Pocas veces una misma cosa explica casi todos los males. Desde los mercados hasta la calle más real donde cuesta comprar lo básico. Los más de 2.400 puntos de riesgo país o los argentinos que escapan del peso tratando de gastarlo antes de que pierda valor, si es que lo tienen, reflejan el mismo problema. Un gobierno al que casi nadie le cree casi nada. Tener crédito es eso: tener confianza. ¿Cómo confiar si rompieron todo? El presidente dice que la economía vuela, pero el país está parado en ruedas sin combustible. No pueden garantizar que los productos recorran el territorio nacional y se devoran como una aspiradora voraz todo recurso disponible para importar el combustible que son ineptos para producir aunque abunde en nuestra tierra. La economía es una pila de distorsiones y vaya a saber qué negociados.
¿Solución? Cepo y recontra cepo. Garrote e impuestos. Acusar a los que producen de todos los males y seguir gastando mientras juegan otro fulbito para la tribuna diciendo que ahora sí harán algo por el déficit fiscal, que multiplican con sus planes platita y subsidios a todo.
Un gobierno incapaz de cumplir con lo que promete, -desde el asado en la heladera hasta el acuerdo con el Fondo que apenas firmado ya se encargaban de esmerilar ellos mismos-, hace crujir los últimos resquicios de confianza. El país que 21 veces no cumplió con el FMI parece decidido a ser coherente con su mala reputación. A mostrarse como un chanta local e internacional. A ofender a los que lo ayudan y a defender a los indefendibles. No es extraño que la confianza se despedace también adentro cuando en el mundo no nos presta nadie. Es muy curioso porque se habla desde el comienzo de la semana del test de confianza por el enorme vencimiento de la deuda en pesos.
El ministro de economía salió circunspecto en estas horas a hablar de la importancia de controlar el déficit mientras su gobierno partido y faccioso sólo demuestra la avidez por los manotazos a las cajas que queden, sean planes sociales o los últimos dólares de reservas en quiebra. La vicepresidenta sigue obsesionada con achacarle todos los problemas a la falta de verdes porque en realidad los quiere para ella. En sus cuadros económicos de explicaciones forzadas no se le ocurre preguntarse por qué países con mucha más deuda no tienen ningún problema en seguir financiándola mientras Argentina enfrenta intereses impagables que la hacen un paria internacional. Sin guerras ni problemas de recursos naturales, con un territorio bendito en todas sus geografías, la plaga de la mala administración tiene postrado al país.
Qué es la inflación sino una especie de estafa serial, de ajuste permanente, de impuesto a los más pobres, de robo de guante blanco. Y no viene de un repollo. El festival no es de importaciones sino de dispendio, clientelismo e ineptitud.
Pero cómo pedir que respeten un mínimo acuerdo o que den certezas sobre el más módico corto plazo si las avivadas con el dinero de todos, están precedidas por el fraude moral. Si el presidente busca saldar sus mentiras con billetes, reírse en nuestra cara diciendo que a la hora en que le mentía al país con fiestas clandestinas, justo a esa hora, no era presidente. Aunque hubiera salido compungido por cadena nacional un rato antes, a ordenar cuarentena de urgencia y necesidad, mientras él convertía sus propias órdenes por decreto en una farsa regada con champagne en la casa que le pagamos todos. ¿Crédito? Cuál puede ser el crédito en este culto permanente a la impunidad, en este asalto a la cosa pública y a la fe pública, en este corso a contramano del bien común, que ocupa el poder como guarida y no como servicio, que reparte miseria y no ejemplo, que asquea y empobrece sin pausa a miles de argentinos.
¿Cuál será la inflación a fin de año? Las viejas recetas que nunca funcionaron sólo son un simulacro de que hacen algo mientras siguen la guerra encarnizada por los botines que quedan en pie. El dólar marca la fiebre de la desconfianza, el riesgo país titila con descrédito, el precio de los alimentos desmantela las mentiras y el relato ofende. Qué pueden explicarnos a todos nosotros si no consiguen hablar entre ellos. Qué puede prometer un presidente que no sostiene una idea por 48 horas. No son un gobierno, son una máquina de obstruir la Argentina para controlarlo todo y quedarse con todo. Ese siempre fue el plan. No les importa la educación, ni la cultura del trabajo, ni frenar a los narcos. Y como les salió mal la vuelta al poder y empieza a tronar el escarmiento en los tribunales, aprovechan lo que resta de tiempo, para tomar los últimos cotos de caza y dejar tierra arrasada para los que vengan. Derraman la venganza sobre la clase media y es golpista el que ose preguntar.
Es tan agónica la realidad, que la mejor expectativa parece aguantar. Es cierto, la gente está exhausta y lo único que abunda es la decepción, pero lejos de la sumisión como les gustaría, en vez de bajar la cabeza muchos empezaron a despertar, a entender el truco gastado, a demandar la solución real de los problemas. La gente no da más pero no es estúpida y está enojada. Señora, guarde los caramelos ideológicos y deje de pontificar que sabe de economía que este es su gobierno aunque se quiera despegar y las ruinas están a la vista. Presidente, hágase cargo y aunque no lo haga sepa que a usted se lo van a demandar. Al menos y por interés propio, dejen a los argentinos de bien, mínimamente trabajar.
Ya se cayeron las caretas, todas. ¿No se dan cuenta? Le pasa lo mismo a Wall Street que a cualquier barrio de acá nomás: cómo creerles el rumbo si ustedes no saben a dónde van.