Es tan impresionante el giro que hace el Gobierno con la asunción y los anuncios de Sergio Massa, que conviene ante todo ejercitar la precaución.
El kirchnerismo, que ha hecho un culto de gastarse todo y no dejar caja en pie, promete orden fiscal, tarifazo y ajuste.
Ni siquiera decir que la situación agónica en que se encuentra el país no dejaba mucho margen les aporta inmediata credibilidad. Como dicen los norteamericanos, mejor esperar y ver, sobre todo, y sin ánimo de ofender a nadie, porque, en muchos sentidos, el esbozo de plan de Massa aún flota en varias nebulosas.
¿Se le puede creer o estamos ante la escenificación de un calmante para los mercados? ¿Realmente cumplirán con el brusco parate a la emisión en un Estado kirchnerista acostumbrado al dispendio serial? ¿O sólo será una mímica desesperada para que les presten esos dólares que ya no están? ¿Qué dice la ausencia de Cristina Kirchner y su hijo a la asunción?
¿Respaldarán en serio el trabajo sucio que le encomiendan al tigrense o están agazapados para culparlo en la primera de cambio cuando el costo político de los aumentos de luz, gas y agua se sienta en la calle? ¿Los mismos que mostraron total falta de austeridad invitando 500 personas a la asunción de un ministro ahora van a ser los adalides de ordenar las cuentas? ¿O simplemente estamos ante un nuevo simulacro?
Cristina Kirchner, que inventó el Alberto Moderado para volver al poder, ahora inventa el Massa Ortodoxo para quedarse en el poder. Si a Alberto Fernández le hizo la vida imposible y no lo dejó ejecutar un ordenamiento que era mucho menos doloroso dos años atrás, ¿por qué creerle que ahora de pronto todo aquello contra lo que militaron es ni más ni menos lo que proponen como su propia receta?
En el medio, es imposible dejar de prestar atención a la total humillación a la que se ha sometido al presidente y a la que el presidente se ha dejado someter. Hay una fotografía tomada inmediatamente después de la jura, en la que mientras Sergio Massa se queda en el centro de la escena, a un costado se va cabizbajo e intrascendente, en las sombras y fuera de foco, el propio Presidente de la Nación.
“La señora”, la gran titiritera, cambia los muñequitos en la función teatral aunque no tenga nada que ver con las formas institucionales. Alguien me describía los hechos con la terminología de la ciencia política más básica: golpe de palacio, teoría política, capítulo 1. El propio Massa dialogaba en su presentación con sus ínfulas mesiánicas de origen: “No soy súper nada, ni mago, ni salvador”.
El temor a que todo sea “súper nada” es fundado. El kirchnerismo nunca hizo un ajuste, siempre apeló a manotear cajas, subir impuestos, poner cepos en la economía y acusar de neoliberales a los que propusieran lo contrario. Quizás les hizo falta llegar a hocicar la hiperinflación para entrar en razones. ¿O estamos ante un nuevo camuflaje que le permitirá a la señora despegarse a su debido momento y, mientras tanto, cambiar la conversación? Que se hable menos de la corrupción que está quedando expuesta en la causa Vialidad, y más del novedoso príncipe consorte que los kirchneristas de paladar negro se muerden los labios para no criticar.
Aunque no todos. La exembajadora en Venezuela Alicia Castro, no se guardó lo que pensaba en su cuenta de Twitter: “Sin votos del pueblo, jugando contra el kirchnerismo, aliado de la Embajada; socio del carcelero Gerardo Morales, pagando con Macri la usura a los buitres y legalizando la estafa entre Macri y el FMI en el Congreso, Sergio Massa se hace de la suma del poder público”, escribió, agregándole un irónico “Borom bom bon”. Eso piensa realmente el kirchnerismo.
Ya no sorprende -en ciertas geografías del círculo rojo y de los medios- que algunos sean fáciles para la hipnosis y lo suficientemente cándidos para la chatarra de la ilusión, pero mejor no olvidar de dónde venimos. Por mucho menos, a Mauricio Macri le tiraron toneladas de piedras en el Congreso.
El diputado Luciano Laspina lo puso palabras más irónicas: “Están admitiendo que teníamos razón. Están reconociendo que hicieron un desastre”.
Habrá que ver para creer. Sergio Massa, el tercer ministro de economía en un mes, luego de una corrida fenomenal, y que llega luego de conspiraciones internas que dejaron desdibujado y desmantelado de poder al presidente, es el primer titular de esta cartera sin título en ciencias exactas y tiene una historia política de inexplicables contorsiones. Hábil lobbista, con indeclinable ambición, se había visto a sí mismo en el mismo precipicio de imagen negativa que Cristina, Máximo y Alberto, y quizás explique su euforia que logró la virtual presidencia salteándose la ardua tarea de ganarla.
Pero no se puede olvidar la trayectoria de la gente a la hora de asignarle credibilidad. El expresidente del Banco Central Alfonso Prat Gay manifestó su desconfianza. Luego de los anuncios de Sergio Massa, sólo tuiteó tres emojis de humo.
La economía argentina está en una situación tan grave, que en los hechos no queda otra que encarar un ajuste fiscal. Quizás, el terror al colapso fue suficiente combustible para que la señora Kirchner volanteara hasta ser una conversa del mercado. Pero, amigos, mejor, ver para creer.
Alguien notaba en las horas burbujeantes de la asunción de Massa, que muchos en el oficialismo respiraban aliviados porque esta movida les hacía sentir que había chances de no perder el poder en 2023. Habría que ver qué dijeron luego de escuchar a Massa. Este ejercicio periodístico de desconfianza, está sustentado en la más sobria y precisa revisión de los antecedentes. Y como se aprende a lo largo de la vida, la gente no cambia. Menos si se abrazaron a la ideología hasta cuando estaba en juego la vida de los argentinos, bloqueando la llegada de vacunas sólo porque eran norteamericanas.
Los autores del Plan Platita 1, 2 y 3 dicen que van a parar la maquinita. La única verdad será la realidad. Hay gente a la que no se le compra de una un auto usado.