Por Gabriel Michi
El periodismo argentino se enfrenta al asedio de una «tormenta perfecta». Una «tormenta perfecta» donde las condiciones laborales también tienen un impacto determinante sobre la Libertad de Expresión. Y donde, además, intervienen distintos factores, endógenos y exógenos, que contribuyen a un estado calamitoso.
Por un lado, los cambios tecnológicos que sacuden al mundo no son ajenos a lo que ocurre por estas tierras y han cambiado tanto las modalidades de consumo de la información –y la desinformación- del público, con una particular edición de lo que toman y dejan las personas, muy impregnada de sus propias convicciones que las llevan a segmentar como nunca lo que la prensa les ofrece. Eso ha atravesado al periodismo de mundo y de la Argentina de una manera determinante. Y ni hablar de cómo esa realidad es tamizada y condicionada por las redes sociales.
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Otro de los factores que sumergen al periodismo de este país en una «tormenta perfecta» es la propia realidad de crisis permanentes de la Argentina, con picos de hecatombe en determinados momentos históricos en los que no está exento este presente.
La inflación descontrolada y la pauperización de la economía son dos elementos centrales en la crisis general que, como el resto de la sociedad, también vive el periodismo argentino.
Si a eso se suma el abrupto corte de la publicidad oficial nacional –más allá de que haya que discutir el fondo de la falta de regulación al respecto-, la situación se vuelve más dramática.
A ese complejo ecosistema de dificultades se debe agregar la tan mentada «grieta» que en las últimas dos décadas no sólo han dividido familias y amistades sino que lo ha hecho entre periodistas y entre medios de comunicación, llevando al paroxismo las posturas y dañando seriamente la confiabilidad de la información que termina muy sesgada de acuerdo a sus posicionamientos ideológicos. Posicionamientos que muchas veces son condicionados por las propias pautas publicitarias estatales y privadas que tienen un impacto y una incidencia mayor dada la fragilidad económica de esos medios. Además de un dato que no se puede ignorar: la cada vez más presente realidad de dueños de medios que no entienden la lógica de la
información y que desembarcaron en ese ámbito en busca de otros tipos de intereses no periodísticos.
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Pero si todo eso fuera poco, en esta «tormenta perfecta» que asola al periodismo también se ha sumado en los últimos meses una embestida verbal sin igual de parte de un presidente de la Nación.
Los ataques descontrolados y violentos de Javier Milei contra el periodismo en general y contra periodistas en particular –amplificadas por ejércitos de odiadores seriales que disparan todo tipo de agravios por las redes sociales- también son una marca de época. Una marca de oscuridad, por cierto.
Y, en medio de las consecuencias de esos cambios tecnológicos, de la fragilidad de los medios de comunicación, de la irrupción desmedida de las redes sociales que relativizan todo, de caída de la publicidad oficial y privada, de crisis recurrentes de la economía, de agravios sin cesar desde lo más alto del poder político, también hay que agregar a esa «tormenta perfecta» que afecta a los periodistas argentinos las deterioradas condiciones laborales en las que ejercen su trabajo. Ese fenómeno no es nuevo pero, ante semejante escenario, se vuelven mucho más graves y peligrosas.
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Hace años que las periodistas vienen perdiendo derechos laborales en la Argentina. La precarización es algo que ha condicionado no sólo las tareas cotidianas de los trabajadores de prensa sino su propia vida, obligándolos a tener que buscar más de un trabajo –en caso de conseguir- y a veces muchos más que dos. El fenómeno conocido como «pluriempleo» es, en realidad, la muestra más evidente de semejante cuadro.
En general, las formas de contratación se volvieron abusivas, desconociendo la legislación y los derechos que le asisten a los periodistas.
Además de que esa multiplicidad de tareas llevan a los profesionales de prensa a no poder profundizar en los temas que abordan, dañando así también la calidad de la información que se brinda a la ciudadanía.
La crisis que afecta a las empresas periodísticas argentinas se traduce aún con más contundencia en los periodistas como trabajadores que necesitan de un salario digno para vivir. Y esa es otra cuestión: el deterioro de los ingresos es tal que, en muchos casos, colocan a los comunicadores muy por debajo de la línea de pobreza.
Es más, en algunos lugares (particularmente en pequeñas poblaciones en el interior de las provincias) hay trabajadores de prensa que tienen que realizar todo tipo de tareas -incluso muchas que nada tienen que ver con el periodismo- para poder sobrevivir dado los magro ingresos que les deja su oficio en los medios. Obviamente los condicionamientos para ejercerlo también se agigantan en esos escenarios de extrema vulnerabilidad.
Por todo eso y mucho más es que los trabajadores de prensa se enfrentan hoy a una devastadora “tormenta perfecta” donde sus precarias condiciones laborales los afectan a ellos, pero también a toda la sociedad porque lo que se pone en juego es la Libertad de Expresión. Y, con eso, la calidad de la democracia.
(Columna publicada originalmente en el marco del «Informe Anual 2023 del Monitoreo de Libertad de Expresión elaborado por el Foro de Periodismo Argentino-FOPEA»)