Por Naty Cico (*)
Si cumplimos con el trabajo, sentimos que descuidamos a nuestros hijos. Si nos dedicamos más a la casa y la familia, nos atrasamos en el trabajo y nos estancamos en nuestra carrera. Algo es claro: no podemos con todo. Y cuando no llegamos, aparece una sombra que nos persigue: la culpa.
La culpa es insistente. Es esa vocecita que nos picotea la cabeza como el pájaro carpintero en una antigua publicidad y nos repite sin descanso lo que no hicimos, lo que nos falta, lo que podríamos haber hecho mejor.
Entonces, intentamos compensarlo. Queremos ser “superwomans”: madres presentes, profesionales impecables, amigas incondicionales, hijas atentas. Aunque, en el intento, nuestra vida se vuelva más tóxica que Chernobyl y el pelo se nos caiga… Y no, no es por el shampoo.
¿POR QUÉ NOS PASA ESTO?
Porque sobre nuestras espaldas no solo cargamos con el trabajo remunerado, sino también con el silencioso: el que no se paga y muchas veces ni se reconoce. Y, aunque logremos delegar algunas tareas, seguimos sosteniendo la «carga mental», ese listado infinito en nuestras cabezas con todo lo que hay que hacer, recordar, prever.
Pero si nos quedamos en la queja, entramos en un papel de víctimas que nos deja sin herramientas para cambiar nuestra realidad.
Como decía Roosevelt: “Haz lo que puedas, con lo que tengas, donde te encuentres”. No podemos esperar a que el mundo cambie para empezar a vivir con más equilibrio. Necesitamos tomar acción.
¿CÓMO PODEMOS HACERLO?
-Tené una agenda
La peor decisión si llevás una vida ocupada es confiar en tu memoria. Anotá, organizá y asigná tiempos para cada tarea. Así evitás olvidos y reducís la ansiedad.
-No te comprometas de más
Nos cuesta decir que no porque creemos que siempre podremos con todo (y sí, a veces llegamos… pero ¿a qué costo?). Aprendé a hacer un NO preventivo, antes de colapsar.
-Priorizá lo importante
No todas las tareas requieren la misma atención. Si decidís que el acto escolar de tu hijo es prioritario, no deberías sentir culpa por tomarte unas horas del trabajo.
-Creá una rutina ganadora
Para encontrar una rutina que funcione para vos, necesitás probar, ajustar y optimizar. Las rutinas bien diseñadas nos dan libertad y tranquilidad.
-Cambiá tu mirada
No siempre se trata de hacer más, sino de valorar lo que sí hiciste. En vez de castigarte por lo que faltó, reconocé tus logros del día.
-Gestioná mejor tu tiempo
Lo que no se mide, no se puede mejorar. Si no sabés en qué se te van las horas, difícilmente puedas organizarlas mejor.
-Divertite más
Hacé espacio para lo que te entusiasma, animate a nuevos desafíos y recordá que la vida no es una lista interminable de pendientes. Soltá el perfeccionismo y date permiso para disfrutar.
LA CULPA NO SE GESTIONA, SE DECIDE SOLTAR
Podemos pasarnos la vida sintiéndonos insuficientes o podemos hacer algo con lo que sí tenemos en nuestras manos: nuestras elecciones.
Porque el equilibrio no es un destino al que se llega perfecto, sino una construcción diaria. No se trata de querer hacerlo todo, sino de entender que se hizo lo que se pudo. Y eso está bien.
No esperemos a que alguien nos dé permiso para vivir de otra manera. La responsabilidad de cambiar la historia es nuestra. Y empieza hoy.
(*) Mentora en gestión del tiempo y productividad. Autora de “Gestión del tiempo: claves para una vida productiva y feliz”. Creadora de la comunidad @organiz.hadas.