Por Gabriel Michi y Luis Baravalle
Fotos: Mario De Fina
Un equipo de Newsweek Argentina viajó una semana al sur para indagar en los puntos oscuros del acuerdo de Argentina con China para instalar un observatorio espacial. Las sospechas de los vecinos y los reproches de Washington.
En Las Lajas no hay secretos. En un pueblo como éste, de apenas cuatro mil personas, todos se conocen con todos. Los romances, las peleas, los embarazos y los golpes de fortuna tardan nada en llegar a los oídos de todos sus habitantes, cuya vida, en su mayoría, gira alrededor de la escuela, de la Municipalidad o de los puestos de Gendarmería que hay por la zona. Esa es una máxima que funciona para todo lo que sucede en este pedazo de tierra de Neuquén salvo por un detalle para nada menor: nadie sabe nada, pero nada de nada, de la base satelital que la República Popular China levantó al lado de ellos.
Es una historia rodeada de misterio desde el minuto cero. “Los chinos”, como se los llama a secas en Las Lajas, desembarcaron sin previo aviso a mediados del 2014. Una decena de ellos contrató mucha mano de obra, muy bien paga, de la zona: fueron unos 270 trabajadores argentinos afectados a la obra civil y unos 30 profesionales y técnicos llegados desde el país asiático.
A los primeros, que eran oriundos de localidades cercanas, los llevaban en ómnibus cada día. A los chinos, en cambio, se los alojó durante dos años en casas que alquilaron o en el único hotel que hay en el lugar, hasta que una mañana se fueron con el mismo sigilo con el que habían llegado. Eso fue en el 2017, cuando terminaron de construir un complejo que cuenta con cocina, dormitorios, un gimnasio y el radar, que se supone que es para avanzar en la exploración de la Luna, en un paraje desértico al lado de la ruta 31. Sin siquiera despedirse se fueron a vivir allí, y desde entonces su presencia cercana es poco menos que una leyenda urbana, un lienzo en blanco que los lajeños pintan con sus propias ideas, esperanzas o, sobre todo, temores.
Es que los fantasmas que crecen alrededor de las 200 hectáreas que el gobierno de Neuquén le cedió a China por un lapso de cincuenta años están más que justificados. Nadie puede entrar a la base -que técnicamente es territorio tan chino como Pekín-, nadie sabe realmente qué pasa ahí, nadie confía en que la imponente antena de 35 metros, el corazón del sitio, se usa solamente para fines civiles, nadie habla con los seis chinos que, se supone, viven ahí durante seis meses hasta que los reemplaza otro contingente, y la lista de misterios podría seguir.
Es esa nube de desinformación la que alimenta las suspicacias en Las Lajas. “Los chinos nos metieron el COVID en el 2019. Hay que ver que están preparando ahí ahora”, dice Julio Hernández, el kioskero del pueblo. “¿En serio nos quieren hacer creer que hicieron todo este lío en la otra punta del mundo sólo para explorar la Luna? A mí no me cierra”, cuenta Carla Villalba, maestranza de la Municipalidad. “Tienen toda la base conectada con pasajes subterráneos, por eso podes estar un día entero enfrente del lugar y no ver a nadie, se mueven por abajo, es todo muy raro”, asegura Oscar Sánchez, dueño de un restaurant frente a la entrada del pueblo al que los chinos contrataron para un catering el día de la inauguración, aunque lo hicieron dejar la comida en la puerta. Algunos comentarios, sin embargo, son mucho más terrenales.
“En la entrada del lugar los custodia la Policía de Neuquén, que debería cuidarnos a nosotros porque la pagamos con nuestros impuestos, y cuando bajan al pueblo todo lo que compran lo hacen sin pagar IVA. Son unos vivos bárbaros”, narra Sandra Bermúdez, una almacenera que nació en Avellaneda, Buenos Aires, y que hace un año se mudó a Neuquén.
Ese es un punto clave en toda esta historia, parte de una rutina fantasmagórica que alimenta el enigma. Es que los chinos rompen su vida de clausura cada una semana o diez días, cuando “bajan” -el verbo que usan todos, a pesar de que la base y el pueblo están prácticamente a la misma altura- a Las Lajas, para comprar víveres y reabastecerse, la única oportunidad en la que se dejan ver. Son visitas relámpago, que no duran más de quince minutos, y que siempre son idénticas: dos o tres chinos llegan con su Toyota Hilux gris al supermercado “Argen-chino” que está en la esquina de Saavedra y la avenida principal, Julio Roca, donde los espera “Lili”.
