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“Sucesión”: un país disfuncional y una temporada electoral con final incierto
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“Sucesión”: un país disfuncional y una temporada electoral con final incierto

Este fin de semana terminó “Sucesión”, la serie de HBO sobre las disputas de poder por el liderazgo en una familia disfuncional. Y Argentina hoy se parece justamente a una familia disfuncional camino a definir una sucesión, en momentos extremadamente complicados.

Una familia es disfuncional cuando, precisamente, no funciona en sus objetivos más básicos que tienen que ver con dar sustento a los hijos en términos materiales, emocionales y de desarrollo, derivando en situaciones de frustración y violencia, relaciones tóxicas, traiciones o falta total de confianza.

No es difícil distinguir que Argentina es un país disfuncional. El fracaso es evidente con solo observar que casi medio país es pobre, que el 60% de los menores dependen de ayuda del Estado para comer y que la inflación carcome los ingresos en porcentajes que no se veían en los últimos 30 años. Ni hablar de seguridad y educación, o posibilidades de progreso.

Pero a diferencia de las familias, donde los hijos no eligen a los padres, en las democracias, los ciudadanos sí eligen a sus líderes.

Hoy la suma de frustraciones y la insoportable decadencia ponen a los argentinos y a su democracia a navegar en aguas no conocidas. Por distintas razones, ninguna positiva, este momento es comparable a la crisis de 2001, pero también tiene similitudes con la crisis de 1989. La suma de todos los males, más los que distinguen a este momento en particular.

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Algunos incluso consideran que la actual crisis es aún peor que la de 2001 a pesar de que no existió un estallido social. Como entonces, la crisis por un modelo económico agotado, incluye un profundo enojo con la política que remite a aquel “que se vayan todos”. En cuanto al ‘89, una sola palabra explica el regreso de aquéllos fantasmas: inflación. Inflación y miedo a una hiperinflación.

Desde 2001 a hoy, el kirchnerismo, que había canalizado las broncas de entonces ascendiendo al poder desde la fragmentación y gracias al padrinazgo de Eduardo Duhalde, con epicentro en la Provincia de Buenos Aires, también parece estar transitando su declinación mientras intenta disimular sus responsabilidades. La larga renuncia de Cristina Kirchner, que busca mantener su poder de electora, la lleva de nuevo a la necesidad de armar un artefacto híbrido como puede ser la formula Massa-De Pedro, para lograr captar a sectores medios. Ese dúo se estrenó el fin de semana, arriba de una locotomora, al reinaugurar un tren turístico.

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La coalición opositora de Juntos por el Cambio, surgida de los acuerdos para enfrentar al peronismo K, aunque solo gobernó cuatro de los últimos veinte años, también atraviesa su propia crisis interna y en la relación con sus votantes.

El partido fundado por Mauricio Macri, el PRO, que surgió como renovación de la política desde la Ciudad de Buenos Aires, hoy transita una lucha de liderazgos con dos matices muy diferenciados en cómo gestionar el país. También tienen su propia sucesión. Los valores republicanos compartidos no confluyen en el enfoque ideológico ni en la forma de concretar las reformas necesarias. Esas diferencias, que también dividen a la UCR, se encarnan en dos nombres propios: Horacio y Patricia.

El duelo por la Ciudad, va teniendo un costo muy alto en la fuga de votos, y la competencia interna promete dejar aún muchos más heridos. Por lo pronto, le impide al espacio unificarse en la estratégica Provincia de Buenos Aires, donde Larreta no cede a Diego Santilli como candidato común, generando una divisoria de aguas territorial; y en cuanto a la Ciudad, cuando las encuestas, casi seguro definan a Jorge Macri como el mejor posicionado, también dejarán flotando otra pregunta: de qué sirvió un enfrentamiento que pudo haberse saldado antes.

El jefe de Gobierno porteño buscó mostrar autonomía frente a Macri, pero terminará debiendo aceptar a un Macri que en principio no era su candidato. Encima, dependen aún de que la Justicia apruebe lo que para algunos es una candidatura floja de papeles.

