En Francia, el presidente Emmanuel Macron encaró una reforma en la edad jubilatoria (de 62 a 64 años). Pese a que el cambio se realiza en 2023, la reforma entrará en vigor recién en 2030. Hay países que, incluso, tienen una edad jubilatoria más alta que la del país galo. Sin embargo, en Francia hubo protestas y huelgas.
Las imágenes de los disturbios del mes pasado, nos sorprendieron con manifestantes y fuego en las calles. Hay reformas que se encaran por planes de gobierno y otras que son actualizaciones necesarias. En países como Francia, la expectativa de vida creció. Si la edad de retiro no se actualizara nunca, el sistema de pensiones entraría en crisis. En este caso, los franceses debían llevar a cabo el reajuste o el sistema entraría en déficit.
Crecen las protestas en Francia tras la decisión de Macron de avanzar con la reforma jubilatoria
Este episodio es interesante de analizar porque marca un par de pautas acerca de cómo encarar planes de reformas. Si Macron hubiera dado marcha atrás en su reforma por las huelgas y los disturbios, esto habría debilitado al sistema político. Todo ciudadano tiene derecho a protestar, pero, si las protestas reemplazan el lugar de la legalidad, el sistema político pierde credibilidad.
En democracia las protestas son lógicas, pero siempre representan a sectores. La única representatividad total es la que fijan las constituciones. Macron tiene la popularidad por el piso, y aun así mantuvo la reforma. Se comportó como un hombre de Estado.
Argentina necesita de forma urgente una gran cantidad de reformas de gran calado. Cuando se habla de eso, muchas veces aparecen voces que dicen que ciertas cosas no se pueden tocar porque “te incendian el país”. La historia muestra que cuando los gobiernos intentan, por ejemplo, quitarle poder a los sindicatos, terminan fracasando (Alfonsín y De la Rúa lo intentaron y no pudieron).
El gran tema es que cuando se instalan esas ideas de imposibilidad de reformas se está reconociendo una enorme debilidad de la política frente a intereses sectoriales. La resistencia (muchas veces de forma violenta) se da cuando se tocan intereses. Y los políticos que dicen que las grandes reformas se hacen con diálogo y consenso muchas veces mienten.
El consenso es deseable, pero nunca habrá consenso cuando se tocan los intereses de ciertos sectores o grupos de personas, cuyo comportamiento es mafioso. Argentina está llena de mafias y nunca las mafias abandonan sus posiciones de poder y de dinero por medio del diálogo. A las mafias se las debilita y se les imponen condiciones. De ese modo, se defiende a los ciudadanos que ven deteriorada su calidad de vida por imperio de las mismas.
El discurso que dice que no se puede hacer determinadas reformas porque “te incendian el país” deja a los ciudadanos indefensos frente a poderes fácticos y eso produce una enorme desconfianza de la gente hacia la política.
La única manera que tiene la política de recuperar la confianza es mostrando que es capaz de acometer todo tipo de reformas que signifiquen mejoras o alivios para los ciudadanos. Cuando la gente ve a los demócratas esquivando el bulto de los cambios necesarios, ya sea por temor o alianzas hechas con sectores facciosos, la confianza pública se derrumba.
La mafia peronista, Larreta y el peligro de normalizar (otra vez) a los parásitos
Argentina necesita un paquete enorme de reformas para revertir un proceso de decadencia que parece imparable: reformas económicas, sindicales, educativas, de las empresas públicas, etc. Estas son sólo algunas de las cuestiones que resulta imprescindible encarar si se pretende soñar con un camino virtuoso.
Los difusores del “no se puede” usan un discurso presuntamente bienintencionado, pero contribuyen a crear corrientes de pensamiento que favorecen a los sectores facciosos. Además, colocan a las fuerzas democráticas como entes impotentes. Con los demócratas se dialoga. Con los antidemócratas, no. Cuando se hace un programa de reformas, se tocan intereses sectoriales. Eso es así. A pesar de ello, la democracia no puede ser débil frente a esos poderes.
El principio de autoridad en el marco de la ley nunca es autoritario.