Por Alfredo Casado
La posibilidad de una guerra abierta entre Israel e Irán comenzó a plantearse como “posible” tras los ataques y contrataques que se propinaron en el último mes.
Se puede decir, aunque no se trate exactamente de una misma situación, que ambos contrincantes tienen un escenario de conflicto localizado tanto en Gaza como (en modo especial) en el sur de Líbano. El concepto de conflicto localizado se aplicaba en la Guerra Fría entre los grandes bloques como una manera de trasladar a territorios aislados la confrontación ideológica y militar. Así, se resguardaba para una tercera etapa un conflicto que pudiera afectar de modo directo los territorios de la Unión Soviética o de los Estados Unidos.
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Y no solo hablamos de Corea o Vietnam. En los primeros años de los ‘70 Europa Occidental era el campo supuesto para la gran batalla táctica nuclear anterior a que los misiles intercontinentales pudieran alcanzar Los Ángeles o Moscú. Se estimaba que una guerra, en inicio convencional, no podría ser sostenida por la OTAN y que, ante el empuje de los tanques del Pacto de Varsovia, el primer disparo de un proyectil atómico saldría de un lanzador occidental. Por un periodo de no más de diez días esa contienda daría un margen de negociación para evitar el cataclismo total.
Teorías bélicas de entonces aún pueden aplicarse con las precauciones del caso. Gaza y Cisjordania parecen ser también conflictos localizados, como si fueran los territorios elegidos para subir y bajar la presión entre Israel e Irán, y una forma de mantener la llama militar encendida, pero sin alcanzar los niveles de la guerra total entre el Estado judío y los persas.
De llegar al punto de conflicto total, ¿qué podría ocurrir? Se escribe mucho y se pronostica a veces sin un análisis cuantitativo y cualitativo de los arsenales, además de indagar de manera superficial acerca de las alianzas estratégicas.
Israel posee, tecnológica y humanamente, una de las mejores fuerzas armadas del mundo. Desde hace décadas sus comandos, sus reservas y sus sistemas de comunicación entre los mandos, aunque puedan cometer errores, son de primer nivel y adaptados a un pensamiento en que la toma de decisiones no es absolutamente vertical o emana de un ser superior divino, sino producto de un funcionamiento en el que la razón es la prioridad que los guía. A ello, como lo queda probado en el último tiempo, la inteligencia aplicada a la guerra funciona con enorme eficacia para descubrir los liderazgos enemigos.
Y a todo ello se suma la maquinaria militar de primer nivel, la capacidad israelí de adaptar armas a sus teatros de operaciones, las fábricas y laboratorios de que dispone y, en especial, el irrestricto, tranquilizador y permanente e histórico apoyo de los EEUU. Y, por si no bastara, su nunca reconocido de forma oficial, poderío atómico.
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Como contrapartida, Irán hace un enorme esfuerzo por captar conocimiento occidental y de otras regiones para aplicar a sus necesidades militares. Con mucha imaginación y estudio prepara ejércitos aéreos de drones que inclusive exporta a Rusia; genera y transforma ingenios misilísticos para llegar a medias y largas distancias; y sabe que para contrarrestar y sostener una suerte de coexistencia con Israel necesita del Arma Nuclear.
El viejo concepto maoísta de tener el dominio militar del átomo para poder negociar sin que importe demasiado el número de ojivas, con el fin de intimidar al enemigo y que este sepa que el acierto de un solo disparo atómico en su territorio le generará un tremendo daño y una cita con la historia para explicar por qué se llegó a esa barbarie radiactiva.
Irán sabe de su inferioridad aérea: sus ochentosos F-14 de origen estadounidense o los soviéticos Mig-29 no pueden confrontar con los hipermodernos F-35 Lightning que Washington le vendió a Tel Aviv no hace mucho tiempo. Además, todo el resto de aviones y sistemas de los más variados que posee Israel con el aditamento de pilotos a los que se considera de los mejores del mundo.
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Ese escenario no desanima a Teherán. Aunque sabe de las dificultades en los cielos, apostará a lanzar miles y miles de misiles y cohetes, que también podrían ser disparados desde Líbano, Siria y Yemen. Saturar la Cúpula de Hierro, desgastar a los Patriot y acertar con algunos proyectiles en Tel Aviv, Haiffa, instalaciones y bases militares o el propio Mossad. Por cierto, también estaría en condiciones, si no son destruidos antes, de enviar otra impresionante cantidad de drones baratos que, aunque tarden horas, algunos podrían impactar en zonas sensibles y generar fuerte tensión psicológica.
Israel tiene un panorama más tranquilizador en términos de sus aliados: como señalaba, EEUU nunca dejará a Israel librado a su suerte. Y existe una red de naciones islámicas con relaciones abiertas en el Occidente que parecen no querer una nueva guerra total.
Hay que considerar el pensamiento de los pueblos en esos países árabes. ¿Cuál será la reacción popular en Arabia Saudita, Turquía, Túnez, Irak, Siria e incluso Argelia? En ellos puede pesar lo religioso, el nacionalismo y en un sentido u el otro, las terribles huellas del pasado.
Si bien el líder iraní, Massoud Pezeshkian se reunió con Vladimir Putin hace algunos días en la cumbre de Turkmenistán, hoy no se trata del mismo contexto que el de la guerra de Yom Kippur, en la que la Unión Soviética sostuvo, a la par que los norteamericanos con Israel, el envío del armas e información satelital.
En 2024 Rusia está envuelto en una guerra terrible con Ucrania, lo cual no hace que desee ceder protagonismo mundial, pero sí afecta sus acciones globales.
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Es otro tiempo, y el conflicto abierto no le convendrá a nadie. Ni a los contendientes directos ni mucho menos al sistema económico mundial. La cosa no se dirimirá solo en los territorios de los países en cuestión. Habrá sabotajes, ataques sorpresivos, bloqueos, enfrentamientos en el mar, vías comerciales petroleras bloqueadas.
El paradigma de un régimen iraní alocado no es un reflejo de la realidad y sí una mala lectura de la cultura persa. Son siglos y siglos de lucha. Y no solo con Israel. Irán conoce las fortalezas y debilidades propias y las de sus enemigos. Todo indica que los conflictos y tensiones seguirán extendiéndose por Palestina y Líbano. Con algunas incursiones impactantes entre Israel e Irán, pero sin que los golpes sean devastadores.
Si por el contrario la guerra se declara abierta, las consecuencias serán impredecibles, no solo en lo militar. Ante una situación de esa naturaleza es probable que alguien tenga la idea o la tentación de modificar en forma definitiva el actual orden mundial y encuentre justo ese instante bélico como el punto de lanzamiento de un renovado establishment con tendencia diferente a la que marcó el fin de la Guerra Fría.
Desde el Lejano Oriente, China sigue atenta y sigilosa todos estos movimientos.