Por Beto Casella
1- Ande por la vida convencido de que los votos son suyos. Que es una liturgia que se va a sostener toda la vida, mostrando el escudo partidario y cantando una marcha. Si se le complica en las encuestas previas, hable con intendentes, punteros barriales y hasta algún dirigente social, para que se muevan un poco más en el barrio, amenazándolos con ajustarles las próximas partidas si no llegan al objetivo.
2- En los discursos, háblele solo a los de su palo, los demás no importan. No se preocupe por los que no lo votaron, no hay necesidad de convencerlos. Piense que, si no lo eligieron en su momento, es que son unos necios cabezas duras, que no tienen remedio. Ya van a venir con el caballo cansado.
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3- Para llevar adelante el punto 2, ponga al frente del partido a un muchacho joven, que porte un apellido paterno fuerte. Y que conduzca actos partidarios sólo para la tropa propia, enfundado en un equipo deportivo, con discursos puramente ideológicos, alejados de los problemas reales.
4- Cuando la gente reclame temas candentes (empleo, inflación, inseguridad), ponga en agenda temas fuertes como el lenguaje inclusivo. Y, si puede, dé la orden de que salgan así redactados los textos en las reparticiones públicas, de forma urgente.
5- Si ocurriera un desastre a nivel planetario (una pandemia que obliga a todo el mundo a encerrarse, por ejemplo), usted ármese una fiesta en la mismísima residencia Presidencial. Y no se olvide de sacarse fotos, que después se viralicen. ¡Y sonría para la foto!
6- Si le tocó el cargo de presidente de la Nación, no hace falta que esté todo el tiempo en la escena pública. Es más, cuanto menos aparezca, mejor. Ocupe el tiempo en reuniones de amigos, escuchando canciones de Lito Nebbia. Para eso tiene funcionarios, que deberían estar ocupándose, cada uno en lo suyo.
7- Eso sí: si está ocupando el sillón de Rivadavia, haga alguna declaración altisonante. Declare un viernes, por ejemplo, que desde el lunes empieza la batalla contra la inflación, que va a ser una batalla sin cuartel. Si después viene una inflación más alta que antes, ya es otro tema, pero usted lo anunció.
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8- La vicepresidenta en ejercicio -que ungió en el cargo al Presidente- debería generar más misterio todavía. Casi sin apariciones públicas, sin emitir opinión alguna, con un halo de misterio casi como el de Taylor Swift al aterrizar en Argentina. En todo caso, en alguna eventual declaración, debería insinuar que está arrepentidísima de haber elegido al que eligió para presidir los destinos del país. En el mismo sentido, si tuviera acusaciones de corrupción, que ni se le ocurra salir a aclarar nada en lo más mínimo. No hay que salir a contestarle a un grupo de envidiosos.
9- Si uno de los problemas más acuciantes son los precios altos y la pérdida del poder adquisitivo, primero anuncie pomposamente un plan, que podría llamarse, por ejemplo, “Precios cuidados”. Y después, que los precios se cuiden solos. Si después los formadores de precios no le ponen esa mercadería en las góndolas; le cambian las marcas para venderlas al precio que se les antoja; o le reducen el paquete de un kilo a 750 gramos por el mismo precio, ya no es asunto suyo. Amenácelos con multas, posibles clausuras que después no va a cumplir.
10- Persista con las ideas de los anuncios fuertes. Si es el primer mandatario, puede sentenciar “el dólar a 60 está bien”, como poniéndole un techo definitivo. Más tarde, el ministro de Economía (que después va a ser candidato) podría anunciar, a poco de asumir que “en un par de meses queremos el índice de inflación con el 3 adelante”. Si después se complica, se puede culpar a la sequía, el Fondo Monetario o a la pandemia.
Con esos 10 consejos debería alcanzarle y sobrarle. Le podemos asegurar que pierde una elección hasta con un candidato que, hace dos o tres años, era panelista en televisión.
