Por Carlos Fara (*)
Aunque nos quede en la boca el sabor dulce del Mundial de Qatar, la verdad es que 2022 fue un año muy conflictivo. Se aprobó el acuerdo con el FMI y por eso Máximo renunció a la jefatura del bloque. Tuvimos tres ministros de Economía. Se terminó de romper públicamente la relación entre Alberto y Cristina, a quien quisieron asesinar. Ella tuvo su primera sentencia judicial. Juntos por el Cambio tuvo enfrentamientos internos como perros y gatos. Se acentuó el fastidio con el statu quo político, lo cual hizo que se consolidara Milei como tercer actor. Y todo eso con la economía en crecimiento, pero con una inflación como no veíamos hace décadas, que talla en los índices de pobreza e indigencia.
Si la elección de 2021 ya había marcado un voto castigo, lo que sucedió en estos últimos 12 meses terminó de consolidar la demanda de cambio que complica al oficialismo, con una percepción pesimista persistente como no se veía desde la crisis de 2001.
Sin embargo, aunque desde el 1° de enero aumentarán un 40% los pasajes del transporte en el AMBA y se suman a otros ajustes en diversos servicios públicos y privados, la Argentina no estalla, no hay cacerolazos, ni banderazos, ni movilizaciones, ni nada de eso, más allá de los reclamos sectoriales de costumbre.
La oposición ya no propugna formas de protesta porque: 1) estaría visto como hacer leña del árbol caído (la mayoría cree que el Frente va a perder la presidencial); 2) no cambiaría la situación; y 3) todo el mundo sabe que los ajustes son necesarios.
¿Esa ausencia de estallido es el indicador de una Argentina resignada, realista o sensata? Algo de esos tres sentimientos están presentes en los grupos focales. Resignada a que de todos modos los aumentos van a suceder. Realista porque algunos valores estuvieron sin ajustar durante demasiado tiempo. Sensata porque desfinanciar a los servicios públicos conlleva al riesgo de que dejen de funcionar directamente, además de que los problemas vienen de largo y llevará mucho tiempo resolverlos.
Entonces ¿será esta sociedad argentina domesticada por la frustración persistente más o menos permeable a un shock? Depende. Veamos una hoja de ruta que debería tener el próxim@ president@ para enfrentar una súper tormenta.
1- Sinceridad y realismo: pintar las cosas color de rosa no servirá para nada dado el realismo y la sensatez que ya comentamos. Por lo tanto, lo mejor será decir la verdad de entrada, contando al mismo tiempo cuál es la perspectiva. ¿Si esta vez tomamos la medicina como corresponde, saldremos de la enfermedad? Pregunta clave que se hará la enorme mayoría.
2- Rumbo: si parece que esta vez vamos a llegar a la tierra prometida de la mano de Moisés, es más probable que el pueblo acepte transitar 40 años por el desierto. Si el liderazgo sabe transmitir sin exitismo cómo sería el horizonte, los ciudadanos tenderán a pensar con realismo que “y…, no queda otra, todos sabíamos que algún día íbamos a tener que pagar la fiesta”. Recuerden el slogan “estamos mal, pero vamos bien” de Menem.
3- Ingeniería política para tener poder de negociación con los lobbys: quienes más se van a movilizar en contra serán actores económicos, políticos y sociales concretos, más que los ciudadanos individuales. Quienes tienen una gran gimnasia en estas lides serán los que ejercerán los vetos más potentes. En todo proceso de reformas hay ganadores y perdedores. Entonces ¿cuál debería ser la coalición de intereses para vencer en la partida?
4- No abrir demasiados frentes de batalla sin saber si existen probabilidades de imponerse: las derrotas desmoralizan a los ejércitos y ponen en duda la capacidad estratégica de los generales. De modo que sopesar adecuadamente si habrá victoria es clave para que el rumbo pueda persistir.
5- No ir contra los imaginarios sociales: la matriz cultural de los países es de las cosas más difíciles de modificar. Por lo tanto, la sociedad argentina es como es, y pensar que primero debe cambiar para luego tener éxito es no saber cómo funcionan las dinámicas sociales. Hay bastante bibliografía de las neurociencias al respecto en donde se afirma que la mejor manera de modificar conductas es fijando pequeñas metas progresivas y administrando las recompensas adecuadamente. Argentina es el país de los pequeños propietarios, comerciantes, profesionales, productores, pymes, emprendimientos, laburantes, etc. Desafiar ese imaginario equivaldrá a ponerse la gestión de sombrero.
Más de un lector o lectora pensará que lo que estoy planteando es utópico e ingenuo. Media biblioteca dirá que los cambios hay que hacerlos de golpe cuando recién se asume, porque es cuando mayor poder se tiene: por eso hace falta un shock. La otra media pensará que hay que llegar con un fierro en la mano para poner en caja al poder económico concentrado ya que son hijos del rigor. Como se verá, ambas bibliotecas excluyen al consenso como mecanismo de construcción y quizá tengan razón.
“Fara, acá la gente quiere que le mientan, no le gusta que le digan la verdad. Al que diga la verdad no lo van a votar. Acuérdese lo que dijo Menem”. Claro, pero: 1) pasaron 33 años y esta sociedad es muy distinta (acumulamos 3 períodos presidenciales con balance negativo); 2) el gran desafío es hacer reformas claves cuando no habrá una hiperinflación de por medio, ni corralito, ni default, ni nada por el estilo que le den al próximo gobierno el famoso “cheque en blanco”; y 3) nadie sabe con cuánto poder llegará el/la que venga (y si no tiene suficiente fuerza ¿qué hacemos?). A prestar atención porque nadie se baña dos veces en el mismo río.
Todo lo lindo que se vivió como colectivo social con la Copa del Mundo, no hace perder de vista dónde estamos y lo que vendrá. Al final, nunca sucede electoralmente lo que la mayoría no quiere: si no quiere continuidad, no la habrá. Como decía Miguel Mateos en el tema “Tirá para arriba”: “Y si te agarrás los dedos contra una puerta pesada, estoy seguro que tu grito romperá los vidrios de la Casa Rosada”. ¡Feliz Año Nuevo!
(*) Consultor político y titular de Carlos Fara & Asociados