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Una Selección que es potencia, un país que es impotencia: el espejo de otro modelo
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Una Selección que es potencia, un país que es impotencia: el espejo de otro modelo

La gente quiere ganar, está harta de perder. Eso también expresa el Mundial en forma de efervescente euforia. La Selección nacional de fútbol es parte de esa argentina competitiva capaz de medirse entre los mejores del mundo. Interpela a los promotores del pobrismo y la mediocridad. Es un conjunto de deportistas de élite que se abren paso en un escenario global, progresan económicamente y son embajadores aún sin proponérselo de cómo funcionan las cosas afuera.

Encima, el modelo de mérito y competencia, que en sí mismo representa el deporte, pone en problemas al conformismo y a la chatura idealizados como falsa igualdad cuando sólo se trata de exaltar la decadencia. Todo lo que pasa con la Selección sacude la resignación y le cambia la agenda a la política o, mejor dicho, deja expuesto el vacío de oferta de futuro.

El furor por ir a la final choca de lleno con los impuestos chupasangre al que viaja y no impide que los que puedan se lancen con lo que tienen a la aventura. Después se sentirán esquilmados por un tipo de cambio usurero que supera hasta el del mercado blue. Nada muestra mejor el castigo a esa clase media que sí pretende conectarse al mundo y que, es más, ahora exporta a sus propios hijos, que en su país se sienten un capital despreciado, mientras ven cómo el sistema afuera, aún con dificultades, contiene a los que trabajan duro, a los que son preparados o a los que simplemente cumplen con las reglas.

Todo eso es muy incómodo para el gobierno kirchnerista que sólo tiene planes sociales, planes platita y bonos para ofrecer más pobreza, más inflación y más declive.

El cascarón sin contenido en que se ha convertido este Gobierno quedó perfectamente reflejado en el acto vaciado del presidente donde nada muestra mejor su increíble realidad paralela como celebrarse a sí mismo. Esa manía de festejar cumpleaños que no se curó con el escándalo de Olivos ahora se hizo a cielo abierto en la Rosada, y no fue casi nadie. Sólo un gobernador, ningún kirchnerista y apenas un coro de sindicalistas que van a donde los llamen porque el juego de ellos es quedarse con quien sea para siempre.

Los tres años de Alberto se recordarán por la semifinal entre Francia y Marruecos. El cristinismo se enardece cuando ve al presidente que ellos pusieron ahí arriba tener el tupé de insistir con su reelección. Pero tienen sus propios problemas como para dedicarse demasiado a ese Fernández. Con hacerle el vacío les alcanza. El resto lo hace solo.

Por lo pronto, la ola triunfal celeste y blanca también le cambió la agenda a la señora Kirchner. Esperaba otro escenario rutilante de victimización, pero no pudo ser. Se informó este miércoles que la reunión de expresidentes del Grupo Puebla que iba a hacerse en Buenos Aires el lunes para solidarizarse por la persecución judicial contra Cristina Fernández pasa a marzo. No se sabe si tuvo problemas con la asistencia, además de descubrir que la gente está en otra cosa y sólo pensará en el fútbol a partir del lunes, después de la final.

Es en realidad la segunda vez que se pospone el meeting y el rumor de la dificultad de juntar gente viene desde la primera cancelación, el 12 de diciembre pasado cuando se adujo que era por el Covid de la vicepresidenta. Es increíble ver cómo persiste ella en su propia agenda. Como si no hubiera nada a la vuelta y sin notar que la gente se dedica a sus propios problemas que son muchos, y ahora, a las mieles de esta pasajera alegría deportiva. Para Cristina Fernández el mundo se reduce a su guerra contra la Justicia y no la sacan del ensimismamiento ni los goles de Messi.

Encima, además de no poder capitalizar el triunfo en el Mundial, lo ven a Mauricio Macri sacándose fotos con los cracks del fútbol, jugando al paddle con Ronaldo, Beckham y Batistuta, mientras tiemblan por la mera idea de que quede cerca de la Copa en alguna foto si es que el sueño argentino se cumple.

Como Argentina ya tiene un lugar en el podio, la premiación ha dado qué hablar en el oficialismo y en la oposición. Por ahora se sabe que según el protocolo de la FIFA sólo pueden estar presentes los presidentes de federaciones. Pero ayer la reunión del presidente de Francia, Emmanuel Macron, con el ex presidente argentino -quienes hablaron por un buen rato- abrió especulaciones sobre si verán juntos el partido del domingo y si se sacarán fotos con resonancia política durante la final.

En un país normal, la presencia de un expresidente en un mundial sería un recurso diplomático. En Argentina es leída de dos maneras. Con tirria por el kirchnerismo, que detesta la posibilidad de que se relacione a Macri con algún triunfo nacional; y en clave electoral desde la oposición donde observan con cuidado si algo, por más mínimo que sea, sugiere que Macri será candidato.

Mientras el kirchnerismo no pierde oportunidad para llamarlo mufa, los precandidatos de la oposición celebran que su agenda sea la de un hombre del fútbol y no la de un candidato. “Con Cristina fuera del juego electoral, la opción Macri y la polarización pierden fuerza”, dicen algunos. “No olviden que la plataforma política que catapultó a Macri fue originalmente el fútbol”, dicen otros.

También están las almas bellas que sueñan con un país que emerja sin grieta de la Copa del Mundo. Pero cuando bajen las burbujas la que emergerá cruda, con toda su miseria, es la realidad, en plena previa de fiestas muy austeras y encima con la tarjeta de crédito incendiada para los que viajaron a Qatar.

¿Puede Argentina parecerse más a su Selección de fútbol? Una selección que es potencia deportiva y un país que es impotencia colectiva ve en ese espejo un modelo diferente. Ya no es sólo un twitch del Kun Agüero explicando que los impuestos son confiscatorios, sino 26 muchachos y un técnico que se destacan por el mérito, la eficiencia, la mesura, y ganan. Que personalmente triunfan o van a triunfar en el mundo con bienestar económico, prestigio y fama. Que cumplen con reglas y no exaltan la trampa. Y que encima no se destacan por ensalzar dictadores como hacía Diego Maradona.

Es improbable que Lionel Messi se deje usar políticamente por este gobierno. Y sin decir una palabra, el equipo revela que sí hay una forma de ganar, pero es con esfuerzo, haciendo las cosas bien y buscando la excelencia para ser los mejores. Todo lo contrario al pobrismo del conformismo que con discursos contra el capitalismo o los que tienen dinero, sólo busca justificar la decadencia insoportable de un modelo agotado en el que los únicos que se enriquecen son ellos, y encima, con la plata de todos.

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