Si pudiéramos ir casa por casa de los más de 5 millones de argentinos que no votaron en las elecciones que vienen realizándose en las provincias y les preguntáramos «¿por qué no fuiste a votar?«, ¿qué nos contestarían? Se trata de un 31,8% de los que estaban en condiciones de votar y decidieron no hacerlo.
Es difícil planear una encuesta de estas características, buscando a los desertores del voto, pero podemos ensayar una respuesta tomando los sentimientos que expresan los argentinos en un año marcado por una crisis tan profunda que se la emparenta con la que siguió a 2001 y fue la peor de nuestra historia. Entre aquella crisis y esta hubo 16 años de gobierno peronista, bajo predominio kirchnerista y 4 años de la coalición opositora.
Podemos empezar diciendo que por el sufrimiento en tiempos de crisis se imponen sentimientos negativos, pero que también por esa misma desesperación y necesidad de hallar una salida, será una de las elecciones más emocionales y sentidas de los que sí votan. Es interesante porque las campañas ya empiezan a registrar eso.
Curiosamente el oficialismo intenta esquivar que es el que provoca la desazón y a cuatro años de ser elegidos para regresar al poder, siguen culpando a los que se fueron, pero son negadores del sufrimiento que generaron. El presidente insiste en autoelogiarse y su vocera en decir que la suya será recordada como una gran presidencia cuando la imagen de la gestión apenas supera el 10 % en la mayoría de las encuestas. Su candidato presidencial, Sergio Massa es uno de los políticos con mayor imagen negativa y suma como ministro de economía 100% de inflación y 100% de aumento del dólar en un año. La divisa amenaza con terminar 10 veces más cara que cuando asumió Alberto Fernández. El presupuesto que preveía 60% de inflación ya lleva 115% interanual. Y la pobreza, sin ayuda social, rondaría el 50%.
Los candidatos de la principal coalición opositora registran en sus campañas o en sus enunciados la angustia del momento. Falta saber quién logrará entender mejor a los argentinos. Patricia Bullrich fue la primera en marcar que cada vez más en sus recorridas encontraba gente llorando por la situación que atraviesa en lo personal o por cómo está la Argentina. En el caso de Horacio Rodríguez Larreta, en la última semana aparecieron carteles de vía pública con el slogan “Basta de sufrimiento, llega la tranquilidad”, que buscan tocar una cuerda parecida a la de Bullrich cuando ofrece orden. Lo novedoso es el uso de la palabra sufrimiento.
En el caso de Javier Milei, si las emociones de la crisis fueran las cuerdas de una guitarra, él busca hacer sonar ante todo la del enojo, actuando incluso él mismo ese estado de ánimo, mostrándose enojado y furioso en muchas de sus apariciones.
Hartazgo, enojo, impotencia, decepción, tristeza, angustia, pesimismo, son las emociones que se imponen en la lista de la encuesta de los sentimientos políticos ciudadanos de la consultora Federico Gonzalez. Son emociones comparables con las de un país que acaba de salir de una guerra o una catástrofe, si uno repasa estados anímicos de otros momentos históricos como el corolario de las guerras mundiales.
Konrad Adenauer, el líder alemán a quien le tocó la reconstrucción de su país luego de la rendición incondicional después de la maquinaria del mal que fue el nazismo, y en medio de la desintegración moral de ese momento, llamaba a sus conciudadanos a no hundirse en el nihilismo ni en la indiferencia. La indiferencia es también un reflejo postraumático de situaciones de gran sufrimiento. No aparece en las encuestas sobre las emociones preponderantes, pero ¿está apareciendo en las ausencias?
El consultor político Lucas Romero habla de síntomas de apatía cívica y un estado de desconfianza hacia el sistema político en esos que no van a votar. También recuerda que gran parte del ausentismo de 2021 explicó la pérdida de 40% de los votos que sufrió el Frente de Todos en relación a 2019, cuando ni siquiera había escalado tanto la crisis. Cómo puedan dialogar o conectar los candidatos con el desencanto será una de las cuestiones que también jugará en lo que queda de la campaña.
Estamos a 20 días de las elecciones primarias que se convierten en una encuesta real pero también tienen el potencial de ser una primera vuelta de hecho como pasó en 2019. En estas semanas muchos ciudadanos empiezan a reconectar el wi fi con la política para tomar una decisión. Es difícil saber si se traspolará lo ocurrido en las elecciones provinciales ante la elección presidencial pero los sentimientos antes descriptos seguirán siendo los mismos.
Cuando uno observa las encuestas sobre niveles de esperanza, queda claro que la sociedad entiende que salir de la actual situación no será sencillo. Y eso ofrece una cuota de realismo interesante. La diferencia estaría en si se impone un intento de cambiar las cosas, la inercia, o el pesimismo al punto de no participar.
Hoy señalaba un periodista que el porcentaje de ausentes hasta ahora en las elecciones provinciales es casi un tercio del padrón, un número codiciado por cualquiera de los candidatos. Otros señalan la preocupación por la legitimación de los candidatos cuando tanta gente no va a votar.
En Argentina el ausentismo es noticia porque el voto es obligatorio. Si estuviéramos en Estados Unidos donde eso no ocurre veríamos que el récord de asistencia es de 62,8%, en 1960 y que las últimas elecciones presidenciales estuvieron cerca de ese registro con un 62% en 2020. Aquí sería un número preocupante porque además supone que los votantes eluden una obligación.
Uno también podría mirarlo desde otro ángulo. El que cree que no ir a votar es mantenerse al margen debería saber que en los hechos no votar es de alguna manera votar e incide en el resultado, y que no se puede escapar a hacerse cargo del poder que ejerce o al que abdica si no vota.
Podríamos decir que en el año 40 de nuestra democracia hay una crisis en la relación de pareja entre representante y representado y como la democracia no puede ir a hacer terapia de pareja, lo que queda es reconquistar el amor con más democracia. Por eso también, más que propuestas, los candidatos parecen batirse en un duelo de carácter sobre quién es mejor para enfrentar este momento de reconstrucción.
Ayer entre unas cien personas que escuchaban la radio frente al estudio móvil de Rivadavia, una señora osó llamar a no votar cuando se le dio el micrófono y fue impresionante cómo en forma unánime el resto de los presentes coreaba “Noooo”, amonestando su propuesta. La señora estaba enojada principalmente con la corrupción y ante el “no” redobló la apuesta de su enojo. Estaba en total minoría, pero sostenía su enojo con pasión.
Podríamos decir que puede ser una trampa para el enojo no ir a votar, porque al fin del día el enojo seguirá y encima no se tuvo ni voz ni voto literalmente. Pero también que buscar un motivo de esperanza se vuelve una cuestión vital más aún en tiempos difíciles. ¿Es opción no hacer nada? Es lo que suelo preguntar últimamente. Hasta por instinto de supervivencia la respuesta es no.
Estas serán elecciones emocionales como nunca, pero también existenciales, como pocas. Quizás como la del ’83 cuando volvió la democracia o como la del 2015 cuando estaba en juego la Republica que en cierta manera lo sigue estando. ¿Podremos volver a ilusionarnos? ¿Podremos al menos darnos cuenta que el enojo no soluciona absolutamente nada?