Por Claudio Savoia
El 4 de agosto un periodista reveló que el expresidente Alberto Fernández había ejercido violencia de género contra su exesposa Fabiola Yañez y que había pruebas realmente demoledoras. Claudio Savoia, el responsable de esa primicia que sacudió al país y al mundo, analiza en exclusiva para Newsweek Argentina qué pasó y cuál es el impacto judicial, social y político de esta causa que no deja de arrojar novedades, involucrados y efectos inesperados.
El escándalo del expresidente Alberto Fernández por ejercer violencia de género contra su mujer, Fabiola Yañez, sigue multiplicando sus consecuencias en los tribunales, en el escenario político y sobre todo en las conversaciones de los bares, la salida de las escuelas y los chats de amigos. Por cierto, también mantiene asombrado al mundo, en cuya agenda suena increíble que la Argentina pueda seguir ofreciendo sorpresas de una magnitud tal que en otras latitudes arrasarían con cualquier otra noticia.
Lejos de la complejidad de los casos de corrupción en los que también somos decanos, la primicia que Clarín publicó el domingo 4 de agosto y desde entonces mana un catálogo de inmoralidades tiene la transparencia del cristal: “El presidente del país le pegaba a su mujer en la residencia oficial”. No hacen falta muchos estudios ni ser una persona sobreinformada para comprenderlo. Ni para concluir la gravedad extrema de la cuestión.
Esa misma nitidez explica la velocidad que el asunto cobró en la Justicia: aquí no hay sociedades offshore, complejas redes de testaferros ni cheques cifrados que esconden operaciones oscuras.
El 6 de agosto, la expareja de Fernández pidió el desarchivo del anexo reservado que se había labrado el 28 de junio para consignar las sospechas y los indicios que el juez Julián Ercolini había hallado casualmente en el teléfono de la secretaria privada de Alberto Fernández, María Cantero, con fotos, mensajes y capturas de pantalla en los que Fabiola le contaba a su amiga que el presidente la golpeaba y le pedía ayuda. En ese acto revirtió su decisión inicial de no denunciar al expresidente y, por el contrario, solicitó al juez que la cuide de él y lo mantenga lejos de su casa y de su teléfono. Ercolini estableció una barrera perimetral a Fernández, a quien además le prohibió salir de la Argentina.
En tres semanas, el expediente judicial acumuló una declaración detallada de Yañez sobre las supuestas humillaciones, hostigamientos y golpizas que su pareja le habría propinado desde 2016 hasta este año, en las que -según declaró- no faltaron patadas contra su vientre de embarazada, ahorcamientos, zarandeos, puñetazos y, en el último año de la estadía de Fernández en el poder, cachetazos diarios.
Los primeros testigos confirmaron la denuncia de la joven rotundamente, como lo hizo Cantero, o no la desmintieron, como intentó zafar el exintendente de Olivos y compinche del expresidente desde años, Daniel Rodríguez.
«Alguien la incentivó a denunciarlo»: Alberto Fernández negó las graves acusaciones de Fabiola Yáñez
Mientras, la querella prepara documentos médicos, más chats e imágenes, y una nueva lista de testigos para escuchar.
Si el fiscal Ramiro González mantiene este ritmo, es muy probable que Fernández sea citado a indagatoria antes de octubre, y que sea procesado a más tardar en noviembre y que la instrucción del caso sea cerrada y elevada a juicio oral antes de fin de año.
El expresidente necesitará de una pericia extrema -que hasta ahora no le conocemos- o una mano muy grande de suerte para evitar que las audiencias orales no comiencen en 2025, que además es un año electoral.
Y entonces el caso terminará de revelar su otro costado, que hoy apenas comenzó a insinuarse: cuánto daño le causará al peronismo la bomba en profundidad que cayó sobre su sobreactuado relato feminista, progresista, defensor de los derechos humanos, portador único y absoluto -porque así se proclamaba desde las alturas del púlpito público- de las banderas de la civilización más avanzada y bienpensante.
Esa máscara de cera, que venía rayándose desde hace tiempo con hechos y ejemplos que la contradecían, ahora terminó de derretirse al calor de los bofetazos machistas del ahijado personal de Cristina Kirchner, expresidente de la Nación y hasta hace unos pocos días titular del Partido Justicialista Nacional.
Sin hacer especulaciones incomprobables, aún con la más timorata prudencia se puede prever que gobernadores, legisladores y pretensos candidatos no tendrían un gran incentivo para avivar los rescoldos del fallido frente Unión por la Patria, ni siquiera bajo cualquier otro nombre de fantasía.
En ese marasmo, desprovistas ya de cualquier salvavidas luego del fraude de su protegido Nicolás Maduro en Venezuela y ahora del affaire Alberto Fernández, las huestes kirchneristas tendrán que hacer el más grande esfuerzo de imaginación para conseguir una nueva vida política. Desde luego, pueden volver a apelar a la hipocresía, pero ese recurso también luce agotado.
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