Por Luis Ignacio Brusco (*)
“Si quieres ganar un adepto para tu causa, convéncelo primero de que eres su amigo Sincero”. ABRAHAM LINCOLN
La toma de decisión política es una de las conductas que más condicionará nuestra vida. A través de una encrucijada racional, instintiva y emocional se producirá un vector final de nuestro comportamiento que impactará en la vida individual y social.
Actualmente se encuentra en boga el estudio del cerebro en las instancias políticas. En tiempos recientes, fueron inauguradas dos subespecialidades de la neurociencia y de la psicología llamadas neuropolítica y psicología política, respectivamente. Ambas forman parte de un área muy importante que estudia la conducta humana, que es la de la toma de decisiones.
En esta línea, existen estudios que explican que, en su mayoría, el electorado de Estados Unidos es demócrata, pero que sin embargo han ganado más elecciones los republicanos, ya que los demócratas no suelen apelar a lo emocional, y los republicanos sí.
¿Podría extrapolarse esto a otros contextos políticos?
Lo cierto es que algunos trabajos, como los del neurocientífico Joseph LeDoux, de Nueva York, muestran que nuestra emoción se “entera” de lo que vemos antes que nuestra conciencia racional, por lo cual no resulta extraño que las influencias de las caras sean un componente importante de la decisión electoral. ¿Quién podría afirmar que no ha visto una situación en la que este fenómeno haya tenido lugar (un prejuicio manifiesto, por ejemplo)?
Esto pone en evidencia que lo visual es clave en la comunicación humana. Por eso la mirada de un candidato apunta a nuestro sistema cerebral instintivo. Los humanos somos seres visuales (macrópticos), diferentes de los demás mamíferos superiores, que son olfatorios (macrosmáticos), por lo cual es lógico que el ingreso visual impacte de lleno en nuestro sistema emocional.
Si bien hay estudios que priorizan la función emocional en la política, dejando para un segundo término la razón y los procesos ideológicos, ellos cuentan con algunas falencias metodológicas, tales como parangonar diferentes culturas y diferentes sistemas electorales.
Los trabajos que observan caras de políticos muestran que ellas indudablemente producen efectos emocionales. Así es que estas investigaciones se aventuran a decir que en menos de un segundo ya hemos sentido una predisposición sobre a quién votar, fundada en quien nos genere mayor empatía. Sin embargo, dejan de lado ciertas cuestiones y olvidan que de lo correlativo no se deriva con necesidad la causa de un efecto, prejuzgando de esta forma a la población. Una sensación visual puede generar un sentimiento instintivo que produzca una toma de decisión inmediata, pero ella puede ser modificada con posterioridad (decisión a largo plazo).
De cualquier forma, sabemos que existen personas que, al recordar, activan solo el hipocampo, mientras que otras personas recuerdan con el hipocampo y la amígdala (sistema emocional), y estas son más influenciables por la presión social.
Con esto en consideración, se ha planteado que las personas con pensamiento conservador tienen mayor desarrollo amigdalino (mayor respuesta al miedo y a la invasión de espacio corporal) y los progresistas, mayor desarrollo de la corteza prefrontal (cingulado), que regula la motivación y la resolución de conflictos. En esa misma línea, un estudio publicado en Current Biology por Read Montague muestra, en resonancias magnéticas funcionales, que al mirar imágenes repulsivas hay una clara diferencia entre los votantes de izquierda y de derecha. Esta es la base fisiológica de la grieta, que será difícil de modificar y que siempre ha existido, aunque con diferentes intensidades.
Nuestro cerebro percibe como una coalición rival los afines a otros partidos; esto puede suceder cuando se habla de grupos musicales o películas. Elegimos y categorizamos a los otros para realizar alianzas o coaliciones. Es importante también tener en cuenta las neuronas en espejo, localizadas en el lóbulo prefrontal, que se “encienden” ante la presencia de cierta empatía con el candidato o con un elector similar. No obstante, esto puede cambiar a partir de la acción o los mensajes posteriores, siendo la toma de decisión electoral un acontecimiento emocional, pero que se va modificado por la razón.
Puede considerarse que nuestra conducta sea el resultado de la lucha entre la emoción y la razón. Michel Gazzaniga, neurocientífico cognitivo, dice que el sistema nervioso está destinado a la toma de decisiones para la supervivencia. Esta definición, aunque peque de reduccionista, finalmente tiene una razón implacable, dado que todos los mamíferos intentamos, a través de nuestros instintos, sobrevivir. Así, dicho en términos darwinianos, sobrevive el más apto.
La neurociencia puede ser aplicada a cuestiones electorales y políticas. Nace así una disciplina derivada del neuromarketing: la neuropolítica. Muy probablemente, la generalización del estudio del funcionamiento del sistema nervioso en diferentes disciplinas sea algo un poco reiterativo y hasta tedioso. Sin embargo, implica la utilización de técnicas, en especial las neuroimágenes y las evaluaciones neurocognitivas, que en la actualidad han revolucionado el estudio del cerebro y de la conducta humana (y también de la de los animales).
Una de las funciones más complejas, difíciles de evaluar, y probablemente la consecuencia final de toda la cognición, es la toma de decisiones. Esta consiste en la elección que hace una persona en plena libertad, sin coacción y con todas las posibilidades abiertas. La toma de decisión puede ser a corto o a largo plazo, y esto difiere mucho en relación tanto con su base neurológica como con la función en sí.
(*) Luis Ignacio Brusco es el actual decano de la Facultad de Medicina de la UBA. Doctor en Medicina y Filosofía. Neurólogo, psiquiatra, investigador, filósofo de la mente y educador. Investigador del CONICET y profesor titular del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la UBA. Presidente de la Asociación Neuropsiquiátrica Argentina (ANA).