El Mundial es una cuestión de Estado para el Gobierno. Como una píldora de dos efectos, puede ser un tranquilizante o puede ser un depresor. En cualquier caso, exacerba el humor, multiplicando la euforia o la furia, llevando el “indignómetro” al mango. Y el poder, experto en fulbito para la tribuna, tiembla ante un mundial corto de Argentina, que convierta a diciembre en un tsunami de mala onda. La derrota de la Selección encendió todas las alarmas.
No es casualidad que el presidente analice el envío de gendarmes a la Provincia de Buenos Aires. Fue un pedido de Cristina Fernández en modo campaña y una señal de preocupación a pesar de que siempre despreciaron el tema de la inseguridad. A pesar de ser una de las grandes preocupaciones de sus votantes, la población del conurbano vive abandonada a la buena de Dios y a la mala de los narcos.
El kirchnerismo siempre se enfocó en ofrecer respuestas económicas asistenciales y, es más, combatió en vez de propiciar las políticas duras contra el delito. El mal llamado garantismo, ha sido lisa y llana complicidad con los delincuentes. Hasta la pandemia fue una excusa para liberar presos mientras encerraban a la gente, y ya sabemos que son los narcos cada vez más los verdaderos dueños de la calle.
En la Provincia se suceden las crónicas criminales donde la vida no vale nada. En los testimonios predomina el miedo y la desprotección del Estado pero, además, surgen nuevos hábitos de una vida confinada tras las rejas y a merced de los delincuentes.
Este caldo de cultivo al que ahora Cristina mira con oportunismo y en clave electoral es el que Axel Kicillof y su ministro Berni dejaron agravar. El ministro de Seguridad parece un comentarista de los hechos que son de su responsabilidad. Ahora, al poner el foco en la falta de gendarmes la vicepresidenta corre el foco del problema. Para que miren a la Nación y no a la Provincia, donde por ahora Berni parece intocable y Kicillof tiene un manto de protección.
Los 4.000 gendarmes apostados en la Provincia no son suficientes, pero tampoco hay más. Ni en Rosario, con un índice de criminalidad que aterra, están conformes. Pero tampoco hay mucho más para rascar la olla con un cuerpo de 35.000 hombres que ya están sobrepasados de demanda. La ex ministra de seguridad Patricia Bullrich marcaba la paradoja de buscar soluciones en una fuerza a la que denostaron en el caso Maldonado, al punto de sindicarla como responsable de una desaparición en democracia.
El abandonado conurbano, la crisis económica y el delito componen la suma de los miedos ante el temido diciembre que se viene encima, sin pausa. La mala onda por un mundial fallido puede ser un sentimiento combustible en medio de tanta fragilidad.
Paradójicamente, mientras busca controlar el malhumor social por un lado, la señora Kirchner hace aprestos de guerra por otro. Que haya hecho foco en pedir que se acelere el procesamiento del copito Carrizo como coautor del atentado en su contra, publicando ella misma en letras de molde el mensaje de las horas posteriores al hecho, donde afirma en WhatsApp “recién intentamos matar a Cristina”, también es parte de una estrategia para poner a la Justicia bajo sospecha por esa investigación, en el marco de un frente judicial muy complicado. De hecho, el copito está preso.
En las últimas horas, la defensa de Cristina también pidió que se confirme su absolución sin juicio por ausencia de delito en el caso Hotesur-Los Sauces donde están involucrados sus hijos. A este tema no se refirió en sus redes sociales la vicepresidenta, pero le preocupa profundamente, y la causa puede tener un revés que llegará casi a la par de la sentencia por Vialidad. Ya corre de hecho la cuenta regresiva para el día 29 de noviembre cuando ella misma estará en el banquillo para dar sus últimas palabras como imputada por ser supuesta jefa asociación ilícita en la causa por corrupción en la obra pública. “Es corrupción o Justicia”, les planteó el fiscal Diego Luciani a los señores jueces.
El fixture judicial corre en paralelo con el fixture del Mundial y las veleidades de la fortuna signadas en una pelota. No es el mejor momento para una condena de culpabilidad, en medio de la mala onda general y por eso Cristina se anticipa y teje el relato estratégico de persecución y lawfare con notoria ansiedad.
Las encuestas que dan cuenta de la enorme expectativa social por la suerte de la Selección en el Mundial de Qatar ya tienen su contracara. El sorprendente 66,3% que creía que Argentina llegaba a la final antes de arrancar el torneo según la consultora Proyección tuvo en un solo partido un derrumbe emocional.
“Depositamos ahí la esperanza en medio de todas las cosas que nos pasan”, reconoció una señora consultada en la calle. Claro, del otro lado de la moneda de esa desmedida esperanza, está la honda desesperanza que cruza a toda la sociedad. Y el corto efecto placebo en sólo 24 horas de mundial, encuentra su evidencia en otra medición: según un sondeo de la Universidad de San Andrés el 77% de los argentinos cree que el resultado final en Qatar 2022 influirá en el humor social. Para un 49% repercutirá “mucho” y la fecha para ese bajón colectivo coincide con diciembre, el mes más temido si al conjunto de Lionel Scaloni no le va bien.
Dice William Shakespeare que “las grandes expectativas son la raíz de todo dolor del corazón”. Y en el caso del Mundial, las expectativas de los argentinos son delirantemente grandes: llegar a la final. O sea que si no se llega a la final, ya hay decepción.
La presión para Messi y el resto del equipo es total pero las consecuencias políticas dan de lleno en el comienzo de un año electoral con un contexto gravísimo de crisis económica que no anticipa una mejora cercana. De hecho, los mismos porcentajes que se esperanzaban en la Selección son totalmente pesimistas sobre 2023. La alta esperanza en la Selección es la otra cara de la baja esperanza en el país. Si las desesperanzas se juntan es imposible que no influya en el contexto electoral. Cristina Fernandez lo sabe, y no le alcanza con despegarse, la gente sabe que este es su gobierno. Por eso necesita redirigir la bronca hacia otros enemigos y exacerbará la guerra contra la Justicia.