La dueña del local tiene un privilegio literalmente único en Las Lajas: sólo ella, también nacida en China, tiene línea directa con los que viven en la base. En el arranque del 2018, unos meses después de la inauguración del complejo, “Lili” abrió su comercio, una coincidencia que a más de uno le llamó la atención. Ahora es ella quien recibe a los chinos, con el encargo de víveres que le hicieron por mensaje de Whatsapp ya listo, y quien los acompaña en el único paseo a pie que hacen fuera de la base. Son los diez metros que separan al supermercado de la carnicería “Las tres efes”, la única de su tipo en Las Lajas, donde “Lili” oficia de traductora para que los chinos se lleven carne, en su mayoría de cerdo. “Parecen amables, pero son callados, no saben hablar. Si no estuviera ‘Lili’ no sé cómo harían”, dice Atricia Castaño, que está al frente del local desde 1977.
“Lili”, en cambio, es mucho menos conversadora. “No, no, no entiendo”, repite ante cada pregunta. Entre el poco castellano que maneja y una desconfianza innata ante los curiosos, no quiere dar pistas sobre si hay una relación entre que ella haya llegado al pueblo y la instalación de la base, y mucho menos contar algo de lo que sabe de sus habitantes. Todo lo que rodea a China es, en Las Lajas, un absoluto misterio.
EL VIAJE
Al final Carlos Menem tenía razón: a China se puede llegar desde el suelo argentino en menos de una hora, aunque no se necesita un “vuelo espacial” y mucho menos remontarse a la estratósfera. Es que tan sólo cuarenta minutos de viaje en auto separan a Las Lajas de la base satelital, que al menos hasta el 2067 será técnicamente suelo chino. De hecho, ya desde la ruta 33 se la puede ver. La antena blanca, que de lejos parece un gigantesco plato hondo, apuntando al cielo, sola en el medio de las montañas de Neuquén que para esta época del año ya están pintadas de amarillo.
Siguiendo el vocabulario científico, habría que llamarla “estación de observación del espacio profundo”. Su equipamiento (y localización geográfica particular) ya permitió observar el lado oscuro de la Luna, entre otros hallazgos astronómicos posibles. Pero como la base depende del Ministerio de Defensa chino, lógicamente se la etiqueta vulgarmente como “base militar”.
Al respecto, los técnicos argentinos reconocen que, al menos en teoría, la base podría ser de uso dual, es decir, de observación astronómica y, a la vez, de seguimiento estratégico de satélites con fines militares. Pero ese uso está específicamente prohibido por una adenda al convenio que hizo la entonces canciller Susana Malcorra, durante el gobierno de Mauricio Macri, explicitando una restricción que ya se daba por entendida desde la firma del acuerdo con China, en tiempos de Cristina Kirchner. De hecho, en el interior de la base, los chinos colgaron un cartel con una foto de Macri y el presidente Xi Jinping estrechándose la mano.
Y a decir verdad, lo que se ve dentro de la base, no alimenta demasiadas teorías conspirativas: los espacios de trabajo son grandes oficinas llenas de computadoras, y varios servidores tamaño heladera. En cuanto a la seguridad interna, no se ven uniformados ni gente armada, apenas personal de maestranza que abre los portones enrejados a cualquier visitante autorizado, por ejemplo, los científicos de la CONAE que concurren periódicamente a la base, aunque con menor frecuencia que la que el convenio les habilita.
Quizás lo más difícil es llegar hasta el lugar en sí. Es un desafío que, además, vuelve a alimentar el misterio. Es que los carteles que alguna vez existieron, que indicaban con letras chinas como llegar hasta la base desde un desvío en la ruta, desaparecieron como por arte de magia. Con la bandera de China que flameaba en la entrada y el cartel que colgaba en la puerta -“Estación de Espacio Lejano, CLTC-CONAE-NEUQUÉN”, los acrónimos de China Satellite Launch and Tracking Control General (una división de las Fuerzas Armadas de ese país) y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales- pasó lo mismo. Es como si el imponente viento neuquino se hubiera tragado cualquier rastro. O como si, en verdad, no quisieran que los encuentren.
De hecho, si no fuera por las indicaciones de un paisano que de casualidad pasaba por la zona con una vieja Ford junto a su familia –“¿qué hacen acá? Están buscando a los chinos, ¿no?”-, al equipo de Newsweek le hubiera costado bastante llegar.
