Por Lana Montalban
No estoy segura si lo que me mueve a escribir esta reflexión de fin de año es mi fuerte instinto maternal -podría ser mi hijo- o es por empatía. Me resulta relativamente fácil ponerme en el lugar de otros y por eso sufro por tantas cosas que no me suceden personalmente.
En el caso de Lío Messi, parafraseando al libro de José María Firpo, “qué porquería es ser Lionel”. Imagínate que no haya lugar en el planeta donde no te conozcan y te adoren al punto tal que hasta tus propios vecinos inunden el frente de tu casa, después de una agotadora gira, un viaje de casi diecinueve horas y una noche de tres horas de sueño no reparador y seguramente un jetlag que les durará por un par de semanas.
Y si agregamos a eso un día encima de un autobús en el que casi te degüella un cable, te lincha una turba enardecida (con amor, claro…pero hay amores que matan), te desprotege un pseudo-presidente despechado, y seguramente te aseguraste alguna célula cancerosa tras pasar ocho horas al sol sin protección quedando como una salchicha a la parrilla.
Es cierto y asombroso cómo ese chiquito que todos vimos en un vídeo compartiendo su sueño de jugar en un mundial, lo logró, convirtiéndose en una leyenda viva. Pero ahora que es un hombre, casado y con hijos, ¿qué precio vale esa fama y fortuna?
Cuando el planeta entero se ha convertido en un paparazzi con una cámara en la mano, la privacidad ajena es un comodity carísimo o, al contrario, carece de valor.
En épocas pasadas, la orientación sexual de una persona podía destruir su carrera. Por eso, ya muriendo de SIDA nos enteramos que la estrella de Hollywood que había roto miles de corazones femeninos, Rock Hudson, era gay. Hoy, salen del closet y son aplaudidos. Por suerte. Vanessa Williams perdió el título de Miss América porque unas fotografías suyas desnuda, sin su autorización, fueron publicadas por la revista Penthouse.
Es para decir “que la inocencia te valga” cuando un par de décadas después, fue un vídeo sexual lo que hizo famosa y eventualmente muy rica a Kim Kardashian.
Antes, las celebridades se escondían tras murallas, o disfraces cuando salían de sus fortalezas. Ahora hacen diariamente vídeos en tiktok para no perder vigencia. Y eso le dio al público un tácito permiso de acercamiento y de traspaso de límites que seguramente no tiene vuelta atrás.
Messi es joven y su familia también. Por más extraordinario que sea, la vida útil de un jugador profesional es limitada. Pero su fama mundial será eterna. Circula asimismo un video de él, muy joven, mirando directamente a cámara y diciendo: «Recuerden este nombre: Lío Messi». Es evidentemente lo que quería y lo logró a una escala que nadie podría imaginar. Incluso él mismo.
He visto personajes famosos del mundo entero, en este último mundial, portando la camiseta albiceleste, entonando cánticos de cancha típicamente argentinos aun siendo gente que ni habla español y mencionando el nombre del ídolo. Un ídolo que reemplaza a otro…, quien dejó innumerables malos ejemplos.
A partir de ahora su más famosa «explosión» será recordada por siempre: «¿qué mirás bobo? Andá pa’llá». ¡Qué diferencia!
Me viene a la memoria la anécdota de hace décadas de un colega periodista, contando que estaba como corresponsal en una zona de guerra. Un grupo de rebeldes lo sorprende con su camarógrafo y les apuntan con armas largas directamente como para ejecutarlos. Se le ocurrió gritar: “¡Argentina! ¡Maradona!”. Los hombres sonrieron, bajaron las armas y los dejaron ir. La palabra “Maradona” les salvó la vida.
Messi es un verdadero ídolo. Venció todas las barreras. Desde un problema médico que podría haber coartado su carrera deportiva, hasta el desarraigo. Mantuvo sus afectos y tiene un matrimonio sólido con una familia sana.
Hoy, el salvoconducto es Messi. Me pregunto si él y su familia tienen un salvoconducto para una vida que se asemeje a algo «normal».