“El partido busca el poder enteramente por el poder. No nos interesa el bien de los otros; sólo nos interesa el poder, puro poder. El poder no es un medio; es un fin”. Este extracto podría ser una confesión trasnochada de alguna fuente descarnadamente sincera. Y nos parecería una descripción perfecta de lo que vemos día a día en la coalición de gobierno. Sólo buscan conservar el poder. Pero no. Lo que acabo de leerles es una cita de “1984”, el libro de George Orwell sobre el Gran Hermano que siempre te vigila.
Hay coincidencias que se vuelven serias en medio de tanta chapucería. En la literatura, el verdadero Gran Hermano tiene que ver con un mundo ficticio bajo los dominios de un poder totalitario, donde una Policía del Pensamiento controla hasta los estremecimientos de la conciencia y donde ya nada es ilegal porque simplemente no hay ley.
Uno de los postulados de este poder despótico es que “quien controla el pasado controla el futuro”. ¿Les suena? Que la “libertad es esclavitud” y que “la ignorancia es la fuerza”. A uno se le terminan las risas por el ridículo del Gobierno con el reality de la tele cuando repasa las coincidencias de la realidad con el Gran Hermano de la literatura.
Regímenes como China, tan admirado por la vicepresidenta, han perfeccionado de hecho sus sistemas de vigilancia al punto de utilizar los algoritmos para saber lo que piensan sus ciudadanos y premiarlos o castigarlos por lo que hacen, o seguirlos para aislarlos por la fuerza en caso de cercanía con un caso de Covid. El Gran Hermano comunista.
Aquí, en nuestras Pampas, el desastre del Gobierno, les achica las pretensiones opresivas, pero no es menor repasar las coincidencias.
Volviendo al grotesco episodio con el reality. Da vergüenza ajena pero, ante todo, explica muchas cosas que el Gobierno se esté peleado con Gran Hermano. Es el Gobierno el que vive en un reality mientras los argentinos viven en la realidad. Nos pasamos este mandato viendo cómo ellos se nominan entre ellos y se expulsan de la casa en una puja por cajas y ministerios. Y que el principal objetivo además del poder claro, como en el caso de los participantes del reality, es buscar inmunidad. El que es inmune, como corresponde, sigue en la casa. Es una gran síntesis de este Gobierno. Lo único que les importa es seguir en la casa, Rosada.
No es sólo berreta y torpe en lo comunicacional la pelea de la vocera con el participante llamado “Alfa”, también es profundamente desaprensiva. Es tan grave la realidad que se vive, con una inflación que pulveriza pesos que no alcanzan multiplicando sólo los pobres, que este episodio se ha convertido en una muestra más del divorcio de este Gobierno con la gente.
En lo comunicacional fue la estrategia de un elefante en un bazar. Las acusaciones de “Alfa”, contra el presidente, asegurando que es un coimero, se habían producido en la transmisión por streaming, no en la emisión que cosecha más de 20 puntos de rating. O sea, no lo vio nadie y gracias a ella lo vimos todos. La excusa de la masividad del envío había sido uno de los argumentos de la portavoz, Gabriela Cerruti, para intervenir en el asunto. Es decir, ella magnificó lo que hubiera quedado entre las ignotas horas de vida en la casa del show de TV donde 60 cámaras todo lo ven.
Más allá de que ella amplificó la acusación contra el presidente, y luego defendió haberlo hecho dedicando al bizarro asunto prácticamente todo el día, como si esto fuera poco, por la tarde el presidente, que en estos días tiene escasez de agenda, recibió al legislador porteño Claudio Ferreño señalado por el participante de Gran Hermano; se reunió con él a solas durante 50 minutos y luego se sacó fotos. No trascendió de qué hablaron, pero en el entorno de Ferreño, reconocen que su hermano, en efecto, sí tendría un vínculo con “Alfa”. Todo demasiado increíble. Y ni hablar de la sobreactuación.
Hace sólo unos meses, en el Gobierno se tiraban con un gasoducto por la cabeza, señalándose por presuntas corruptelas entre ellos. Fíjense, el ministro de más confianza del presidente, que era Matias Kulfas, llegó a distribuir un off the record, donde acusaba a funcionarios relacionados por la vicepresidenta por licitaciones a medida de Techint. Semejante escándalo no conmovió el sentido de la honestidad presidencial, más bien terminó eyectando al denunciante que obviamente pasó por el juzgado y dijo no saber de presuntos delitos que él mismo había sugerido a los periodistas, y aquí no ha pasado nada. Kulfas, terminó nominado y fuera de la casa.
Ahora, por los dichos de un marginal participante de un reality, casi entra un abogado al show para notificarlo, pero ante todo, mediáticamente, sólo colaboraron a hacer famoso al personaje y a que su acusación de coimero al presidente se hiciera conocida por todos. Genios de la comunicación política. En fin.
Ridiculeces aparte, la verdadera Gran Hermana de esta historia es Cristina. La vice sí que quiere controlarlo todo: la Justicia, las empresas, los precios, los medios y la economía llena de cepos e imposibilidades hace acordar al mundo distópico de Orwell.
Una distopía es una sociedad imaginaria injusta, opresiva y caótica, dominada por un poder totalitario o por una ideología determinada. Es todo lo contrario a lo ideal o utópico. En demasiadas cosas, la Argentina de hoy es terriblemente distópica.
También es de cierta forma distópico que el Gobierno se dedique a pelearse con un reality y no a cambiar la realidad que padecen sus ciudadanos. No deberían olvidar que, en esa realidad, estos hastiados participantes, llamados ciudadanos, también tienen su hora de poder para nominar a los que ocupan la rosada. Lo hacen en las elecciones, con los votos, para elegir quién tiene que quedarse o irse de la casa.