Como si fuera poco, emergió a la superficie en estos días una pulseada que no es nueva. En los albores de la candidatura de Patricia Bullrich fuentes de los dos bandos admiten los intentos de Horacio Rodríguez Larreta para convencer a Mauricio Macri de que ella no podía ser candidata. Un posteo del expresidente a favor de la competencia interna fue el golpe de gracia a esa intentona.

La devolución de favores vino sin reservas y en forma pública en estos días en la voz de Joaquín De la Torre, un justicialista que se sumó a las filas de Bullrich, que era uno de sus precandidatos a gobernador bonaerense y que directamente le pidió a Horacio que se baje.

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Si solo habláramos de estas dos fuerzas políticas que transitan un recambio de líderes, estaríamos ante una situación de cierta estabilidad del sistema, pero por todos los problemas antes mencionados y la acumulación de fracasos y desconfianzas, surgió como síntoma y como consecuencia el emergente creciente y disruptivo de Javier Milei.

Sin disputas internas que resolver, Milei es candidato único y quizás el postulante más nítido a menos de 80 días de las PASO, pero también el que representa un cambio más radicalizado y enormes interrogantes acerca de cómo hará lo que promete.

Es tanto el enojo con la política, que este referente que despotrica contra la casta se lleva ese impulso de la tripa de los indignados y también el de una juventud que demanda más libertad económica y menos intervencionismo del Estado. Sin embargo, Milei también mete miedo y sus arranques de intolerancia o incapacidad de la mínima convivencia hacen preguntar cómo gobernará.

Cuando refiere que solo basta con el mandato de la mayoría para obtener apoyo del Congreso, parece obviar el disenso o ciertos límites constitucionales y muestra una veta populista autoritaria bastante parecida a la de Cristina, como dice el historiador Loris Zanatta.

Pero es bajo el signo de este emergente libertario que las otras dos coaliciones deberán trazar su estrategia y resolver sus internas. Aunque hoy no lo digan, estamos entrando en el mes de la gran pulseada y, más allá de lo que publiciten y de las encuestas que trascienden al público, en la intimidad las decisiones se tomarán con la cruel verdad que cada uno conoce, cuando se acerque la fecha de los cierres de listas.

Un importante dirigente político de la oposición que no es candidato me dijo: “Yo tampoco creo en las encuestas. Lo que hago es tomar el pulso de la calle y ver cómo se van acomodando los dirigentes con respecto a los candidatos presidenciales. Ahí me doy cuenta a quién le va mejor. Y no te olvides de una cosa: generalmente el que patea el tablero es el que va perdiendo, no el que gana”. Conclusión: ver quiénes patean el tablero en cada espacio.

El límite para las imposturas, los amagues y las operaciones será el 24 de junio. Lo que se decida ahí sí tendrá que ver con encuestas creíbles.

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Pero al mismo tiempo, irá decantando hasta qué punto los candidatos son capaces de conectar con los ciudadanos. Entre los que no contestan a quién van a votar, la baja que viene registrándose en la asistencia a las urnas y los que deciden en los últimos tramos de la campaña, el proceso de toma de decisión de los ciudadanos depara tanta incertidumbre como el proceso de selección de candidatos o las competencias internas.

Fíjense esta paradoja: hoy sólo una fuerza política parece encaminada a tener internas, el PRO, y para algunos eso también está en duda. En cuanto al peronismo, todo indica que Cristina intentará imponer su decisión pero también está siendo desafiada internamente.

Las PASO terminan siendo una gran encuesta que hace las veces de primera vuelta y con tres candidatos en danza no se sabe qué puede gatillar en la mente de los ciudadanos que, a su vez, se descuenta que decidirán en función de lo que les pasa y de lo que sienten.

Aguas nunca transitadas, por un escenario de tercios, por una crisis con factores del ‘89 y del 2001 sumados, y por un corrimiento ideológico que no termina de metabolizarse. Ya sabemos que el miedo y la bronca jugarán su propia pulseada. Falta saber si entre los que queden en pie alguien logrará que lo voten por sus condiciones y no sólo para que no gane otro.

Mientras, tanto, desconfíen del que les diga suelto de cuerpo que sabe cómo termina esto. Las sucesiones nunca son fáciles.

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