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Si la política argentina fuera un parque de diversiones: Milei, la casta y el peligroso juego del poder
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Si la política argentina fuera un parque de diversiones: Milei, la casta y el peligroso juego del poder

Por Carlos Souto (*)

Si el mundo fuera un parque de atracciones, los políticos jugarían todo el tiempo a los autos que chocan. A nada más.

Ahí se divierten, son expertos, chocan de costado si no quieren golpearse fuerte, amortiguan los peligros con una maniobra hacia izquierda o derecha, eso da igual. La cosa es seguir saliendo ilesos de las colisiones y los atascos que abundan en ese terreno electrificado.

A los políticos les gustan tanto los autitos chocadores que, acabado su turno corren a volver a la fila, porque todos ellos quieren tener el volante en sus manos otra vez y a darle duro que aquí no pasa nada.

Claro, la gente común mucho no se acerca al juego de los políticos; la fila siempre es larguísima, abundan los colados amiguetes del que corta los tickets, que son los que siempre pasan al frente. En fin, insoportable para la mayoría.

El éxito o el fracaso político de Milei depende exclusivamente de su éxito o fracaso económico

Para empezar, descartemos a la gente honesta.
Además, se trata de un juego extremadamente peligroso, aunque no lo parezca, es en realidad de los más accidentados en todo el planeta.

En la Argentina también, esto sucedió durante muchísimos años, hasta que un día, luego de que la humanidad entrara en un remolino de locura y oscurantismo en el que todavía da vueltas frenéticamente, apareció Milei.

Javier, «le enfant terrible» argentino se transformó rápidamente en un fenómeno mundial absolutamente ininteligible que lo quiere revolucionar todo, día a día, pico y pala, Javier Milei está luchando por cambiar el juego.

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Con un gigantesco aval popular les dio a los perdedores una opción: a) les quitaba la protección de goma blanda que usaban para chocarse entre sí, y con la sociedad y la justicia; o b) cambiaban de juego sin salir del parque de la política que tanto agradaba a todos.

Milei los convenció con un aluvión de votos de que la gente no podía verlos más en esa actitud y de que el problema era la imagen de aquellos autos chocadores que estaba obsoleta y de que la gente los odiaba por eso.

Y así convenció a un enemigo derrotado, dividido y deprimido ante su aplastante victoria, de que cambiaran de juego, y metió a todos en una montaña rusa. Que nunca fue el juego oficial de los políticos argentinos en este bellísimo parque de diversiones que dios les dio.

Milei tiene una épica única: contarla mal es una picardía

En poco tiempo, la valentía inicial que desafiaba al gobierno ha mermado, reemplazada por una agresiva actitud por parte de grupos bien identificables, que tiende a detener el movimiento iniciado por Milei de cualquier manera.

Esta montaña rusa y sus imprevisibles sacudidas los marea bastante y no hacen más que intentar frenar su marcha a cualquier precio, pero se encuentran con un límite, su propia seguridad.

Pueden hacer volar todo por los aires, eso es cierto, pero no las tienen todas consigo a la postre. Tendrían que instalar una dictadura a lo Maduro y la Argentina aparentemente no está para eso. Los altísimos índices de apoyo a Milei en los menores de 25 ponen la piel de gallina.

Algunos miembros de la casta han querido rebelarse y se han puesto de pie, tratando de bajarse en pleno tirabuzón descendente de este nuevo juego, pero no les ha ido bien. Quedaron muy golpeados. El hijo de Cristina Kirchner, Máximo, es un ejemplo de ello.

Milei tiene una épica única: contarla mal es una picardía

El kirchnerismo gobernó 16 años, son muchos mandatos, entonces entraron al Estado como en capas geológicas miles y miles de militantes en todas las áreas, premiados por su fanatismo y su capacidad para prestar el nombre, esa fue su meritocracia principal, además del nepotismo más impúdico que se pueda imaginar.

El objetivo era colonizar la estructura operativa del estado y transformar cada vez más ciudadanos en clientes.

Ahora, al rascar un poco en la última capa, la residual y superficial, la de Alberto que sólo recibió las sobras del banquete, se descubren otras. Las más antiguas, las más grandes, las más indignas e indignantes.

Entonces, el apoyo a Milei crece.

Solo faltan las esposas, las fotos de la vergüenza y la reclusión merecida para muchos de los que dejaron el país en las condiciones en que lo dejaron. Si no activa esta señal, los enemigos resistirán, pero si ven que el de al lado cae, sucederá como pasa en la guerra.

En fin, el presidente subió la casta a la montaña rusa y la casta tiene miedo. Se los ve vomitando lo que antes tragaban sin pudor, y lo peor es que la calle se les escapa poco a poco y que el relato que inventaron y plagiaron, hoy no es más que un verso que ya nadie cree.

No obstante, Milei, que es una fiera afuera del país, adentro duerme con el enemigo en el Congreso. No tiene ninguna fuerza legislativa seria, pero los sindicalistas y dirigentes empresariales que hacen negocios con el Estado, sí.

La gente está harta de la corrupción kirchnerista pero también de los políticos que no lo entienden

Por ahora, a Milei podríamos llamarlo «Nilei», porque leyes no termina de meter ninguna.

Sin embargo, seguramente a buen precio, conseguirá algún resultado parcial y ojalá con eso alcance para que los argentinos defiendan el orden constitucional y no repitan errores del pasado. No se puede permitir desestabilizar abiertamente a un gobierno para terminar consumando un golpe de Estado político sindical como el del 2001.

Esto hay que agregarlo a nuestra dolorosa lista del Nunca Más.

(*) Carlos Souto es un reconocido consultor político surgido en la Argentina. De origen español, es considerado uno de los principales referentes de la comunicación política en Latinoamérica, y se ha consolidado en la última década también en el mercado de Oriente Próximo.

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