Por William Ruto (*)
Al entrar el conflicto en Sudán en su tercer año, debemos comprender su impacto en la población sudanesa, los estados vecinos -incluido Kenia- y la región en general. No cabe duda de que los riesgos de un conflicto prolongado y un desastre humanitario nos obligan a buscar una paz integral. Esta paz debe poner fin al sufrimiento de los sudaneses, restablecer la senda del desarrollo de su inmenso potencial y reforzar la estabilidad en nuestra comunidad vecinal.
En primer lugar, es fundamental reconocer que el conflicto sudanés ha desencadenado una catástrofe humanitaria de alarmante gravedad, magnitud y duración. Cientos de miles de vidas se han perdido y millones de personas han perdido sus medios de vida. Más de 10 millones de sudaneses -el 20 % de la población- se encuentran actualmente desplazados de sus hogares. Muchos de estos desplazados han buscado refugio en Kenia y otros países vecinos. Esta afluencia ejerce una intensa presión sobre Estados frágiles como Chad, Sudán del Sur y Libia, que ahora deben hacer frente a importantes limitaciones de recursos y vulnerabilidades.
En segundo lugar, más de 30 millones de sudaneses, incluidos 16 millones de niños, necesitan urgentemente ayuda humanitaria para evitar la hambruna y las enfermedades. Los prolongados combates han agravado los desafíos existentes de Sudán, como brotes de enfermedades, crisis climáticas, inseguridad alimentaria, violencia sexual relacionada con el conflicto y el colapso de sectores cruciales de la salud pública y la educación. La región y el mundo corren el riesgo de perder una generación entera de jóvenes sudaneses si no logramos asegurar una vía rápida hacia la paz.
En tercer lugar, debemos afrontar la formidable amenaza que el conflicto en curso en Sudán representa para la estabilidad regional en África Oriental y el Cuerno de África. Gracias a esfuerzos coordinados con socios internacionales, Kenia ha avanzado en la lucha contra las amenazas terroristas y el crimen organizado. Sin embargo, estos logros podrían desmoronarse rápidamente sin un gobierno estable en Sudán, que corre el riesgo de convertirse en un refugio para grupos extremistas y terroristas como Al-Shabaab, Al-Qaeda y Ansar Allah. El flujo irrestricto de bienes ilícitos, armas y mercenarios permite que el crimen organizado prospere y socava la seguridad de los kenianos y de nuestros vecinos por igual.
En este contexto, Kenia tuvo que tomar una decisión decisiva cuando estalló la guerra en Sudán. Podíamos mantenernos pasivos y evitar posibles dificultades, o bien alentar proactivamente a las partes en conflicto a buscar una solución negociada. Considerando el grave costo humanitario y los peligros para la seguridad regional, Kenia optó por el único camino racional. Mantenemos firmemente nuestro compromiso con la paz en beneficio de Sudán, Kenia y toda nuestra región.
LA OPCIÓN DE «NO HACER NADA»
Para algunos, la indiferencia ante los conflictos regionales podría ser una opción; para Kenia, no lo es. Nuestra seguridad y prosperidad están entrelazadas con las de nuestros vecinos, lo que hace que la estabilidad regional sea un elemento central de nuestra política exterior. Por ello, tan solo tres días después del inicio de las hostilidades en Jartum, y durante los meses siguientes, trabajamos a través de la IGAD (Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo) para convocar reuniones urgentes a nivel de jefes de Estado. Estas reuniones se celebraron inicialmente de forma virtual y luego presencial en diferentes capitales, buscando el cese de las hostilidades y el establecimiento de corredores humanitarios.
Kenia también abogó por una respuesta africana contundente, incluyendo el despliegue de la Fuerza Africana de Reserva (AFS), un mecanismo liderado por la Unión Africana compuesto por elementos militares, policiales y civiles, preparado para intervenciones rápidas con el fin de proteger a la población civil y asegurar el acceso a las labores de socorro. Lamentablemente, los esfuerzos de la IGAD se vieron obstaculizados cuando una u otra facción se negó a dialogar, lo que paralizó la implementación de resoluciones bienintencionadas.
EL PAPEL DEL LIDERAZGO AFRICANO
A pesar de estos reveses, algunas partes demostraron su disposición a negociar en el marco de iniciativas no africanas. Si bien estos foros ofrecieron avances temporales, la falta de un papel africano sólido redujo la posibilidad de forjar una paz duradera. Esta dinámica, inadvertidamente, permitió a los combatientes eludir la plena rendición de cuentas, lo que socavó los esfuerzos para abordar la crisis de forma integral.
Kenia ha recordado constantemente a la comunidad internacional que la agitación actual en Sudán se deriva del derrocamiento ilegal de la voluntad popular por parte de los militares, un derrocamiento orquestado conjuntamente por las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Hemos advertido contra la idea de culpar selectivamente a una facción mientras se absuelve a la otra.
Kenia también ha destacado la indispensabilidad de la sociedad civil sudanesa -incluyendo grupos como Tagadoon, muchos de cuyos miembros han encontrado refugio en Nairobi- para forjar un acuerdo político duradero. La reciente firma de la Carta de la Alianza Fundadora de Sudán en Nairobi es un hito prometedor sobre el que se puede construir un futuro sudanés verdaderamente inclusivo.
Finalmente, el gobierno de Kenia mantendrá su compromiso de brindar apoyo diplomático, humanitario y técnico a Sudán, guiado por nuestra larga historia de solidaridad africana y el imperativo inequívoco de aliviar el sufrimiento humano. Si no actuamos con decisión, Sudán se hundirá aún más en la catástrofe y la amenaza de una inestabilidad generalizada se hará cada vez más tangible. Mi administración está dispuesta a colaborar, brindando todo el apoyo necesario para ayudar a Sudán a recuperar su futuro y reafirmarse como un socio fuerte, pacífico y próspero en nuestra región compartida.
(*) Presidente de Kenia