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Némesis: por qué Milei y Maduro se necesitan el uno al otro
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Némesis: por qué Milei y Maduro se necesitan el uno al otro

Por Alfredo Casado

El Papa Francisco divide aguas en Argentina. Recibió respuestas duras y también apoyos edulcorados tras sus últimas apariciones. Nicolás Maduro y Javier Milei se pelean y usan a sus Estados para propagar sus emociones. Y la sociedad veleta -no solo los políticos- se inmola en discusiones ideológicas de simpatía o condena según como el viento sople en el momento que le toque vivir.

La nochecita en que Bergoglio fue nombrado Papa, la presidenta Cristina Fernández, en un acto en Tecnópolis apenas dijo en su discurso que un argentino había sido el designado. Jorge Bergoglio desde hacía años se había convertido para los antiperonistas, y en especial los anti K, en una suerte de símbolo de resistencia ante lo que consideraban el oprobio de “la banda patagónica corrupta”. Por el contrario, los militantes veían en el prelado una suerte de reencarnación de la iglesia socia de la Libertadora en el ‘55.

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Poco tiempo después todo cambió. Ver a Cristina en el Vaticano, engolada y llena de regalos, comenzó a generar desconfianza en ese Papa que la recibía sonriente. En el otro extremo, para los pibes y las pibas, flamantes “soldados de CFK,” ya no era un reaccionario conservador; y mucho más cuando Su Santidad le ponía a Macri un rostro enjuto y le concedía menos tiempo de audiencia.

Para sumar a la vorágine, Maduro, al frente del régimen venezolano, y Milei, ganador legal de elecciones en Argentina, se incriminan uno al otro y apelan a jueces amigos para querer meterse presos entre ellos. La Interpol mira azorada y nada prosperará más allá de los fuegos de artificio verbales.

Retóricas de los nuevos tiempos. Aunque Hugo Chávez siempre jugó ese tipo de partidos con reconocida maestría. Se recuerda el grito de “azufre” en las Naciones Unidas cuando le tocó hablar tras el paso de Bush hijo.

El Papa y Maduro son ejes de conflicto permanente en parte de la Argentina. En el caso de Francisco, porque no termina, o tal vez sí, de definir en qué lugar posicionarse y cuando lo hace en general no corre por la vereda de la derecha.

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Maduro es un aprendiz al lado del Comandante muerto. Pero, además de perfeccionar los resortes autoritarios del régimen, algo mejoró en sus manejos comunicacionales. Milei aturdió de barrabasadas y agresiones al electorado argentino pero también es un Presidente elegido, que dio continuidad a su campaña política electoral, lo que le permitió mantener un alto nivel de confianza pública, al menos hasta este último mes. La encuesta de la Universidad Di Tella da cuenta de una baja importante en esa credibilidad y lo ubica por debajo de lo que medían Macri y Alberto Fernández, si se toma en cuenta el mismo tiempo de mandato.

El Papa, Maduro, Milei, CFK, el Vaticano, las Naciones Unidas. Personaje, jefes de Estado, máxima autoridad de la Iglesia y el epicentro mundial de las naciones son elementos de las contradicciones, no exclusivas de los políticos a quienes siempre se les echa la culpa de todo, sino de una sociedad extraña, que juega como un péndulo y que atribuye esos vaivenes, casi siempre, a los problemas de bolsillo, a las pasiones o a la televisión.

Un conjunto social que era muy permeable a los medios electrónicos, lo es aún más en la nueva era de las redes, formato al que el peronismo llegó tarde y Milei muy temprano.

La locura por los extremos, como si se tratara de una enfervorizada charla de café futbolero, es un fenómeno general en un mundo careciente de líderes de envergadura. El escándalo, la bravuconada, la provocación, el desparpajo, las frases agresivas, el circo mediático y hasta la mentira no se disimulan, se estimulan en el mundo digital.

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El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti le dijo un día a este reportero que es imprescindible que los pueblos también examinen sus conductas, sus idas y sus vueltas. El concepto cobra aún más valor en tiempos encolerizados, donde el contrapunto (como, por ejemplo, el de Maduro y Milei) tiene fines demasiado evidentes.

El episodio entre los mandatarios latinoamericanos no deja de ser menor al lado de la figura universal de Francisco, con y sin Grabois, o de Donald Trump y sus fake sobre inmigrantes y gatos en un debate presidencial donde se dirimió el poder de la primera potencia mundial.

En el caso de los presidentes de Venezuela y Argentina, la trama de su enfrentamiento retroalimenta mediáticamente sus figuras. Y así como un día la Cuba de Fidel terminó siendo funcional a EEUU, Maduro y Milei en sus diatribas exacerban la lógica de los fanáticos que los siguen. Y los posiciona, les otorga un plus que quizás no tendrían si todo fuera más “normal”.

Ocurre que los tiempos cambiaron. Las derechas conservadoras también. La rebeldía y el manejo de una tribuna eran, en los 60, propiedad de revolucionarios como el Che Guevara. Cuando el comandante argentino-cubano fue a la ONU, en 1964, cerró su discurso con un apoteótico “¡Patria o Muerte!”. Las juventudes, y el sistema, lo hicieron remera.

Javier Milei, en el mismo estrado, sesenta años después, atacó a la organización de naciones, la acusó de ideologizada. Quiere ser el eje central de la ultraderecha del mundo y se fue al grito de “¡Viva la libertad, carajo!”. Algunas juventudes también lo aclaman.

Cambia, todo cambia dice la canción. Para un lado o para el otro, para que nada cambie.

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