Por Carlos Fara (*)
Pase lo pase en las primarias, gane quien gane, lo que hará el próximo presidente o presidenta es una rectificación severa de rumbo económico, so pena de que la Argentina se convierta en un ente ingobernable. Ya no quedan alternativas realistas. De modo que, si bien hay matices sustantivos, al final del camino los cuatro principales aspirantes están mucho menos distanciados de lo que parece en la superficie.
Dado ese enfoque, lo que se empieza a jugar en las PASO son las columnas vertebrales del sistema político tal como lo conocimos hasta acá. En 2003 estuvimos en presencia de un riesgo severo de extinción del radicalismo, el cual se fue recuperando bastante, aunque sigue sin un gran líder.
Este 2023, más allá de los porcentajes que obtenga cada fuerza, pone también sobre la mesa un fuerte cuestionamiento al peronismo en su esencia de “pragmático solucionador de crisis y garantía de gobernabilidad”.
Ya no es solo la expresión política de los sectores medios la que está en capilla –post fracaso del período 2015 a 2019-, sino que por primera vez se genera una alternativa que también convoca al sector popular, además del fenómeno creciente de desafectación con el sistema político, expresado sobre todo en la abstención.
«Apatía», el denominador común en la última semana de campaña
No importa tanto la figura per se de Milei, sino el hecho de que por primera vez aparezca un outsider que pudiese estar en condiciones de desafiar al statu quo de las dos principales coaliciones. Si el libertario obtiene más o menos votos finalmente es lo de menos, sino que alguien haya podido sentarse mano a mano con los dueños de la política durante un rato, ya es un dato en sí mismo sobre la profundidad de la crisis de representación política.
Por eso las primarias, más que una discusión de rumbos, es un gran debate sobre quién tiene la capacidad para reconstituir el tejido básico del sistema de convivencia que permita al mismo tiempo tomar medidas desagradables. La Argentina había tenido históricamente un mecanismo de ampliación democrática que absorbía toda la diversidad social y política, a través de estructuras políticas más o menos consolidadas. Primero fue el radicalismo, luego el peronismo, en los ’80 apareció la Ucedé, en los ’90 el Frepaso, luego se reordenó el esquema con el kirchnerismo, a eso respondió la aparición del PRO, y todo se fue desarrollando a través de alianzas temporarias con los movimientos prexistentes.
En esta ocasión es distinto, y puede preanunciar una ruptura estructural de patrones de comportamiento. Cuando dichos quiebres existen, son muy difíciles de recomponer, ya que es muy raro volver al pasado, o reemplazar un bipartidismo clásico por otro. Sin ir más lejos, veamos lo que sucedió en la región: Chile, Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, México o Venezuela sufrieron un desgaste profundo de sus sistemas de partidos post Segunda Guerra Mundial, y sería raro que logren recomponer un esquema semejante.
Por eso, el próximo mandatario o mandataria no solo deberá atravesar una crisis económica cuasi terminal, sino que, a diferencia de 1989 y 2002/3, enfrentará al mismo tiempo una crisis de representatividad política, con todo lo que eso significa desde el punto de vista de la gobernabilidad y la generación de una legitimidad de resultados.
Todo lo demás –la inseguridad, el narcotráfico, la crisis educativa, los niveles de pobreza y exclusión, etc.- estarán totalmente a merced de qué suceda con las bases del sistema político y su impacto sobre el manejo de la economía.
(*) Carlos Fara es consultor político y titular de la consultora Carlos Fara & Asociados