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OPINIÓN – La letra con sangre entra
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OPINIÓN – La letra con sangre entra

Cristina Kirchner

Así decían los viejos maestros y maestras que había que enseñar, forzando con sangre el ingreso de la letra en el alumnado, especialmente el más negado. Se trataba de una metáfora, claro. O casi siempre. En cualquier caso, aquel antiguo estilo mandatorio de hacer docencia fue el que eligió Cristina Fernández de Kirchner como tono de su clase magistral en la Universidad Nacional del Chaco Austral, un discurso que le puso el broche de oro a una semana particularmente virulenta de la interna gubernamental.

Aunque la Vicepresidenta relativizó con un juego de palabras la tensión que divide al Poder Ejecutivo, su explicación clavó más profundo el puñal del despoder en el costado del Presidente. Ella puso en palabras propias, acaso por primera vez, la verdadera razón por la que escogió a Alberto Fernández como su candidato para acompañarla en la fórmula electoral de 2019: a diferencia de Sergio Massa o de los líderes piqueteros o de cualquier gobernador o caudillo partidario, Alberto era el único que no tenía poder propio. Nada con que disputarle el mando. Y por eso, argumentó Cristina, resulta erróneo calificar de pelea de poder su divergencia con el Presidente. ¡Auch! Eso debe haber dolido al Fernández que lo miraba por tevé.

Por si hacía falta más dolor para que se entendiera la lección en la escuelita remota de Olivos, la flamante “doctora honoris causa” del Chaco autocalificó de “inteligente” su experimento electoral y de “generosa” la gracia concedida a Alberto de decidir al menos quién sería su Jefe de Gabinete. El del arranque de mandato, porque el actual le fue impuesto por la Jefa.

Nota mental para la mesa chica del Instituto Patria: en el fragor del “debate” interno en el Frente de Todos, Cristina volvió a tomarle el gustito al protagonismo histriónico con ovaciones de fans, al stand up doctrinario largo y con bises al borde del escenario, en definitiva, a la gloriosa época dorada de las cadenas nacionales con post show en los balcones. Cuidado porque ahí es donde Cristina cambia las neuronas por hormonas (como distinguió ella misma en su clase magistral). En ese punto de embriaguez populista, al cristinismo se le borronean las cifras de las encuestas, y cuando vuelve a verlas con nitidez, a veces ya es demasiado tarde.

De todos modos, hay que reconocer la lucidez de la Vicepresidenta incluso en sus momentos de mayor engolosinamiento con el rol de maestra ciruela. Es interesante su análisis de que el capitalismo no debe ser considerado una ideología, sino una fuerza histórica cuya evolución material se manifiesta en la concentración creciente de la riqueza y la disrupción tecnológica imparable. Todo eso, señala Cristina, impacta inevitablemente en la dinámica política y en los sistemas democráticos de gobierno. Y ahí viene su salto mortal doctrinario: tanto sacude el capitalismo a la gobernanza global, que ya va siendo tiempo de revisar la vetusta división de poderes, que data de la Revolución Francesa. De ahí al Lawfare y al conflicto de los Kirchner con Comodoro Py hay apenas un par de escalones, al menos en la Teoría General del Universo ideada por la madre espiritual de Unidad Ciudadana.

¿Alberto habrá comprendido la lección? Su experiencia como profesor en la UBA le permite interpretar los gestos de fastidio de Cristina como el ultimátum de una docente que explica por enésima vez la misma bolilla, antes del examen final. Sin embargo, no hay que olvidar que el alumno Fernández tiene un historial de cabeza dura, que se deja estar con las tareas y que no reconoce plazos. Después de todo, Alberto sabía muy bien hace tres años, cuando le cayó la candidatura presidencial del cielo, que todo esto que finalmente estalla hoy podía sucederle. Y sin embargo -al igual que millones de argentinos- prefirió hacer oídos sordos y lanzarse al abismo del poder sin poder. Una cosa sí que aprendió de su jefa: la manía de pifiarla fiero pero nunca, jamás, pedir perdón.

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