Por Manuel Zunino (*)
Hay campañas más claras, en las que los adversarios ocupan un lugar definido (y diferente del resto), un punto desde el cual intentan hacer un recorrido, estirar todo lo que puedan el discurso y las promesas, tensionando su identidad, pero evitando a la vez romperla. Hay otras, en las que volver inteligibles las palabras, las ideas y los movimientos de los actores resulta más dificultoso.
Si hacemos un balance de las últimas semanas, nos encontramos ante una campaña plagada de inconsistencias, momentos bizarros, vaivenes e intentos fallidos de golpes de efecto.
En un principio, Milei ocupó un espacio vacío, aprovechó el descontento y pudo expresar con mayor precisión que Juntos por el Cambio la pulsión del votante opositor.
Agilidad y espacios vacíos: algunas razones del triunfo de Milei
Tuvo el acierto de construir un encuadre efectivo que lo diferenció y le permitió romper la polarización. A partir de allí, se blindó con relativo éxito frente a los comentarios del periodismo, los consultores, y demás actores de la política. En lugar de hacerle daño, el ataque de lo que denominó “la casta” consolidó la mayor parte de sus votantes de las PASO.
Sin embargo, conforme pasaron los días, ese Milei que parecía todo-poderoso comenzó a proyectar una imagen cargada de debilidades que no logró finalmente ocultar.
La falta de estructura para poder gobernar en un contexto complejo; dudas sobre su estabilidad emocional y su capacidad para conducir un proceso político; la escasa claridad en sus propuestas o la expresa contradicción entre él y sí-mismo, sus asesores y candidatos sobre temas centrales como dolarización o la implementación de vouchers para reemplazar la educación pública; el rechazo que genera en una parte significativa del electorado femenino que lo considera agresivo y poco confiable.
¿Por qué el voto femenino es el principal obstáculo para que Milei gane en primera vuelta?
En general, uno de los déficits de la campaña es la ausencia de propuestas acompañadas de un cómo y cuándo verosímiles, de una promesa que enamore al electorado. Al contrario, una buena parte de los votantes va a tomar una decisión con un grado de convencimiento bajo.
En este sentido Massa es quien mejor desempeño tuvo, siendo asimismo el que enfrentó mayores adversidades: su fuerza política inició la carrera el 14 de agosto en el tercer lugar; carga en la mochila a un Alberto Fernández con niveles mínimos de aprobación; pudo ser ministro y candidato; se defendió de múltiples ataques; enfrentó crisis imprevistas como el caso Insaurralde y asumió el riesgo de ser juzgado por los resultados de su gestión.
Por su parte, Bullrich repitió el error de Larreta, no fue ni paloma, ni halcón, sino más bien camaleón. Nunca tuvo claro el camino a seguir, o al menos eso dejó entrever. En lugar de jugar con los contrastes, osciló de manera pendular de un perfil moderado a uno radicalizado, pareciéndose por momentos a sus rivales y perdiendo consistencia en la opinión pública.
Quizás el esquema de tercios condicionó a los tres a llevar adelante estrategias conservadoras e hizo que cada uno se concentrara en hablarle al electorado propio para no perder volumen. Como efecto, pocos días después del cierre de una campaña hueca, solo resuena en cada tribu el eco vaporoso de la voz de sus candidatos.
(*) Sociólogo, director asociado de Proyección Consultores