Por Lana Montalban
Lionel Messi es un hombre joven, quien alcanzó el pináculo de su carrera profesional venciendo obstáculos aparentemente insalvables, como un problema con la hormona del crecimiento que habría quebrado a la mayoría de los humanos, y para él pareció haber sido sólo un incentivo más.
Con millones de personas que en un momento le gritaban «pecho frío» y otras expresiones poco felices, él siguió, como una persona que sabe lo que significa el valor del esfuerzo personal y la obtención de las metas deseadas.
Hoy es reconocido en todo el planeta, algo que muy pocos seres humanos de los casi ocho mil millones que somos podemos decir. Pero ese reconocimiento, claro, tiene un precio. Es imposible imaginase en sus zapatos (¿o debo decir botines?). Aquellas cosas cotidianas que todos disfrutamos o sufrimos son una imposibilidad para él.
Salir tranquilamente a comer afuera. Ir a ver una película con la familia. Pasar un día en la plaza o la playa. Caminar un rato por la calle. Ir de compras. Sacar a pasear al perro o poner la basura afuera. Para él y su familia es un trámite que requiere planificación anticipada, personal de seguridad y vaya a saber cuántas cosas más. El cariño masivo de la gente representa un peligro para su seguridad.
Ahora que viene a vivir a Miami, no me extrañaría que les hubiera encantado residir en la lindísima isla de Key Biscayne, donde se quedaron de vacaciones hace un tiempo. Pero el tema seguridad no es fácilmente controlable. No hay barrios cerrados, las casas que están sobre el agua permitirían a cualquiera con un botecito acercarse demasiado y, al ser una isla, los terrenos son caros pero reducidos. Durante su estadía tenía una guardia permanente de admiradores y fanáticos en la puerta de la propiedad que alquilaban. Con buenas intenciones y con cariño, quiero imaginar. Pero tan molestos para la privacidad del ídolo como un enjambre de abejas.
Ya salió en los medios de todo el mundo que tiene departamentos en un edificio de lujo de Sunny Isles. Ante semejante exposición, es posible que estén buscando otras alternativas.
Es cierto que muchos quisieran tener ese tipo de problemas. Pero la realidad es que solo quien lo vive sabe realmente de qué se trata.
Cuando era niña, mis padres eran amigos de una pareja dueña de una empresa exitosa. Yo jugaba con sus hijos y sentía ciertos celos porque frente a mis 3 muñecas esa niña tenía una colección enorme de ellas y muchas cosas materiales más que para mí eran solo algo que veía en las películas. Pero también recuerdo otra cosa. Vivían en una manzana completa del conurbano, antes de la moda de los barrios cerrados. La casa quedaba en el medio del terreno, con garitas de seguridad en cada esquina. Los hijos iban a la escuela escoltados por guardias de seguridad armados, en autos blindados. Una especie de jaula de oro llena de cosas materiales. Pero jaula al fin.
Los Messi dan la sensación de estar criando bien a sus hijos dentro de las limitaciones del caso. Con ambos padres de pies firmes sobre la tierra no sería de extrañar que sus hijos terminen siendo buena gente, sencillos, a diferencia de muchas personas que crecen en la opulencia que ellos disfrutan, y se transforman en seres desconectados de la realidad terrenal y hasta con tendencias al maltrato al personal de servicio. Lo he visto muchas veces.
No parece que sus raíces humildes se hayan modificado a pesar del éxito y la fortuna. De hecho, presenciamos cómo hace poco tiempo «el mejor jugador del mundo», según muchos, salió humildemente a pedir disculpas por un viaje que supuestamente no había caído bien a los dirigentes de su anterior club o quizás a los fanáticos. En una situación similar, la mayoría de los humanos habría dicho «ni loco te hago ese video» y dado un portazo de salida. Él lo hizo y no se le cayó ningún anillo. Al contrario. Sus acciones como ser humano subieron, y las de su club, bajaron estrepitosamente.
Pero de alguna forma, tanta fama y riqueza, el hecho de ser identificado en cualquier lugar del planeta -menos en alguna tribu desconectada del Amazonas, supongo-, es una limitación. Bien dicen que hay que ser cuidadoso con lo que uno desea porque, quizás, se cumpla.
Su sola presencia en el sur de La Florida está cambiando el paisaje. Se especula con el crecimiento del deporte que hasta el momento no es de los más populares en EEUU, hasta un influjo de negocios de todo tipo. Sólo por la presencia de Messi.
No importa si al final de su contrato con el Inter de Miami, en unos años, decide retirarse o seguir en el negocio como se rumorea: al frente de un club. Lo cierto es que su fama no es como la caspa. Nunca podrá barrerla de sus hombros ni encontrar un shampoo que la combata.
Algún día, si tiene la fortuna de envejecer hasta los 99, probablemente será un viejito arrugado, quizás encorvado, siempre tatuado…y, sin ninguna duda, siempre famoso.