Como no pudo ser intocable ante la Justicia, Cristina Kirchner propicia el caos. Sitiar literalmente una zona de la ciudad es tácticamente una provocación e institucionalmente, una amenaza.
Cuando la vicepresidenta dice que los que buscan poner orden están en contra de la alegría y el amor peronista, sólo encubre con consignas militantes una interferencia violenta en el espacio público que es esencialmente extorsiva. Por un lado, es la forma de expresar en estado latente “el quilombo” que pueden armar si la Justicia avanza; y, por otro, es buscar escenarios de victimización.
Veamos primero en forma muy simple qué significa romper el orden público. Porque ante todo hay que recordar que el orden es la armonía silenciosa que expresa que rige la ley, ese imperio que Cristina Kirchner refuta y desprecia buscando ponerse por encima. Por lo tanto, para seguir embistiendo contra la ley, necesita embestir contra el orden.
Embestir contra el orden y llevar el escenario político a un territorio que prefiere y administra: el del caos. El caos a nivel social, teatralizado en Recoleta, expande mensajes inquietantes: genera incertidumbre y provoca miedo. El caos, los argentinos lo saben bien, otorga licencias peligrosas y prepara el terreno para las excepciones.
Para quien ha sido devota de la excepcionalidad como demuestra el compendio de corrupción develado por el fiscal Luciani, nada como convertir a la excepcionalidad en ley. “La corrupción era la norma”, dice Luciani en su alegato. La excepcionalidad es otra de las normas políticas del kirchnerismo y va de la mano de la violencia y el “prepo”. Herida y descubierta, Cristina Kirchner busca escabullirse por los callejones violentos de la excepción.
Y aunque la violencia se manifiesta mediante la fuerza, hay que tener muy en cuenta que esto no es fuerza. Esto es sólo violencia. Y debilidad. No hay que confundir poder con violencia. Lo que este escenario dice es que Cristina no pudo. Por eso choca. Como dice “El arte de la guerra”, el verdadero triunfo es el que se gana sin librar batalla y estas escaramuzas son una reacción de la furia por no haberse podido cargar las instituciones y evitar que la juzguen.
Para amenazar a la Justicia, ahora Cristina Kirchner usa a la militancia. Sin importarle nada. La vicepresidenta usa a los suyos como escudos humanos. Los arroja a la calle y no le importa nada.
También busca incitar al peronismo diciendo que se trata de odio a los peronistas para involucrarlos en su causa. No es odio a los peronistas, señora. No quiera meter a todos en su revoltijo de impunidad porque se nota. No ponga en peligro a su propia gente provocando choques con la Policía. Allánese y responda si tiene cómo rebatir las pruebas.
Y aquí, en esta instancia, viene la otra pregunta. La que pone en crisis a las autoridades porteñas. Estuvo claro desde un principio que la vicepresidenta buscaría incitar a sus manifestantes al choque. Y la ley no puede ceder ante el caos. Justamente no puede temblarle la mano en cederle el control de la calle porque sería ceder el orden, aceptar que el orden se ha roto y mandan los violentos.
La Ciudad de Buenos Aires, desde un primer momento, afirmó que los violentos serían detenidos. Ante reclamos lógicos de vecinos que se ven impedidos de realizar una vida normal por lo que es casi un acampe permanente, la Ciudad decidió poner vallas. Eso le dio el escenario perfecto al kirchnerismo para chocar. Pero, ¿debió haber negociado el Gobierno porteño sacar las vallas? ¿A esta altura Larreta puede creerle algo al kirchnerismo? En un primer momento eso desactivó la manifestación pero, obviamente, sólo ganarían terreno para volver a recuperarlo. Los argumentos de la Ciudad acerca de una audiencia impuesta por la Justicia no borran la sensación de ambivalencia.
Cristina Kirchner fue tan irresponsable con su propia gente que no le importó que pudiera pasar cualquier cosa en los momentos más tensos. De hecho, contradice hasta lo que solían teóricamente cuidar, que es no tener un muerto en la calle. Hay quienes no dudan que buscan tirarle un muerto a la Ciudad y, de paso, enardecer a las bases. La vicepresidenta quiere incendiar Roma, dicen, y amaga con la escenificación de un juego peligroso, que podría volverse contra ella como un boomerang.
En este contexto aparece la tensión interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, con el telón electoral de fondo. “Si pongo una valla no me la sacan”, dice la presidenta del PRO. “Actúa con mezquindad política”, le respondió el ministro de Seguridad porteño. Ayer la Ciudad volvió a vallar pero, por momentos, La Cámpora parecía ser la dueña de la calle y hasta controlaba el tránsito.
Al caos no se le puede responder con más caos pero tampoco cederle el control del orden. Porque eso es ceder ante la extorsión y es ceder ante la impunidad.
A la Ciudad de Buenos Aires ya se le había complicado mostrar autoridad frente a acampes en una escala que jamás se había tolerado y ahora tiene un punto de crisis permanente con derivaciones políticas y electorales. Horacio Rodríguez Larreta se juega su candidatura en la firmeza que muestre ante la provocación de Cristina Kirchner.
Tácticamente Cristina Kirchner busca victimizarse, provocar y también poner en crisis al principal Poder Ejecutivo de la oposición, a la que le endilga estar detrás de los procesos judiciales en su contra.
Pero no se trata sólo del perímetro de Recoleta, donde la señora elige vivir a pesar de que desprecia a la urbe porteña y todo lo que representa. Detesta los agapantos iluminados, pero no se va a vivir al conurbano. El problema excede a Juncal y Uruguay. El país se parece a ese departamento que quedó envuelto por las detonaciones enloquecidas de insólitos fuegos artificiales vaya a saber por qué y bajo riesgo de incendio durante la manifestación en la puerta de la casa de la vicepresidenta. Una chispa no es inocua en la calle y mucho menos en la economía.
Por un lado debe haber sido un alivio para Sergio Massa sacar al ajuste del primer plano de las noticias. Imposible dejar de escuchar el ruidoso silencio de los gremios docentes ante los recortes en educación, que frente a un Gobierno no peronista ya tendría a los maestros de paro por tiempo indeterminado. Aquí, un poco más, y Baradel aplaude.
En estos días el ministro de Economía inicia un viaje en el que se verá las caras con las autoridades del Fondo Monetario y también con eventuales inversores. ¿De qué manera puede ser creíble en términos económicos un país cuyo presidente y vicepresidenta desafían la ley que deberían proteger generando un gravísimo conflicto de poderes? ¿A qué gobierno va a representar Massa a los EEUU? ¿Al que quiere tirar al Poder Judicial? Para cualquiera que lo vea desde afuera, es como ir a representar al gobierno de Bonny and Clyde.
¿Quién puede traer un mango a un país donde la fórmula presidencial es la que no se allana ante la justicia? Alberto y Cristina Kirchner están detonando también lo que queda de credibilidad en la seguridad jurídica para cualquier inversor. Cuando Massa llegue a Houston lo más seguro es que les diga que tiene un problema.
Más allá del corto plazo de la táctica, la República no puede permitir la extorsión de Cristina. Y aunque en su juego corto sea efectista, lo importante es que a la Justicia, cuando le llegue la hora, no le tiemble la mano. Esto es la señora Kirchner contra la República, más sacada que nunca, porque no sólo es la cuestión de ir presa: no habrá indulto ni fueros que la salven del sello de corrupta, si la condenan. Y ella lo sabe.