Por Romina Andreani (*)
Pensemos en la siguiente escena: tras salir del cascarón, un grupo de tortugas bebés debe atravesar la playa para llegar al océano. Este trayecto es un viaje peligroso; enfrentan depredadores y otros obstáculos naturales y artificiales que amenazan su supervivencia. Solo una de cada mil tortugas alcanza la edad adulta, lo que refleja la dura realidad del crecimiento y la adaptación en un entorno hostil. Aunque entendemos que la naturaleza tiene su lógica evolutiva, nos cuesta aceptar pasivamente que muchas de esas maravillosas criaturas se queden en el camino.
Así como las tortugas deben confiar en sus instintos y habilidades para sobrevivir en un mundo lleno de amenazas, las tecnologías emergentes requieren apoyo, inversión y un entorno propicio para superar los desafíos que se interponen en su camino hacia el éxito comercial.
El martes 29 de octubre asistí al webinar “Argentina e Israel: Oportunidades en el mundo de las biociencias”, donde se habló de las últimas innovaciones en biotecnología con el objetivo de conectar empresarios, emprendedores y otros stakeholders con las últimas tecnologías en Argentina e Israel. Las presentaciones que escuché pusieron el foco en cuáles podrían ser los modelos óptimos de integración entre la investigación académica y la creación de empresas.
Sebastián Bagó, presidente de la Cámara Argentina de Biotecnología (CAB), contó cómo se desarrolló ese organismo con la misión de integrar la cadena de valor desde la etapa de I+D hasta la exportación de productos. Hoy la CAB cuenta hoy con 35 grandes empresas, 108 startups biotech y cuatro aceleradoras. Con la mirada puesta en la próxima etapa, Bagó señaló que los objetivos actuales son la internacionalización, la captación de inversiones y la creación de más startups biotecnológicas.
Reforzando la visión de Bagó, Graciela Ciccia, coordinadora de CAB Startup, explicó por qué la Argentina es atractiva para hacer biotecnología con proyección global. El país cuenta con recursos humanos especializados. El mercado local ya está consolidado. El marco regulatorio tiene organismos con mucha trayectoria como ANMAT, SENASA y CONAVIA. Hay políticas públicas para promover la industria biotecnológica como la ley de economía basada en el conocimiento.
Como conclusión de este diagnóstico optimista, Ciccia compartió un dato ilustrativo: existen hoy 340 empresas que hacen biotecnología en la Argentina y esto nos pone en el top 10 a nivel mundial.
Para dejar claro su enfoque, Graciela da un ejemplo tan divertido como real: “Así como Bizarrap y María Becerra hacen un feat en la industria musical del trap urbano para generar impacto global, lo mismo podríamos aplicar a nivel de los ecosistemas, empresas y startups biotech”. En ambos casos, la unión genera mayor impacto.
NUEVO ECOSISTEMA WEIZMANN
Además del escenario de la biotecnología en Argentina, en el webinar tuvo su espacio internacional. Esta mirada estuvo a cargo de Opher Shapira, emprendedor experto que hoy aplica su conocimiento en su rol de CEO de YEDA, que es la oficina de transferencia tecnológica del Instituto Weizmann, basada en Israel.
Se trata de uno de los centros de investigación más importantes del mundo. Está orientado hacia ciencias de la vida, aunque también tiene facultades de física, matemática y ciencias de la computación.
YEDA es la rama comercial del Instituto Weizmann. Se encarga de comercializar la propiedad intelectual desarrollada por los científicos del instituto; los ingresos que generan se destinan a apoyar la investigación básica y la educación científica. Tiene como objetivo principal impulsar la colaboración entre la academia y el sector empresarial. Para eso coopera con los investigadores del instituto para patentar sus descubrimientos e invenciones y luego busca oportunidades de sinergia con empresas e industrias.
En su exposición, Shapira resumió la historia del organismo que preside. YEDA fue fundada en 1959 y es el segundo caso en el mundo en proyectar la ciencia fuera de los circuitos universitarios de investigación: desde el comienzo ya tenían la visión de que tal vez era factible crear empresas rentables a partir de la ciencia. YEDA fue muy exitosa comercializando las patentes de algunos medicamentos que surgieron en el instituto.
El instituto Weizmann transfirió cientos de patentes a compañías existentes y generó 50 nuevas empresas. Operan en distintas áreas como la computación cuántica, carne cultivada, colorantes naturales para la alimentación y otros rubros de alto valor agregado. “Hay mucha innovación saliendo del instituto y estamos tratando de hacer la mayor cantidad de empresas nuevas, pero hay también muchos obstáculos para transferir tecnología desde las universidades a las industrias», reconoce Shapiro.
¿Cuáles son los desafíos para llevar a una tecnología emergente a un producto en el mercado? Para el Instituto Weizmann, los puntos clave son:
1- La prioridad es encontrar tecnologías innovadoras. El objetivo principal no es hacer empresas prósperas, sino potenciar la innovación.
