Por Carlos Souto (*)
Max Weber fue un sociólogo muy famoso que escribió sobre sociología, economía y política, y hoy es respetado en lo académico por todo el arco ideológico y en todo el mundo. En su libro “Economía y Sociedad” describe con detalle la aparición de lo que llama “líderes carismáticos”, o sea, los tipos que con un discurso disruptivo o populista arman un partido nuevo, una nueva fuerza social y se encaraman en el poder por sí mismos, por afuera de lo establecido: outsiders.
Esta sería la versión ultrasimple. Y eso es, técnicamente, Milei. Que es presidente más por “pechito argentino” que por ninguna otra cosa.
La asunción de Milei, la batalla simbólica y los desafíos de la realidad
Este tipo de líderes pueden ser tanto de izquierda como de derecha, no importa. Lo que importa es que la gente los elige cuando se harta de todo lo demás, cuando la corrupción se naturaliza y, por último, cuando se ostenta lo robado sin pudor. Ya surgieron estos personajes en tantos lugares y continentes que hoy la lista de los países relevantes del planeta donde no sucedió este fenómeno es muy corta. Con matices, se ha impuesto una nueva práctica política, que absorbe la democracia y se alimenta de su savia, pero que no es hermana, y a veces ni prima lejana de la original.
Este tipo de gobiernos se caracteriza por lo diferencial de su comunicación, ya que los líderes carismáticos pasan a ser los únicos voceros verdaderos y determinantes para su causa, el resto es meramente coral.
Entonces cunden las sabatinas, como las de Rafael Correa, o las mañaneras como las de Andrés Manuel López Obrador; cualquier formato en que el líder le da al pueblo su versión de cada hecho relevante y suele con esa herramienta distraerlos de lo importante o negativo para él. Su narrativa puede ser surrealista, pero la pintan de colores, la repiten sin cesar y la actúan.
Sin embargo, Milei no cae en las generales de la ley, ya lo dice su apellido. En el caso del presidente argentino todo esto sucede de manera peculiar, no miente, sino que, al contrario, escupe verdades dolorosas.
Por otro lado tiene unos cuántos voceros creíbles, aunque muy mezclados con algunas “joyitas de colección” que la verdad no deberían abrir la boca.
Hablemos de los buenos: Manuel Adorni (el vocero oficial) ya es de por sí Schopenhauer al lado de Gabriela Cerruti, la bruta kirchnerista que atendió al periodismo en los últimos años. Fin.
Diana Mondino ha demostrado una clase especial para conectarse con el mundo, con un estilo también contrastante con el vergonzante funcionario anterior que ni sabía inglés y menos por qué estaba ahí.
Y siguen las firmas de los voceros de Milei, Toto Caputo para la economía, la vice Villaruel para los DDHH, Patricia Bullrich para enfrentar a los piratas del asfalto, motochorros, narcos, todos los estereotipos criminales de Netflix, y Sturzenegger, claro, para anunciar un mañana desburocratizado, capitalista y feliz. Pero no son tan relevantes sin las sentencias del líder carismático.
Su hermana es poderosa, pero como vocera no funciona, ni siquiera quiere serlo; por su lado, Fátima imitaría muy bien a una vocera presidencial, pero la descubrirían en medio minuto. O sea, hablamos todos y de a uno.
Entonces por fin llegamos al error técnico, que no quiero ni pensar en cuánto lo lamentaremos cuando el desgaste opositor arrecie, algo que todavía no pasó. Milei no ha organizado aún su comunicación como es debido, tal vez creyendo que la ventaja competitiva sobre el kirchnerismo, que pauperizó tanto intelectualmente a la sociedad, ya no sirve para reactivarlo. Y sí, sirve.
La comunicación del gobierno tiene que construir y estimular una narrativa propia de mediano plazo. Contarnos esta épica desde lo humano y no desde lo técnico, porque lo de Milei es una épica única, y contarla mal es una picardía.
El proceso que inició Milei es entendible y claro, y muchos argentinos están dispuestos a apoyarlo, pero tiene que aparecer, además, como algo humanamente comprensible: exponer un punto de vista externo acerca de lo que la gente está viviendo.
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Lo entendible está dispuesto en el pilón de fotocopias que Sturzenegger se rompió el coco ordenando. Además, lo explican bastante bien, al menos con crudas palabras y sin eufemismos. Falta comprender para poder aceptar, y eso no es únicamente racional, es también emocional. Si Milei no gana las dos batallas en la mente y el corazón de cada persona, si tan solo pierde una, ese soldado va a desertar.
Hacen falta visión de conjunto, misión e insumos de comunicación coherentes y expresivos. No alcanza con lo efectista que genere su propia persona visitando la Antártida, eso no alcanzará para cubrirnos cuando los peronistas en conjunto y el kirchnerismo residual organicen su tormenta de arena.
Necesitan ya mismo tener un canal de comunicación con los ciudadanos que hable por encima de cada ego gobernante. Porque lo que se necesita en este caso crítico es aguante, y eso es casi más emocional que racional.
Verdaderamente espero que la vean, porque si no la ven y caen en lugares comunes van a equipararse mucho con otras conversaciones de gobiernos anteriores, y eso no augura nada bueno.
(*) Carlos Souto es un reconocido consultor político surgido en la Argentina. De origen español, es considerado uno de los principales referentes de la comunicación política en Latinoamérica, y se ha consolidado en la última década también en el mercado de Oriente Próximo.