La excursión dura poco. Dos policías de Neuquén -enviadas desde la comisaría de Bajada del Agrio, un paraje de 600 personas que está algo más cerca de la base- cortan el paso, solicitan nombre, identificación y teléfono, y explican lo que todos en Las Lajas saben: salvo los -se supone- seis chinos que trabajan ahí, nadie tiene permitido entrar. La Embajada de China en Argentina, desde Buenos Aires, ya había adelantado la misma respuesta.
La guardia frente a la base dura horas pero, como decía el dueño del restaurant, no se ve a nadie caminar por la base. Las policías, con la paciencia ya fina, usan el recurso más viejo para invitar a Newsweek a abandonar la zona: dicen, y las nubes negras parecen seguirles el juego, que el temporal -el peor que azotó Neuquén en los últimos 25 años, que dejó 120 evacuados y la destrucción de casas y puentes- está por volver a arreciar. Y que el camino de tierra de vuelta hacia la ruta 33 se puede convertir, como todo en este lugar, en una trampa.
Ese nivel de secretismo siempre alimentó las intrigas sobre el proyecto. Los fantasmas se agitaron desde el primer momento en que se conoció la iniciativa. La ex diputada provincial Beatriz Kreitman despertó las luces de alerta. Ella le contó a Newsweek: “Yo era legisladora cuando se instaló la base, y me opuse. Hice mucho ruido para poder ingresar y fui una de las pocas personas que pude entrar. Lo que entendíamos en ese momento y hoy lo reafirmamos es que el país está cediendo soberanía en un territorio de la provincia dándole libre disposición de tantas hectáreas por 50 años y además transformándose en un espacio chino”.
Kreitman lo describe así: “Llegás hasta el alambrado pero no podés ingresar porque eso es territorio chino. En un país donde existen leyes de Acceso a la Información nos encontramos con una base que no sabemos qué actividad realiza. Además, se habían comprometido a cederle a la provincia para que pudieran utilizarlo y eso nunca se ha cumplido”. Y concluye: “Me parece que es muy grave. Es grave la cesión de la tierra, la entrega de soberanía, que ni siquiera se les haya cobrado un solo impuesto y sobre todo que desconocemos absolutamente lo que pasa en la base. Hay muchas irregularidades”.
ARGENCHINA
Para China la base satelital es muy importante. Es la única que está emplazada fuera de su país, y es clave para su ambicioso proyecto de llevar al primer humano al lado oscuro de la Luna en el 2040. La Estación ofrece un servicio de soporte a las misiones que lanza el Programa Chino de Exploración Lunar y el Programa Chino de Exploración del Sistema Solar. Desde que se instaló en Neuquén colaboró con el seguimiento de un vehículo espacial que llegó a Marte, otro que llegó a la Luna y de un satélite que se puso en órbita como antesala al desembarco en el lado oscuro.
Tan importante es para China que, como muestra de agradecimiento hacia Argentina -que no cobró un solo dólar por ceder el terreno-, llevaron por primera vez la bandera celeste y blanca al espacio exterior. Eso fue en mayo de 2020, un gesto que a su vez incluyó otro: cuando ese satélite volvió de su paseo por la Luna trajo un regalo especial para el embajador en China, Sabino Vaca Narvaja. Al día de hoy el diplomático guarda el frasco con polvo lunar en su despacho.
Esos guiños son apenas la superficie de una realidad mucho más profunda. Es que la relación entre China y Argentina viene creciendo a un ritmo frenético, sobre todo teniendo en cuenta que recién en el 2004 se cerró el primer acuerdo formal con el gigante asiático. “Es la misión comercial más importante de la historia de nuestro país”, fueron las proféticas palabras del entonces presidente Néstor Kirchner, momento en el que ambas naciones se convirtieron en “socios estratégicos”. Diez años después, bajo el gobierno de Cristina Kirchner, esa condición se amplió a “socios estratégicos integrales”, lo que significó que la relación bilateral dejó de limitarse a aspectos políticos y económicos, para pasar a incluir también intercambios científicos, militares, culturales y deportivos.
Ahora el vínculo alcanzó niveles insospechados. No sólo por la visita de Lionel Messi y de la Selección a China en una reciente gira, o por la asistencia que enviaron con insumos sanitarios a bajísimo costo en plena pandemia con el llamado “Operativo Shangai”, sino por la estrechez comercial a la que llegaron ambas naciones. En el 2020, el año del COVID, el país asiático se convirtió por primera vez en el primer socio comercial de Argentina. Luego volvieron al segundo lugar, pero en el 2022 esa nación fue destino del 9,1% de las exportaciones nacionales, apenas detrás de Brasil que se llevó el 14%, una distancia que se acorta año a año.
