Javier Milei eligió a Córdoba como escenario para celebrar su primer 25 de mayo como presidente, asegurando que se trata de “la meca de la libertad argentina”. Sin embargo, más allá de los claros hitos a favor de esta afirmación, lo cierto es que también fue la única provincia que se resistió a la Revolución de Mayo de 1810, y fue la cuna de una contrarrevolución que terminó en el fusilamiento de Santiago de Liniers, quizás el mayor referente político y militar de aquellos tiempos.
Durante su discurso de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso nacional, en marzo último, el presidente Javier Milei convocó a todos los sectores, y especialmente a la oposición, a firmar el llamado Pacto de Mayo, el 25 de mayo de 2024 en la ciudad de Córdoba.
El mandatario venía de una primera derrota por la Ley Ómnibus, y la invitación a suscribir este acuerdo en la segunda ciudad más importante del país, en el corazón del interior productivo y uno de los focos políticos que podría abrirle la llave para un nuevo intento de aprobar su proyecto de ley y de sostener el famoso Mega-DNU, tenía el objetivo de inaugurar una nueva etapa de diálogo político.
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Pero una probable derrota de la remozada Ley Bases, un posible rechazo al DNU 70/2023 y, sobre todo, el fracaso del Pacto de Mayo, llevaron a Milei a cambiar completamente su 25 de mayo: ahora sería sin políticos (más que los de su espacio y sus aliados), sin acuerdos y en contacto directo con su público. Lo único que se mantuvo fue el escenario: Córdoba.
A través de su vocero, Manuel Adorni, el Gobierno explicó que la elección de ese lugar responde a que Córdoba es “la meca de la libertad argentina”, ya que allí tuvo lugar la reforma universitaria; luego el famoso “Cordobazo”; en tiempos más cercanos fue el epicentro de la resistencia a la polémica Ley 125 que buscaba imponer la gestión de Cristina Kirchner; y, finalmente, se argumentó que “es la provincia donde, el 19 de noviembre pasado, el ahora presidente Javier Milei arrasó en las elecciones”.
Aunque todo esto es cierto, en las redes sociales algunos usuarios les señalaron al mandatario y a su vocero que Córdoba fue justamente la única provincia que se opuso a la Revolución de Mayo de 1810. En efecto, allí se puso en marcha una contrarrevolución para defender el régimen colonial que culminó con un sangriento desenlace.
LINIERS, DE “HÉROE” A “VILLANO”
“Córdoba no adhiere a la Revolución de Mayo de manera instantánea por varias razones, pero la más importante es que a Córdoba se había ido a vivir quien había sido el virrey poco antes: Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista. Y esto es un elemento decisivo”, le cuenta a Newsweek Argentina el profesor Christian Trotta, docente de Historia y creador del podcast historiográfico y educativo “Demoliendo fuentes”, que periódicamente publica a través de YouTube.
Tras la Reconquista de Buenos Aires en 1806, el militar nacido en Francia se volvió un héroe y la figura política y social más relevante de la Ciudad (y del Virreinato), al punto que el Cabildo porteño lo puso al frente del Gobierno sin deponer al virrey Sobremonte, quien decidió irse (algo ofendido por el desaire) a la Banda Oriental para tratar de conservar algo de poder, lejos de las pujantes (y envalentonadas) élites porteñas.
Durante la segunda invasión, en enero de 1807, Sobremonte es derrotado por los ingleses en Montevideo y se escapa, abandonando a Buenos Aires a su suerte. Una junta militar lo detiene y lo destituye, y después nombra a Liniers como virrey interino, algo inédito hasta esa fecha: un virrey surgido del gobierno local, y para colmo, francés. Inimaginable poco antes. España no solo convalidó su elección como virrey, sino que le otorgó un título nobiliario: el de Conde de Buenos Aires, por su heroísmo en defensa de las tierras españolas.
Desde luego, esto causó celos y descontento en la aristocracia y las milicias porteñas, que no vieron en este gesto un reconocimiento a Buenos Aires como territorio autónomo, sino que lo sintieron como una gota más en un vaso a punto de derramarse. Sumado a esto, el encarcelamiento de Fernando VII en España motorizó algunas sospechas por su origen francés, y fue reemplazado por Baltazar Hidalgo de Cisneros, el famoso virrey Cisneros que muy pronto depondría la Primera Junta, el 25 de mayo de 1810.
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Ya desplazado del cargo, pero gozando de una enorme popularidad (los porteños pidieron a España que no lo reemplazaran) y también temiendo alguna intriga en su contra justamente por ese poder, Liniers se fue a vivir a una finca en Alta Gracia, Córdoba, desde donde mantenía permanente correspondencia con los principales dirigentes porteños y los mandos militares. De hecho, parte de las tropas del interior seguían respondiendo a él. Por lo tanto, su influencia también era innegable en Córdoba, gobernada en ese entonces por su amigo Juan Gutiérrez de la Concha.
