Por Shila Vilker (*)
Tan cerca, tan lejos. Así se experimenta la escena electoral en un país donde el tiempo comporta vértigo. Los escenarios están aún abiertos, suspendidos bajo incógnitas que no se resuelven. Son incógnitas sobre los liderazgos –predominantemente en la oposición- y sobre el devenir del drama económico –en particular en el oficialismo-.
La sociedad argentina atraviesa momentos de zozobra. El mal de la inflación afecta a todas las capas sociales. Es el problema del empresario que paga sueldos, de los jubilados a los que la plata se les desvanece, de los jóvenes con trabajos precarizados. La repetición mensual de cifras inflacionarias exorbitantes y la percibida falta de soluciones derraman la bronca hacia la política: nadie parece tener una receta clara para resolver el problema, con excepción de los que proponen un shock a una sociedad que pide a gritos “decime cómo, ¿cómo lo vas a hacer?” y que reconoce, al menos un segmento, que lo que viene exigirá sacrificios.
UNA SOCIEDAD CON MUCHAS AGENDAS
Más allá de la economía, que ordena la agenda de todos los argentinos, la grieta y la dispersión de las fuentes de información favorecen que algunos temas sean fundamentales para una parte de los electores y casi irrelevantes para otros.
La corrupción, a caballo de los cruces entre Cristina Kirchner y el Poder Judicial, es un problema fundamental para el universo cambiemita; del otro lado, a lo sumo, se trata de lawfare. A su vez, el atentado fallido contra la vicepresidenta dio lugar a discursos sobre el odio y la violencia política, temas que el mundo opositor no ve como relevantes.
INTERNA CELESTE, INTERNA AMARILLA Y EL FACTOR MILEI
La crisis y la demanda de liderazgos impactan sobre la política. El sistema de partidos, ordenado en dos grandes coaliciones, muestra que las tensiones y la multiplicidad de liderazgos no se resuelven por arte de magia: se transmiten al interior de los dos grandes polos, y abren subgrietas en cada universo. También generan terceras fuerzas competitivas.
El peronismo sigue orbitando alrededor de Cristina Fernández de Kirchner y de una identidad que insiste sólida en el descontento. Mientras se espera que la vice tome una definición y se empieza a escuchar el operativo clamor por su candidatura desde distintos sectores -Movimiento Evita incluido-, las demás figuras buscan cómo posicionarse. Alberto Fernández sufre la ley de la gravedad argentina: un mal desempeño económico golpea duramente las chances de continuidad. Sergio Massa aparece tironeado entre una gestión económica difícil y una opinión pública que empieza a observarlo con interés. En el medio, los gobernadores están cada vez más tentados a desdoblar las elecciones y despegarse del escenario nacional (algunos ya dieron el paso).
Juntos por el Cambio también tiene sus tironeos. Con chances de ganar la elección de 2023, la pregunta es quién va a conducir el proceso. Ese es el quid de la disputa entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, con un Mauricio Macri que no se decide entre ser candidato o gran elector. Se dobla, pero no se rompe: el premio de gobernar el país es demasiado jugoso para ponerlo en riesgo. Habrá que esperar hasta abril para ver si Macri se decide a jugar.
Javier Milei está a la pesca. El descontento abre la puerta a sus alternativas drásticas y su discurso incendiario. Aunque la elección se dispute entre las dos grandes coaliciones, Milei puede condicionar. Sus votos y el peso de su figura le dan un poder clave en toda democracia: la capacidad de transferir votos en una segunda vuelta, y el poder de vetar o viabilizar cualquier iniciativa del próximo gobierno. Por ahora es un árbitro del sistema, que se alimenta de la crisis económica.
Mientras avanza el Mundial y el tiempo se congela en las lejanas arenas de Qatar, el clima local anticipa una temporada electoral de lo más calurosa.
(*) Shila Vilker es analista de opinión pública. Directora de la consultora Trespuntozero.