Por Juan Manuel Abal Medina
El General Juan Domingo Perón lideró la construcción de una Argentina más igualitaria y justa. Hoy, cuando se pone en duda el futuro de este movimiento, es preciso recuperar su legado para salir de este triste presente.
En estos días mucho se discute sobre el peronismo: si es el culpable de todos los males que nos aquejan, si nuestros problemas empezaron en 1945, si el peronismo superará el mal gobierno de Alberto Fernández y sus desastres personales, etc., etc. A su vez este año se cumplieron cincuenta años de la partida del líder y fundador de nuestro movimiento, el General Juan Domingo Perón, por lo que puede resultar útil pensar cómo era nuestro país por aquel entonces.
Sin duda podemos decir, y creo que la inmensa mayoría estaríamos de acuerdo, que el país en el que Perón murió era inmensamente mejor que el que hoy vivimos, mucho más justo, mucho más igualitario. Y lo era así en gran medida por el modelo de crecimiento con inclusión social que él había construido desde su gobierno, a través de profundas transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que los siguientes gobiernos intentaron sin éxito desarmar.
A quienes no la vivimos nos costaría reconocer esa Argentina, pero en el año 1974 era por mucho la nación más desarrollada de la región. En los anteriores treinta años la economía había crecido cinco veces y el PBI per cápita se había duplicado. A su vez, la distribución del ingreso era comparable a la de los países más avanzados del mundo, y el consumo popular era el motor de la economía. La gran mayoría de los trabajadores eran empleados privados formales afiliados a poderosos sindicatos que peleaban por ellos. Una industria fuerte y pujante se complementaba con un sistema educativo que era modelo en la región y con uno científico tecnológico de altísimo nivel que, entre otras cosas, inauguraba Atucha I, la primera central nuclear de América Latina, e iniciaba la construcción de la segunda. La pobreza no llegaba al 5%, la indigencia menor al 1% y la desocupación era inferior al 3%.
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Los cambios económicos globales y la desastrosa política económica neoliberal de la dictadura genocida terminaron con ese país. Los cuarenta años posteriores no pudimos ni supimos cómo construir un nuevo modelo de desarrollo que volviera a garantizar lo que el anterior generaba: crecimiento con inclusión social. Si bien lo conseguimos en algunos períodos –y eso nos enorgullece–, estas cuatro décadas dejan un balance socioeconómico claramente negativo.
Hay que recordar que el peronismo no es una construcción ideológica cerrada y terminada a la manera que suelen serlo las ideologías políticas; por el contrario, es el programa que expresa en cada coyuntura histórica los deseos e intereses de la mayoría social que conforma el conjunto de los trabajadores formales e informales de nuestra Patria.
Lo permanente del peronismo, expresado en sus tres banderas históricas, son las raíces de las que debe surgir en cada etapa la definición de un programa que transforme esa mayoría social en mayoría política, enraizada en los signos y desafíos de su tiempo.
Esto es lo característico del peronismo, que por eso no es un simple partido unido habitualmente en torno a una ideología determinada, sino un movimiento en permanente actualización. Y precisamente en esto reside una parte esencial de su notable permanencia en la vida política argentina.
Por ello, las políticas económicas que implementó el mismo General Perón en 1946 no fueron las mismas que en 1952 o 1973: los mismos valores, las mismas ideas, la misma doctrina se encarnaban en mecanismos e instrumentos diferentes para enfrentar coyunturas novedosas. Pero siempre con la misma finalidad: generar desarrollo con inclusión, es decir Justicia Social.
Hoy, cuando se pone en duda el futuro del peronismo, es más urgente y necesario que nunca recuperar el legado que el General nos dejó y actualizarlo. Debemos imitar su capacidad, para así mirar con amplitud -y sin sectarismos ni dogmatismos- el mundo que nos toca vivir, con sus complejidades y desafíos, y diseñar e implementar las mejores políticas para que nuestra Argentina se parezca más a la que era en 1974 que a la que vivimos en este triste 2024.