El clima era tenso. Algo iba a pasar, y finalmente pasó. La noticia de que el 25 de mayo el Cabildo de Buenos Aires se había rebelado contra Cisneros, que había creado un gobierno propio y que las tropas porteñas inminentemente marcharían al interior en busca de la adhesión de las provincias llegó a Córdoba recién el 28 de mayo, cuando todo estaba ya cocinado y la Junta había tomado numerosas medidas.
Según Vicente F. López (en “Historia de la República Argentina. Su origen, su revolución y su desarrollo político hasta 1852”), un joven soldado de 17 años llamado José Melchor Lavín se acercó a Cisneros y le dijo que su única salvación era mandarle una carta urgente a Liniers para contarle lo sucedido y pedirle que se rebele. El virrey depuesto dudó, pero accedió, y el mensaje llegó a manos del militar francés en apenas un par de días, un tiempo récord para la época.
Liniers, el héroe de la Reconquista, creyó ver allí una nueva oportunidad histórica y se dispuso a tomar el control de la situación. Les escribió a los miembros de la Primera Junta, hasta hacía poco sus subalternos y súbditos, y les ordenó que dieran marcha atrás o avanzaría con sus tropas hacia la capital. De hecho, también escribió a los gobiernos de Santa Fe, Mendoza, San Juan, Tucumán y Salta para pedirles que desconozcan a los enviados revolucionarios. Pero ninguno acató sus órdenes: al contrario, se adhirieron. Intentó pedir apoyo a las tropas de Paraguay y a las de Montevideo para que se concentraran en Rosario y unificaran un ataque. Tampoco tuvo éxito.
Para cuando la tropas porteñas, lideradas por Ortiz de Ocampo, emprendieron su marcha sobre el interior, el Cabildo de Córdoba ya se había pronunciado en desacuerdo con el Acta de Mayo y había iniciado una contrarrevolución sin contar todavía con las fuerzas necesarias para ello. Tan fallido fue ese intento que unas pocas partidas de soldados adelantados lograron poner bajo arresto a Liniers; a Gutiérrez de la Concha; al obispo cordobés Rodríguez de Orellana; al coronel Tomás Allende; al contador mayor Joaquín Moreno; y al tesorero Victorino Rodríguez, considerados los “cabecillas” de la insurrección.
Tras recibir el parte de la captura, la Junta porteña tuvo que decidir qué hacer con Liniers, héroe, prócer, ídolo popular y tal vez el líder político y militar más relevante en aquellos años. Se impuso la intransigente posición de Mariano Moreno: había que fusilarlo, y ya.
Pero la popularidad de Liniers era tal que hubo una enorme resistencia en Córdoba y también en Buenos Aires. La Iglesia intervino en su favor y se convino llevarlo a Buenos Aires para ser juzgado y abrir un canal de diálogo. Fue en vano: la Junta mandó al propio Juan José Castelli, el orador de la Revolución y uno de los hombres más duros de aquella gesta, con la orden de fusilarlo en donde lo encontrara. Y así fue.
Castelli hizo frenar la caravana en la zona llamada Monte de los Papagayos, cerca de la posta de Cabeza de Tigre (hoy muy cerca de Los Surgentes, en el sudeste cordobés); informó a los detenidos que tenían dos horas para arreglar sus temas religiosos y particulares; y allí los hizo fusilar sin miramientos por el pelotón liderado por Domingo French, el 26 de agosto de 1810. Sólo se salvó el obispo Orellana gracias a la presión eclesiástica y social.
“El que ejecuta la orden de fusilamiento contra Liniers y los contrarrevolucionarios es Castelli, el orador de la Revolución de Mayo. Si hubo un hombre determinante en aquel 25 de mayo de 1810 fue Castelli, más allá de Saavedra, que actúa como presidente. Castelli es el que habla, el que fundamenta la Revolución, el que explica por qué hay que formar esa Primera Junta. Como ironía del destino, el orador de la Revolución de Mayo murió años después por un cáncer en la lengua”, relata el profesor Trotta.
De acuerdo a Vicente F. López, Liniers creyó que su popularidad y su historia alcanzarían para convencer a todos de que no era necesaria la Revolución de Mayo y que debían sumirse a los designios de la corona española, respetando la designación de Cisneros o del virrey que fuera (¿tal vez pensó en él mismo nuevamente en el cargo?).
