Por Alfredo Casado (*)
El escenario que se plantea este lunes en Venezuela, responde a la expectativa y la incertidumbre sobre lo que pueda suceder en un clima de alta tensión política. Lo que pasó en la madrugada era algo esperable dado el tenor de las posiciones que luchan por el poder.
Que el Gobierno de Maduro se declarara ganador y que la oposición denunciara fraude no es un hecho inédito. Ya ocurrió en el pasado. Inclusive cuando Maduro ganó, la primera vez en 2013, por un escasísimo margen. Dos días después se planeaba una gran y dura marcha desde los barrios adeptos a los sectores más cercanos a la oposición, hacia el Consejo Nacional Electoral (CNE).
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Eso pudo haber precipitado un conflicto civil, porque el CNE se encuentra en una zona donde había una fuerte preeminencia del chavismo de aquel entonces (habría que ver cuál es la consideración hacia el madurismo hoy). Pero en ese momento en la interna opositora o desde el exterior se apaciguó el pulso beligerante y al final los sectores de Capriles no avanzaron. Luego llegaron los presidentes de la Unasur y se paralizó esa posibilidad. Finalmente, Maduro gobernó.
En 2018: la imposibilidad de establecer alianzas entre los opositores llevó a que Maduro ganara la elección.
Hoy, en 2024, el escenario incluye fuertes gobiernos de derecha -no solo en Latinoamérica, sino en el mundo-, que auspician con intensidad el cambio para Venezuela. También gobiernos que adhieren al progresismo muestran su descontento con las formas del Gobierno venezolano. En tanto, Estados Unidos sigue aislando a Miraflores, pese a que hubo en los últimos tiempos algunos intercambios y cierta flexibilidad por parte de Washington y también de Maduro.
De nuevo, la preocupación se basa en la posibilidad de que se prepare un cuadro de situación de grandes protestas. ¿Qué hará la oposición? ¿Establecerá un mecanismo de lucha directa que puede precipitar al país a un abismo o reducirá esas protestas al plano comunicacional, a los foros internacionales y a seguir aislando a la nación?
Esto significaría profundizar esa política desde los grandes centros de poder occidental y en especial desde EEUU, a riesgo de que Venezuela se vuelque mucho más hacia la Rusia de Putin o hacia China en el marco de una suerte de división bipolar, con una intensa presencia en Latinoamérica (inclusive desde el punto de vista militar).
El tercer problema, desde mi punto de vista, es la posibilidad de las grandes migraciones. Las encuestas muestran que una gran cantidad de quienes hoy votaron a la oposición y perdieron podrían volcarse a una migración de carácter masivo. ¿Venezuela podría tener casi más gente afuera que adentro si eso llegara a ocurrir? Creo que es una posibilidad algo exagerada, pero no descartable.
En cuanto a la situación interna, es preciso señalar que Maduro llega al poder ungido por Hugo Chávez, aquel 8 de diciembre del 2012. Después se potencia con una democracia débil y sin elecciones puertas adentro de su propio espacio. Hay algunos chavistas de la primera hora que se han alejado y hoy son críticos. De todas formas el “chófer de ómnibus” a quien el Comandante entronó fortalece día a día su posicionamiento y su estabilidad en el poder.
Aquel hombre al que se lo catalogaba como un simple sindicalista de izquierdas; hijo de un economista y de una ama de casa; que pasó por las escuelas de la Revolución Cubana; llegó al poder con un perfil muy distinto al de Chávez. Buscó sobreactuar la figura del Líder casi risueñamente, con el famoso “pajarito” y otros gestos parecidos. Luego de sobrepasar aquella mirada que lo subestimaba, el hombre se instaló en un tercer mandato.
Si finalmente se reconociera el resultado y al fin Maduro llegara a 2030, se trataría del segundo mandato más largo de la historia.
Ya nadie trata a Maduro como un simple aprendiz, sino como un hombre que maneja los artilugios del poder. Y que manipula los hilos dentro del propio chavismo, virado al madurismo con el control (o aparente control propio) sobre las fuerzas armadas. Allí se posa la sombra negra de Diosdado Cabello, en una división que quizás le es bastante cómoda. Con menos exposición pero también con dureza, controla la calle y las voces.
Habrá que esperar para ver los cambios gubernamentales que se produzcan, por ejemplo, en los Estados Unidos, y cómo actúan sobre esta Venezuela de Maduro.
Por lo pronto, hay que prestar especial atención a qué ocurre esta semana, es decir, si la oposición se lanza a una protesta callejera dura o si se mantiene en los lugares de votación. Van a ser 72 horas cruciales. En ese lapso podrían definirse el hoy, el mañana y el pasado. Siempre con la mirada puesta en las fuerzas armadas, para ver si confirman una vez más su inquebrantable alianza con la Revolución Bolivariana o si son permeables a un cambio de rumbo. En eso radicará el destino venezolano.
(*) Periodista y conductor de “Splendid Internacional” y “Hora de cierre”