la paz social tiene en realidad la formulación bestial del senador Mayans, que viene del feudo formoseño, donde hay un amo y señor. “¿Queremos paz social? Paremos el juicio de Vialidad”. Ese es el diálogo que ofrece el Gobierno. Cargarse el Poder Judicial.
Ahora quieren meter en la bolsa de la extorsión violenta por impunidad, el intento de ataque a la vicepresidenta, y con lo de Lujan llegaron demasiado lejos. Convirtieron un ritual de fe en un escenario de superchería política. El sitio que debería preservar la neutralidad para el encuentro fue convertido en una unidad básica. Pero, además, pisotear un espacio de fe es una ofensa a todo el que profesa esa fe.
La Iglesia deberá explicar y reflexionar sobre por qué permitió esta falta de respeto. Todo ocurrió en la misma Arquidiócesis donde José Lopez revoleó bolsos en un convento. En fin. Sobre el partido que gobierna sólo cabe preguntarse si no se dan cuenta del espectáculo que están ofreciendo. La hipocresía de llamar al diálogo mientras le dicen “odiador” al que convocan ya es lo de menos. Se mostraron sin ningún tipo de decoro en un lugar de Dios. Como si “poder político” fuera faltarle el respeto a todo y a todos.