Así lo analiza el historiador: “Totalmente alucinado con su anterior popularidad, no había alcanzado a comprender que había debido esa popularidad, más que todo, al papel de jefe del partido criollo y de adversario del partido europeo que había desempeñado, sin que él mismo hubiese medido los alcances de los gérmenes revolucionarios que se habían desenvuelto y afirmado bajo su propio favor. Una vez cambiadas las posiciones, tomando él la bandera del partido que lo había combatido, contra el partido que lo había apoyado, venía a ser un hombre nuevo, un tránsfuga, a los ojos de los que habían sido antes sus sostenedores y sus amigos. Confundiendo, pues, lo que significaba su persona cuando actuaba con el país, y lo que era ahora actuando en contra del país, creía que su presencia sola habría de bastar en 1810 para que todo se sometiera al orden de cosas antiguo que él mismo había destruido”.
En resumen, López sostiene que, descansando sobre su popularidad, Liniers no supo leer su tiempo político, y que fue la misma revolución que él había forjado la que termina colocándolo frente a ese pelotón de fusilamiento en tierras cordobesas.
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
Pero, ¿por qué Córdoba y Liniers se oponen a aquella Revolución de Mayo de 1810? Para Trotta, el precio de esa libertad que proclamaban desde Buenos Aires podía ser extremadamente alto. “Había un miedo natural a las consecuencias de la decisión tomada por los revolucionarios de Buenos Aires en esto de ‘cortarse solos’, desconocer al rey impuesto por Napoleón y, en cambio, aceptar como monarca a Fernando VII, que estaba preso. En el acta del 25 de mayo -que hoy nadie lee- los cabildantes juran fidelidad a Fernando VII y a todos sus sucesores”, sostiene el docente y divulgador.
Pero agrega: “Y tal vez más importante que los habituales análisis sobre esta especie de ‘rivalidad’ de Córdoba con Buenos Aires, sea la resistencia de los viejos dirigentes a ‘estas nueva elite de dirigentes que quieren empezar a gobernar’, como decía Tulio Halperín Donghi”.
“Córdoba no solo no adhiere”, señala Trotta, “sino que inicia una ‘contrarrevolución’, porque los Hombres de Mayo querían expandir la Revolución por todas las provincias, pasando por encima de la decisión de Córdoba, donde la presencia de Liniers era muy fuerte”. Y añade: “Esa contrarrevolución es aplacada y todo termina ni más ni menos que con el fusilamiento de Liniers, uno de los héroes contra las invasiones inglesas, un prócer. Los cabildantes tuvieron que tomar la decisión de fusilar a los rebeldes, que estaban encabezados por él. Y terminaron fusilando a Liniers, que no solo había sido virrey, sino el tipo que lideró la liberación de Buenos Aires. Porque vale recordar que durante más de 40 días fuimos una colonia inglesa”.
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¿Tenía el Cabildo de Buenos Aires el derecho de imponer condiciones al Cabildo de Córdoba? Para intentar responder a esto, Trotta recuerda que “el Cabildo era una institución americana de gobierno para la autogestión local de la sociedad, un órgano municipal”.
“Se autoconvocaba. Funcionaba como cárcel para los reos de la época. Incluso allí estaban permitidas las torturas. Habitualmente solo las ciudades más importantes tenían un cabildo: Buenos Aires, Luján, Córdoba, Jujuy. Para los que han viajado y visitaron el Cabildo de Purmamarca, hay que contarles que no es cierto: es muy lindo, pero Purmamarca no tenía un cabildo, porque solo lo tenían las ciudades más importantes”, indica.
Además, subraya: “Al cabildo asistían los vecinos de la ciudad. Claro, para ser ‘vecino’ había que tener armas, una entidad dentro de la ciudad, tener tierras, un buen pasar financiero, una disciplina a la cual dedicarse y obviamente ser hombre, lo cual sin dudas merece una mirada de género”.
Pero yendo puntualmente a la relación entre el Cabildo porteño y el cordobés, afirma: “El contacto entre los cabildos se producía como el vínculo entre organismos de gobierno de distintas jurisdicciones. Hay una supuesta igualdad. Pero lo que pasa es que al crearse el Virreinato del Río de la Plata, en 1776, se establece la sede del virrey en Buenos Aires, y eso lo posicionó como el más importante. Como consecuencia, era normal que surgieran resquemores”.
De todos modos, Trotta recuerda que Córdoba termina abrazando las ideas revolucionarias y siendo una pieza clave en las luchas por la Independencia. Tras el fusilamiento de Liniers y del gobernador Gutiérrez de la Concha, la provincia fue intervenida y eso permitió que las ideas revolucionarias se asentaran en la élites y en la gente.
Y es que la Revolución de Mayo no fue, según Trotta, el fin de una etapa, sino el punto de partida. “La Revolución de Mayo empieza en mayo de 1810, pero dura al menos 10 años más. No se hizo de la noche a la mañana. Las luchas por la Independencia duraron hasta 1820. No fuimos libres de un día para el otro. La Independencia se declaró en 1816, y aún así la guerra continuó, hubo ofensivas y contraataques españoles para tratar de recuperar su virreinato. Fue un proceso, y costó mucha sangre y esfuerzos”, concluyó.