Por Lana Montalban
Quizás muchos, al leer mis «Recomendaciones de Miércoles» en Instagram, crean que soy una exagerada cuando hablo de reutilizar el hilo dental; o viajar especialmente a un sitio a reciclar mis plásticos y aluminios acumulados semana a semana (después de lavarlos y secarlos); o cómo junto los pelos de mis gatas y la pelusa de mi secarropas para una compañía sin fines de lucro, que los usa para fabricar alfombras que absorben aceite y petróleo, y así salvar al medio-ambiente de los derrames «accidentales», que de tan habituales más parecen ser a propósito.
Aprovecho todas las cascaras de frutas y verduras y hasta cascaras de huevo, los guardo en el freezer y de vez en cuando, con agua, los pongo en la licuadora y riego las plantas. Menos basura y más nutrientes para el jardín.
Las consecuencias de la sequía y el calor extremo: escacez de agua y muertes
La lista sigue con mi voluntariado para atrapar y operar gatitos callejeros, así dejan de reproducirse sin fin, con la meta de que haya menos animales que sufran, y frenar el impacto ambiental de esta reproducción sin control. Los gatos salvajes matan una cantidad alucinante de aves y otros animales, rompiendo el equilibrio ecológico natural (incluso tu gato doméstico es un asesino en potencia, aunque no mate por hambre).
Si, quizás soy una exagerada. Pero considero que lo que ciertamente no es reciclable, es nuestro planeta. Me da la sensación que la mayoría de los habitantes del mismo no tiene ciento por ciento de conciencia de que es nuestro único hogar, irremplazable. No hay «plan B». No hay Elon Musk que nos lleve a todos a ninguna otra parte. Estamos acá, para siempre.
Cuando el hombre de las cavernas cazaba a los mamuts, cuando Leonardo Da Vinci creaba “La Gioconda” o cuando San Martín cruzaba Los Andes el agua que existía en el planeta era el mismo que cuando la naturaleza -o Dios, dependiendo de tus creencias- creó esta esfera azul increíble que flota en la vía Láctea. Desde entonces, nada ni nadie ha traído «más agua» al mismo. No hay posibilidades de importarla de otros planetas en las cantidades necesarias para mantener la vida de todos.
Sin embargo, la tratamos como algo descartable, sin importancia, renovable. No lo es.
¿Cuánto tiempo puede vivir un humano sin agua? Unos tres días. Nada más. Listo. Eso es todo.
Sin embargo, seguimos regando nuestros jardines y canchas de golf, llenando nuestras piscinas, lavando nuestros autos, dejando el grifo abierto mientras nos afeitamos, nos damos placenteras y largas duchas. Todo sin la menor conciencia de que sin agua ninguno de nosotros podría vivir más de tres días.
Tuve la fortuna de vivir en varios lugares con playa, como ahora, en Miami. Salgo a caminar con una bolsita que vuelve llena de plásticos, ya que muchos humanos parecen confundir al océano, ese gigantesco pulmón que nos provee de oxígeno, con un gran basural a cielo abierto. Y hace años que llevo también una cuchilla, con la esperanza de salvarle la vida a un ave o una tortuga marina atrapada en una red de pesca abandonada. No invento. Mis vecinos pueden atestiguar.
Hoy escuchaba un informe sobre el Río Colorado, que surte de agua potable a millones de norteamericanos y mexicanos, y que se encuentra en una crisis sin precedentes tras 23 años de sequía. Y a eso se suman los curiosos testimonios de vecinos de Las Vegas, una ciudad creada en medio de un desierto, quienes se negaban a cumplir con las restricciones y transformar sus verdes jardines en jardines de cactus.
La falta de conciencia es total. Vemos cambios en el clima, trágicas inundaciones repentinas, sequías asesinas y todo tipo de eventos «naturales sin precedentes», mientras seguimos bailando en la cubierta del Titanic. Como si nada.
El agua que tenemos hoy, será el agua que necesitarán nuestros hijos -y sus hijos- para vivir.
Una frase atribuida a Nelson Henderson, dice: «El verdadero significado de la vida es plantar árboles, cuya sombra no esperas disfrutar». Quizás es hora que «todos seamos un poco más exagerados» y empecemos a cuidar nuestro planeta sin la necesidad que «papá Estado» nos ordene hacerlo mediante restricciones, edictos o multas.
Como dijo Sir David Attenborough, el planeta tierra, sin nosotros, «florecerá como el jardín del Edén». No tenemos que temer por el planeta.
La responsabilidad de que «un futuro para nosotros exista» es de todos.