La tradicional doble moral de la izquierda se está mostrando en todo su esplendor. El esperpéntico ex presidente de Perú, Pedro Castillo, instaló una red de corrupción en la que están involucrados él, varios de sus exministros, además de miembros de su familia. Cuando las denuncias empezaron a tomar volumen, Castillo creyó oportuno cerrar el Congreso.
En otras palabras, realizó un golpe de Estado y, al fracasar, intentó esconderse en la embajada mexicana. Lo detuvieron y apresaron. Una página más de las conductas penosas de los gobernantes latinoamericanos.
Pese a tratarse de una combinación de acciones indigeribles, Castillo está recibiendo apoyos en Perú, que se manifiestan en disturbios, provocando muertes y paralizando a una parte de la actividad en ese país.
También hay políticos y gobernantes que justifican su accionar y que lo apoyan. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, el de México, López Obrador y el inclasificable venezolano, Nicolás Maduro, son algunos de ellos. Argentina y Bolivia se han sumado al oprobio firmando una carta en la que se justifica el golpe de Estado. La izquierda latinoamericana ha perdido toda capacidad de disimular su carácter de secta y no tiene empacho en defender a cualquiera que integre esa secta.
Una cosa es defender políticas desastrosas y otra es justificar la corrupción y los golpes de Estado. Sin embargo, ya no existe esa distinción: los negocios espurios y la necesidad de que todos los miembros de la secta conserven el poder es el único objetivo de la izquierda populista.
Se han convertido en fuerzas políticas que desconocen esos rudimentos. Si un miembro de la secta hace algo hay que defenderlo porque sí, así se trate de robar o hacer golpes de Estado. Los fanáticos y los militantes rentados serán el patético acompañamiento de estos símbolos de la decadencia.
Algo similar ocurre con la condena por corrupción a CFK, que tuvo un juicio justo, con todas las garantías y en el que nunca pudo desmontar ninguna de las acusaciones que hizo la Fiscalía, pese a contar con abogados conocidos y caros. La idea de impunidad y el creer que el poder es de su pertenencia hizo que el kirchnerismo robara dejando pruebas y marcas por doquier. Es fácil seguir la línea de los desfalcos porque está todo a la vista. Además, según gran parte de las encuestas, la gente cree mayoritariamente que han robado. Según las mismas encuestas, el peronismo está muy caído en la consideración popular y todo anuncia una debacle electoral.
Sin embargo, la secta reaccionó en su defensa usando los estrafalarios y malintencionados argumentos de siempre: “la justicia ataca a líderes populares”, repiten cansinamente cuando las pruebas son evidentes y CFK no es popular. En esa línea se anota el PT brasilero, los bolivianos del MAS, algunos chilenos, López Obrador en México y, por supuesto, las dictaduras cubana y venezolana.
A esta patética corte de los milagros se suman los españoles de Podemos, que son algo así como el hijo tonto de la izquierda populista latinoamericana. Todos pertenecen a la misma idea de base: usar la democracia para entrar al sistema y, una vez dentro, empezar a corromperlo.
Esta izquierda populista tiene altas dosis de inmoralidad y deprecia los derechos humanos. Miran para otro lado si los derechos humanos se violan en un lugar donde hay un aliado táctico con el que hacer negocios. El clamoroso silencio de todo el populismo izquierdista respecto a lo que pasa en Irán marca, claramente, que se encuentran sumergidos en un pozo de indignidad. Irán es el mal absoluto: una dictadura religiosa que les quitó todos los derechos a las mujeres y que asesina y encarcela a los que protestan. La alianza de la izquierda iberoamericana con ese régimen asesino es una extraordinaria infamia. Muchos de ellos han hecho negocios políticos y económicos con el régimen iraní.
Hay que recordarles siempre lo bajo que han caído.