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Opinión – Un gobierno que no puede ofrecer presente menos puede ofrecer futuro
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Opinión – Un gobierno que no puede ofrecer presente menos puede ofrecer futuro

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Por Cristina Pérez

La crisis tiene un efecto revelador: termina con las excusas, con las justificaciones y con el verso. Con los padecimientos de la gente en carne viva, no hay relato que aguante. Sólo en estas horas tres capas del iceberg que ya se volvieron inocultables emergieron con toda su gravedad y contundencia como agenda inexcusable: Inflación, Pobreza y Narcotráfico. Tres jinetes de nuestro apocalipsis que cabalgan especialmente asociados en los territorios abandonados por la desidia, colonizados por la dependencia del estado y donde muchas veces los que mandan son los narcos.

Sin embargo, el empobrecimiento recorre todos los estratos sociales en forma fulminante. Va a tiro de los aumentos de precios que destruyen la calidad de vida, despojando a las familias sin pausa del acceso a productos o servicios imprescindibles. Jubilados que no pueden comprar remedios o necesitan salir a trabajar. Trabajadores que se vuelven pobres aún con salario en blanco. Son dos escenarios que se volvieron crudamente habituales.

La dinámica de la inflación, que este mes tuvo su más alta marca interanual en 30 años llegando a 58% advierte de una aceleración que enciende otras alertas. Cuando el presidente le respondió a un periodista extranjero intentando justificar con la guerra el porcentaje, el colega le respondió: “Pero ningún país llegó al 60%”. Ustedes dirán que lo increíble a esta altura es que siga en su puesto el secretario de comercio. O que ante la gravedad del asunto el ala cristinista del gobierno sólo busque la manera de forzar otro plan platita. Curitas para una hemorragia. El gobierno no ofrece una salida a la inflación porque no la tiene. Apenas se ilusionan con bajar el ritmo febril a un 4% mensual.

La economista Marina Dal Poggeto le puso dimensión a estos porcentajes y advirtió sin vueltas que “estamos trabajando para llegar a una hiper” y aseguró que el país está cambiando de régimen inflacionario, llegando a un ritmo del 70%”. Lo que tiene en cuenta es algo que se conoce muy bien en los hogares. Los aumentos se dan cada vez en menos tiempo y las paritarias deben realizarse en tres meses y no en seis. Eso, para el que tiene la suerte de contar con una paritaria.

El efecto de esta tragedia en cámara rápida impacta de lleno en los indicadores de pobreza y se expresa en la desilusión, pesimismo y falta de esperanza que muestran la mayoría de las encuestas sobre el humor social.

Al mismo tiempo, marchas como la de ayer, que despliegan una enorme capacidad logística que no tiene una explicación muy clara, revelan una vez más el gerenciamiento de la pobreza y el uso de los pobres para hacer política. Cabe destacar que marcharon partidos y agrupaciones de izquierda pero no los movimientos sociales que responden al gobierno dejando pistas sobre la interna del poder en el inquietante terreno de la calle. El gobierno sólo ha sido eficiente en fabricar pobres y no tiene horizonte para ofrecer. Por eso el presidente habla de su reelección, para generarse un tiempo extra que aún no existe en el que todo será mejor.
La descomposición social que decanta de tanta pobreza ha instalado con aterrador arraigo a un enemigo poderoso al que nadie parece querer frenar. Esto es lo que ha denunciado con graves términos el presidente de la Corte Suprema desde una cumbre judicial sin antecedentes en la zona más caliente del mapa narco: la ciudad de Rosario. “La indiferencia ante el narcotráfico no es neutralidad sino complicidad”, denunció Horacio Rosatti y reclamó decisión política para enfrentarlo. Como señalan los expertos, el nivel de violencia de esa ciudad ofrece un espejo anticipado que aterra si no se actúa a tiempo. “No se puede declamar que se quiere combatir la delincuencia y demorar la designación de jueces”, advirtió. También propuso seguir el camión económico, financiero y contable del negocio. ¿Hasta dónde llegaría ese camino si de verdad lo recorrieran?

“Pocas veces se ha visto una relación tan directa entre calidad institucional y calidad de vida”, sintetizó. Y esa frase puede extenderse a todos los ámbitos. En la cúspide del poder, la fractura bloquea cualquier plan consistente para resolver los problemas y la realidad se puebla de parches de emergencia que ya no disimulan la decandencia. Un gobierno sumido en internas aparece cada vez más desconectado de la realidad de la gente común y desprovisto hasta de explicaciones. Los desvaríos del presidente a la distancia, son un síntoma de su insustancialidad. El Congreso en seis meses no pudo resolver ni los desaguisados de la desastrosa ley de alquileres y allí el oficialismo sólo se dedica a las avanzadas de Cristina Kirchner que usa el parlamento para sus propios fines.
El acuerdo con el Fondo parece el único marco de módica certeza por momentos y su fragilidad por los embates internos autoinfligidos ofrece plazos tan cortos de proyección que no hay expectativa que aguante. El país parece condenado a atravesar un desierto de imposibilidades hasta las elecciones de 2023. Un gobierno que no puede ofrecer presente menos puede ofrecer futuro. Salir de la postración requiere reformas que no pueden realizarse en medio de una feroz interna, sin puentes con la oposición, en guerra con la justicia y los peor: persistiendo en las mismas políticas y repitiendo los mismos errores. El kirchnerismo ya no tiene ni relato para prometer otra cosa. Hoy, son meros administradores de su propia mediocridad y custodios de los impunes. Están ahí para encaramarse en el poder mientras les dure. Ese es el pantano en el que tienen atrapado al país.

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