La franquicia peronista llamada kirchnerismo se ha convertido en un despojo político. Es de esperar que en su estrepitosa debacle arrastre a la mayor cantidad de dirigentes del peronismo, que es la casa matriz de la decadencia argentina.
Pese al denodado esfuerzo de miembros del círculo rojo, que al comienzo de esta experiencia patética de gobierno nos ilustraban acerca de las virtudes del inenarrable Alberto Fernández, en estos días se puede ver el fabuloso espectáculo de decadencia que muchos descontábamos.
CFK, en un paso más de su deriva absoluta, ordenó a Pelele Fernández que no cumpliera el fallo de la Corte por los fondos robados a la Ciudad de Buenos Aires. El Presidente se apuró a cumplir la orden en una reunión de gobernadores del PJ, en la que los gobernadores se lanzaron decididos a hacer caso a la orden de CFK y manifestaron imbecilidades acerca del federalismo. Salieron todos felices a mostrar que repetían las estrategias que habían llevado adelante gente como Chávez y Maduro. O sea, confirmaron la pertenencia del peronismo al lado oscuro del mundo.
Unas horas después, vieron el estropicio internacional que habían llevado a cabo y Fernández salió con un camino intermedio diciendo que pagarían. En ese acto encendieron la fotocopiadora e imprimieron unos bonos de valor incierto y que poca gente conoce. El peronismo es un ladrón que te roba dinero en efectivo y que, cuando lo descubren y le ordenan que devuelva lo robado, entrega unos papelitos sucios recogidos de la calle.
En el mundo real, la seguridad jurídica es un concepto supremo a la hora de evaluar inversiones o de colocar deuda en el mercado. Argentina es un apestado financiero. Cuando un país se encuentra en esa situación, hay que hacer y mostrar cosas para que el mundo vea que existe vocación de dejar esa condición. Ir en contra del estado de derecho y desconocer fallos judiciales es la mejor garantía para ser considerado apestado supremo.
Cuando se dieron cuenta de eso, tomaron la peor decisión: en lugar de acatar el fallo y empezar a transferir los fondos, dijeron que iban a pagar con unos bonos que no conoce nadie. Un paso más hacia la marginalidad mundial y una muestra más de que no hay peronistas con escrúpulos: cuando salió la orden de atacar el Estado de derecho y desconocer un fallo de la Corte, todos acataron la orden. No hubo voces disonantes en el marco del PJ. Fueron todos mansamente detrás de una propuesta golpista.
Este hecho debe hacer reflexionar a sectores de la oposición, que cada tanto se suben a reclamos del círculo rojo y enarbolan el pavote discurso de “cerrar la grieta”. No existe la grieta cuando la distinción es entre respetar el Estado de derecho o no respetarlo. Pretender que hay que dos bloques que se deben amigar entre los que respetan la ley y los que no la respetan es una imbecilidad (o una canallada).
No ayudan los opositores que se suman a ese discurso de forma tilinga. Es el discurso de los que quieren que la Argentina parezca que cambia, pero que ningún cambio de fondo se produzca. Por eso, es el discurso del empresariado prebendario que vive del Estado, de los políticos que viven de armar aparatos políticos con dinero público y de los medios de comunicación que representan a esos empresarios y a esos políticos. La Argentina corporativa defendiéndose del avance ciudadano y cuidando intereses que muchas veces son inconfesables.
Lo que hace falta en la Argentina es una marea ciudadana que se traduzca en votos y en actitud de cambio.
El kichnerismo está muerto. Solo les queda jugar a la revolución como hace el impresentable de Grabois (el amigo de Bergoglio) en la Patagonia. CFK dice tonterías acerca de proscripciones porque sabe que si se presentara a elecciones recibiría una derrota histórica. Ahora hay que estar atentos a la maniobras de un establishment que solo quiere cambios cosméticos. Son lo que hablan de “cerrar la grieta” porque están cuidando a los que les cuidan los negocios.
Terminar con el kirchnerismo es fácil. El gran tema es que los mercaderes de la decadencia están siempre alertas y cuidando sus privilegios.
No se sale de la decadencia con una agenda de cambios cosméticos. No se sale de la decadencia teniendo de compañeros de ruta a los padres de la decadencia.