Por Oscar Puebla (*)
En medio del descontento generalizado por la Ley de Alquileres surgieron proyectos de ley para modificarla pero ninguno avanzó. Ahora, el último en entrar al Congreso fue el de la senadora Nacional del PRO, Guadalupe Tagliaferri, que propone derogar la ley y que el mercado vuelva a regirse por el Código Civil y Comercial, como antes.
Pensando hacia adelante, sería razonable poder tener contratos a un año. En España, por ejemplo, es así. Es decir, se puede firmar un contrato por tres años renovables anualmente, de común acuerdo.
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De esa forma, se puede actualizar con el IPC cada seis meses y poner una cláusula de repactación al año, cuando se negocia el precio en base a precios de locación del mercado.
Aquí reside el secreto: cuando se anuncie que los contratos serán anuales, se van a volcar muchos departamentos al mercado, y eso va a cambiar la oferta. O sea que se va a ver mayor oferta y, por ende, los precios van a bajar.
Claro que no es inmediato, pero hay que confiar en la oferta y la demanda que va a ordenar de a poco el mercado.
El mayor problema de la actual ley son los tres años y la actualización anual. Por eso, insisto: si podemos lograr que los contratos sean anuales -como hoy informalmente ya lo son- le damos una solución real al ingreso de inmuebles en alquiler al mercado.
El verdadero problema es la alta inflación que, al parecer, no va en camino de bajada, sigue buscando la cima sin mirar atrás. Hoy propietarios e inquilinos están remando en el mismo bote tratando de ajustar rumbos en este mar de incertidumbre.
Además, todo está pata para arriba. Los costos de expensas se fueron a las nubes, los salarios de los inquilinos están en el sótano y los propietarios quieren alquilar pero necesitan seguridad jurídica para no tener un inmueble «okupado».
Vale decir que la ley de alquileres actual es como Godzila, el monstruo verde que nos perseguía en las películas japonesas de bajo costo, pisando y rompiendo todo. Los daños generados por esta ley son tan grandes que ahora lo que pedimos es que solo la dejen sin efecto.
El IPC no es más que una ensalada rusa de precios condimentada con chile habanero, que nada tiene que ver con el mercado de los alquileres.
Estamos a la espera de que algún decisor político despierte de su sueño profundo y se acuerde de hacer algo. Mientras tanto, «¿dónde hay un mango, Viejo Gómez?», decía el tango, y volvemos a ver yerba de ayer secándose al sol.
(*) Arquitecto, broker inmobiliario y referente del sector