2- Atención a las licencias. Las instituciones que podrían tomar una licencia o patentes se encuentran sobrepasadas con la cantidad de pedidos y no tienen los recursos o las habilidades para juzgar si vale la pena licenciar una nueva tecnología o no. Optan por mandar al investigador a seguir desarrollando su idea original sin patentar: prefieren pagar diez veces más por una idea ya desarrollada que tomar riesgo acompañando una idea incipiente. Se trata de un síntoma del gap entre el laboratorio y el mercado.
3- El capital de riesgo cada vez se arriesga menos. A diferencia de la audacia de otros tiempos, hoy los venture capitals no están dispuestos a invertir en etapas tempranas en ciencias. La lógica es que ellos tienen atrás a sus inversores, a quienes tienen que rendir cuentas y, por lo tanto, quieren propuestas con mitigación de riesgos para asegurarse el retorno de la inversión en 7 o 10 años. Específicamente en biotecnología las cosas son más ácidas que esto. Quien desarrolla una aplicación para internet puede tener algo en producción en tiempos relativamente breves, pero quien está desarrollando foodtech o agtech necesita tiempo, y no hay muchos fondos de capital de riesgo que estén dispuestos a invertir en una etapa tan temprana.
4- Surgen nuevas áreas científicas como la inteligencia artificial. La ciencia está evolucionando. La AI está cambiando otros campos, como el desarrollo de proteínas y medicamentos. Es algo nuevo y exige estar más atentos para adaptarse constantemente.
5- Agtech y FoodTech. Muchos biólogos y biotécnicos cambiaron sus intereses hacia estas áreas. Son nuevas verticales que protagonizan el nuevo escenario de innovación, con reglas propias.
6- Ser cuidadosos con las publicaciones de investigaciones. A los científicos les gusta publicar lo que van descubriendo, esto es parte del prestigio científico y de la manera en que se comporta esta comunidad. En el mundo de los negocios, por el contrario, siempre se mantiene la reserva sobre los productos hasta que estén maduros para salir al mercado. El desafío es encontrar un equilibrio.
YEDA, por definición, es el dueño de todo lo que se produce en el instituto y tiene total libertad de decidir qué se hace con ello: si es viable comercializarlo y cómo.
Para superar esta lista de desafíos, entendieron que necesitaban adaptarse como tech transfer. Hace 30 años se trataba de lograr patentes, fundar una empresa y utilizar la patente para hacer algo con ella, y el retorno era una ganancia. Pero eso es el pasado, afirma Shapira.
“Ya no funciona el mundo de esta manera. Las tech transfer necesitan adaptarse. Tenemos que ser flexibles. Tenemos que hacer las empresas nosotros mismos. Porque quienes podrían comprar esas licencias ya no quieren asumir el riesgo de la etapa temprana. Esto es algo que las tech transfer tienen que hacer ellas mismas. Nuestra filosofía es hacer crecer estas patentes y dejarlas madurar: hacerlo por nosotros mismos. Tenemos que construir equipos de emprendedores, tenemos que construir un network para estos emprendedores a nivel global. Tenemos que ser ágiles”, afirma.
Y agrega: “Por eso en el Instituto Weizmann diseñamos varios niveles para llevar tecnologías en etapas tempranas al mercado”, explica Shapira. “El Instituto Weizmann en sí es un centro de investigación y queremos que siga siéndolo. No se quiere que los investigadores sean influenciados por el mercado, sino que se focalicen en aquello que realmente les interesa”.
En esto es clave el ecosistema de innovación que armaron, detalla el CEO:
• BINA es una unidad académica. La traducción es sabiduría. Educa a los investigadores acerca de qué es lo que cada industria está buscando. Su misión es identificar nutrir y darle soporte a todos los proyectos de investigación que están en etapas tempranas. Ellos pertenecen al sector académico del instituto.
• YEDA es el brazo comercial del instituto. Se encarga de producir patentes y proteger las invenciones, también de buscar el mejor partner para para desarrollar cada una. Buscamos un partner para que tome la invención y lo desarrolle o construimos una nueva compañía. Pero nos dimos cuenta de que esto no era suficiente. Así que desarrollamos nuestro tercer nivel.
• WIN (Weizmann Innovation Nest) es nuestra propia incubadora. Es una aceleradora donde financiamos compañías propias. YEDA consigue los partners y los fondos, buscamos tecnologías que con el financiamiento apropiado puedan superar el gap entre el estadio de tecnología temprana y lo que el mercado necesita. Construimos la compañía y le damos los fondos SEED. Esta es una nueva herramienta, ya tenemos varias compañías atravesando el programa de la incubadora. Nuestro target es construir 3 o 4 nuevas empresas cada año, el programa dura entre 1.5 a 2 años. Y luego están preparadas para buscar capital externo y crecer.
En definitiva, la conclusión general es que las tecnologías emergentes merecen y necesitan la mejor chance de subsistir y crecer. Para que las ideas innovadoras tengan éxito, no solo es cuestión de capital de riesgo, hacen falta facilitadores que estén dispuestos y comprometidos a acompañar a las pequeñas pero potentes criaturas en su largo e incierto camino al mar.
(*) Inversora ángel. Miembro de diversos boards. Mentora. Facilitadora en la creación de empresas