Por Silvio Santamarina
Cada vez que arrecia sobre la población argentina una temporada de elecciones, alrededor de la City porteña y sus terminales virtuales se empieza a hablar del “trade electoral”. Aunque se supone que se trata de, mediante proyecciones estadísticas, aprovechar alguna oportunidad oculta en los pliegues del mercado financiero, a veces parece una mera apuesta especulativa a cualquier ficha más o menos en precio, disponible unos días -y hasta horas- antes de que arranque la veda electoral. Es decir, una apuesta a todo o nada justificada por alguna corazonada caprichosa, maquillada con algunos índices y porcentajes, y hasta algún gráfico con curvas de rendimiento. Pura timba, relativizan algunos.
Es cierto que el estigma timbero siempre ronda por el circuito de brokers y capos del research, pero nunca se deja ver tanto como cuando la actividad cotidiana del trading, de por sí riesgosa e incierta, se cruza con la volatilidad del cara o cruz electoral, que además se ha vuelto cada vez más volátil en los últimos años, al calor bochornoso del fracaso de las encuestas por hacer lo que se supone que pueden hacer: predecir, con cierto margen de error, el inminente veredicto de las urnas. Y si los encuestadores no aciertan a pegarle siquiera al blanco del resultado de los comicios, ¿cómo se supone que se podrían construir escenarios probabilísticos consistentes para armar alguna estrategia seria de “trade electoral”?
Para agravar la sospecha de chantada algorítmica, todavía resuena como alarmante antecedente el episodio de las PASO de 2019, cuando “los mercados”, alimentados por encuestas electorales tóxicas de último momento, se tiraron de cabeza a comprar, pagando caro, activos de una presunta Argentina futura que el anunciado triunfo de Cambiemos garantizaría, dándole la reelección a Mauricio Macri.
Como todos recordamos, sucedió todo lo contrario de lo proyectado, dejando un tendal de inversores desengañados y, en ciertos casos, arruinados. Se supone que, en aquel momento, los cálculos sesudos del análisis financiero sufrieron la interferencia del fanatismo partidario de muchos traders y, en el peor de los casos, de la manipulación de expectativas, tanto para condicionar el clima electoral como para inflar rápido una burbuja especulativa que se estaba desinflando por la posibilidad de que el kirchnerismo volviese al poder, tal como efectivamente ocurrió.
Toda aquella euforia infundada, que muchos culparon a la imprecisión grosera de los sondeos preelectorales, dejó un par de lecciones de prudencia y humildad, que duraron un tiempo en la conversación bolsera y cuevera. Sin embargo, se dice que el capital no tiene patria y, mucho menos, memoria.
Con la vuelta de la convocatoria a votar para un nuevo mandato presidencial, reaparecieron en los titulares de la prensa tradicional y en los “vivos” posteados por los influencers financieros digitales, las invitaciones al “trade electoral”. Y no faltaron quienes oyeron aquel canto de sirenas, a pesar de lo desafinado que sonaba.
Es cierto que toda toma de posición inversora supone asumir riesgos, ya que de ahí se derivan las ganancias diferenciales. Para que algunos (incluso muchos) ganen por encima del promedio, otros deben perder: funciona así. Pero cuando se observa de cerca el laberinto de variables que estaban (y siguen estando) en juego en esta elección particular que enfrenta la Argentina, más que un tablero con escenarios relativamente probables para apostar, lo que se vislumbra es un caos indescifrable, imposible de encuadrar en una estrategia racional basada en probabilidades científicas.
Si las elecciones anteriores planteaban el riesgo de predecir la efectividad de una carambola en un billar de tres bolas, esta vez asistimos a una mesa con cien esferas chocando entre sí sobre el paño verde, en un juego delirante donde la palabra azar ya no significa probabilidad sino, lisa y llanamente, caos.
Pongámosle nombres a esta locura. Para empezar, la novedad histórica de un escenario dividido en tercios, que las PASO confirmaron con el batacazo de un outsider que, no obstante su éxito, no logró simplificar el panorama para la primera (en realidad, segunda) vuelta electoral. Más bien, todo lo contrario.
A eso se le sumó la división interna de la fuerza que hasta ahora lideraba la oposición. Y eso sin contar la inaudita disociación cognitiva que propone el oficialismo, con un candidato a la vez “superministro” que comanda una gestión fracasada de la cual no se hace cargo, como tampoco se responsabiliza el Presidente formal pero fantasma, ni “su” Vice, que tampoco rinde cuentas de un gobierno formado por ella y basado en su liderazgo.
A toda esa volatilidad, hay que sumarle la ausencia de programas económicos concretos y detallados de cualquier candidatura, más allá de etiquetas rimbombantes para decir algo fuerte sobre el tsunami monetario que nos ahoga. Por lo tanto, ni siquiera teniendo la fantasiosa bola de cristal de las fábulas se podría delinear mínimamente el devenir argentino en el corto plazo, ni hablar de mediano y largo.
Saber quién ocupará el Sillón de Rivadavia no despejaría las dudas financieras básicas como para calcular opciones medibles para un “trade electoral”. Parece que solo queda cubrirse con los instrumentos más conservadores o rústicos, o fingir demencia y revolear pesos y dólares sobre la mesa, como quien arroja dados luego de soplarlos para conjurar el vértigo del azar desaforado.
CAPITALISMO (LITERALMENTE) SALVAJE
No obstante lo antedicho, hay que ser justos con nuestros queridos especuladores locales. En otras latitudes, incluso otras épocas, también se juega vertiginosamente con las chances inmedibles. El profesor de Princeton y gurú bursátil Burton Malkiel se hizo mundialmente famoso con su libro «Un Paseo Random por Wall Street», de cuya publicación se cumple justo medio siglo. En su best-seller, Malkiel expuso didácticamente la Hipótesis de los Mercados Eficientes, según la cual, asumiendo el supuesto de que los precios de las acciones absorben automáticamente toda la información relevante para la economía, entonces todos los activos financieros tienen similares chances de generar ganancias comparables. Para graficar esa teoría de la transparencia bursátil, Malkiel acuñó una figura tan provocadora como ilustrativa: un mono con los ojos vendados, lanzando dardos a la página de cotizaciones accionarias de un periódico, obtendría resultados tan rentables como los de cualquier experto humano en análisis de inversiones.
Tal fue el éxito de su chistosa metáfora, que un diario financiero recogió el guante unos años más tarde.
Durante toda la exuberante década de los ’90, The Wall Street Journal organizó y fue publicando una competencia de pronósticos bursátiles, en la que participaban selectos analistas del mercado, por un lado, y el staff del diario, por otro: mientras los asesores financieros estrella elegían activos según sofisticados cálculos de inversión, los periodistas sencillamente arrojaban dardos contra un listado de acciones corporativas, imitando al mono imaginario de Malkiel.
Todavía hoy, a dos décadas de concluido aquel curioso experimento, los académicos siguen polemizando sobre quién ganó realmente, llenando sus papers de objeciones metodológicas cruzadas.
Sin embargo, la impresión que quedó para la posteridad es que un mono ciego con dardos no tendría nada que envidiarle al más experimentado trader. Incluso hubo imitadores que se tomaron literalmente el desafío: en varios lugares del mundo, pusieron chimpancés de circo a elegir papeles bursátiles, y hasta a un gato inglés llamado Orlando. Sus amaestradores juran que a sus mascotas les fue tan bien como al mismísimo Warren Buffett. Cosa de bestias.