Días pasados apareció en la prensa un informe de las consultoras GOP y Trespuntozero. Las conclusiones me impactaron, pero no me sorprendieron. No se trataba de una encuesta (de las que abundan) donde aparecen valoraciones de futuros candidatos. El informe en cuestión arrojaba los resultados de grupos focales consultados acerca de sus emociones respecto de la situación en Argentina. La palabra más mencionada en la encuesta era “tristeza”. La Argentina está dominada por la tristeza y lo encuentro absolutamente lógico.
Asimismo, durante la semana presté atención a varios posteos en las redes sociales en las que se veía a padres tristes despidiendo a sus hijos, que decidieron emigrar de Argentina para tratar de construir su futuro en un “país normal”. Se trata de gente que muestra su desazón por dejar de tener a sus hijos cerca y, al mismo tiempo, su alivio porque puedan tener un futuro fuera de la máquina de despedazar sueños que es la Argentina. Son personas que no ven que haya futuro ni arreglo para un país que empeora semana a semana.
Es tristeza y no indignación. La indignación puede producir hechos como la revolución de las mujeres en Irán que, hartas de no tener derechos, enfrentan a una dictadura religiosa jugándose la vida. La tristeza, por el contrario, produce inmovilidad. Es ese sentimiento que aparece cuando te roban el futuro y el poder se burla de esa desazón.
Hay tristeza con el hambre, la pobreza, la inseguridad, la inflación que destroza las economías familiares, los jóvenes que se van y las separaciones de las familias y de los amigos. Hay tristeza, también, al sentirse muy lejos de la idea de futuro que se habían imaginado en el país.
Frente a tan desolador panorama, el poder sigue comportándose igual. No registran la catástrofe y solamente diseñan estrategias para seguir al mando y continuar usufructuando dinero público. No existe ni una sola señal de que se pongan en el lugar de la gente que la está pasando mal. No tienen registro de que la tristeza que impera en la Argentina es por culpa de ellos. Tampoco tienen el mínimo cuidado por no insultar a los ciudadanos tocando fibras simbólicas.
Esta semana se nombró un nueva ministra de la Mujer. No voy a detenerme en la existencia de un ministerio que gasta dinero en mantener discursos de sectas mientras un 40% de los argentinos son pobres. Tampoco en la importancia de quien sea ministra: la idiotez y las taras sectarias de la anterior (Elisabeth Gómez Alcorta) serán las mismas que las de la nueva ministra (Ayelén Mazzina). No harán nada por las mujeres que tienen problemas, no tendrán interés alguno en las madres que sufren porque sus familias se desarman. Lo simbólico es que la nueva ministra, que ocupaba un cargo similar en San Luis cuando Magalí Morales fue asesinada durante la infectadura. Fue una más de las que mostró complicidad con el silencio monstruoso de los caudillos del PJ frente a las brutalidades que se cometieron en la cuarentena medieval argentina.
Ponen de ministra de la Mujer a alguien que hizo silencio cómplice ante el asesinato de una mujer. Celeste Morales, la hermana de Magalí, le dijo varias cosas a la nueva ministra, entre ellas: “No entiendo por qué la poca empatía con el caso cuando estabas en la provincia de San Luis, donde fue el femicidio”. De ese modo se burlan de la gente. Usan el poder para enriquecerse y para humillar a los ciudadanos.
Frente a estos atropellos y frente al estado de tristeza que impera en la Argentina se necesita una respuesta vigorosa que instale la ilusión de que se pude cambiar de raíz la matriz enferma de un país que languidece. Un sector de la oposición arroja discursos de moderación en los cambios y una falta de convicción acerca de que el peso de la ley caerá sobre los que produjeron este desastre. Esa actitud no es la indicada para este momento de tristeza y desosiego. El caso de Magalí Morales y el de tantas víctimas de la infectadura, el destrozo productivo por la inoperancia en la gestión, la mafia de las vacunas y los vacunados VIP… La oposición debería tomar el discurso de una investigación seria sobre esos delitos. La impunidad como norma destroza la convivencia y deja desamparada a la gente honesta.
La gran pregunta es: ¿Se puede hacer una política de acuerdos con los privilegiados y con los impunes para destrozar los privilegios y la impunidad? La respuesta es no.
Y no es por falta de vocación de diálogo, es porque los impunes querrán seguir en su condición y no cumplirán ningún acuerdo que implique abandonar sus posiciones de privilegio. Por eso hay que derrotarlos de manera humillante. Esa es la única obligación de la oposición. La etapa de los acuerdos viene después de regenerar la política. No se acuerda con mafiosos políticos, sindicales o empresariales. No se acuerda con los que se apropiaron de lo que es de todos en beneficio propio. Se los derrota y se recupera lo que robaron.
El futuro gobierno tendrá una situación dificilísima en cualquier hipótesis. La gestión económica y los acuerdos con el FMI patean para adelante la explosión de la economía. La aspiración del oficialismo es que le explote al próximo gobierno. La degradación cultural y el copamiento mafioso del Estado será otro problema. Frente a tamaño escenario es menester hablarle a la gente que hoy está triste. Hay que darles a los argentinos la esperanza de que la oposición trabajará para que recuperen lo que el poder les robó.
La falta de valentía política nunca es un valor.