Hay, sin embargo, otro número aún más impresionante. En el 2003, previo al primer acuerdo, Argentina exportaba 2.500 millones de dólares e importaba 700 millones. En el 2022, en cambio, se exportaron 7.900 millones y se importaron 17.500 millones. Las relaciones, con ese tremendo déficit comercial en el medio, se podría decir que son casi carnales.
La base satelital es un correlato más de este vínculo estrecho, aunque está claro que es el más misterioso de todos. De hecho, ya desde su génesis estuvo envuelta en secretos. En el 2012, luego de largos meses de negociación tras bambalinas, el gobierno de Argentina y China firmaron el acuerdo para construir la base, que fue rectificado por el Congreso nacional a fines del 2014.
Desde el vamos ese proceso tuvo varias particularidades. La primera fue que la construcción en Neuquén comenzó aún antes de que el Poder Legislativo lo validara. El otro fue que la letra fina de la negociación no se publicó nunca oficialmente, aunque los países se vieron obligados a comunicar algunos lineamientos. Uno de ellos fue que China se comprometía a usar el satélite solamente para “fines civiles”, un detalle que, según la entonces ministra macrista Susana Malcorra, se agregó formalmente recién en el 2016, luego de que ella protestara por la ausencia de claridad respeto a este punto. De cualquier manera, queda la duda: aún si Argentina quisiera monitorear el detalle de todo lo que sucede en la Estación, perdida en el medio del desierto neuquino, ¿cómo lo haría?
Es esta sospecha la que hace crecer las teorías conspirativas sobre la posibilidad de que el satélite, en verdad, se usara para algún tipo de espionaje. Laura Richardson, la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, puso ese sentimiento en palabras. “Me preocupa la estación espacial de China en Neuquén”. De hecho, el tema escaló tanto que la única vez que la base abrió sus puertas se procuró echar luz sobre este tema. Fue a fines del 2019, cuando la TV Pública entró al lugar con la intención de despejar las sospechas, al punto de que le preguntaron a uno de los científicos “¿podemos decir que no hay espionaje acá?”. “Totalmente”, fue la respuesta.
Otro dato particular del acuerdo fue que a cambio de la cesión del terreno el gigante asiático se comprometió a prestar el “10% del tiempo” la base a Argentina. Es decir, dos horas y cuarenta minutos por día, que según la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), se usan para “estudiar los objetos astronómicos para medición de pulsares y radiogalaxias”. En Las Lajas, sin embargo, nadie recuerda haber visto pasar a un científico de la CONAE.
El tema es que la situación de la base china en Argentina se mete en medio de una disputa geopolítica global que es la que marca hoy la agenda internacional y que, sin dudas, será el eje central de las discusiones de los próximos años: la puja de EE.UU. y sus aliados contra la supuesta pretensión expansionista del gigante asiático. Una pretensión que se extiende en varios lugares del planeta, en particular en los del Tercer Mundo, como en África y Latinoamérica. La idea de que la principal potencia de Occidente perdió terreno en su gravitación internacional, algo que fue aprovechado por el afán de “conquista” de los chinos, es algo que le quita el sueño a las distintas administraciones estadounidenses. Y, por eso, agitan todos los fantasmas del supuesto “peligro” que eso representa para esas naciones y cómo puede deteriorar el vínculo mutuo, con todo el poder de influencia que EE.UU. tiene, por ejemplo, en los distintos organismos internacionales.
En ese contexto, la base china en Neuquén es una espina en las relaciones entre Argentina y el gobierno estadounidense. Pese a que se insista en que persigue sólo intereses científicos. Más allá de quien esté en el poder allá (si demócratas o republicanos) o acá, ya que vale recordar que si bien cuando se comenzó con este proyecto el gobierno nacional estaba en manos de Cristina Fernández de Kirchner y el provincial lo conducía Jorge Sapag del Movimiento Popular Neuquino, el proyecto continuó durante las Presidencias de Mauricio Macri y Alberto Fernández y la Gobernación de Omar Gutiérrez, sin ningún tipo de sobresaltos. Parece que nadie quiere pelearse con China y, en todo caso, sí hacer negocios con el principal socio comercial de América Latina y de dos tercios del Mundo, lugar que añora EE.UU.
Cuando algún funcionario norteamericano aprovecha un encuentro con un par argentino para quejarse de los crecientes lazos con China, e incluye el tema de la base de Neuquén, la respuesta argentina deja sin argumentos fuertes, al menos por ahora, al interlocutor estadounidense. Se les suele señalar que hay otra base, melliza de la base china en Neuquén, instalada en Mendoza (Malargüe), que también surgió de un convenio bilateral, para observaciones espaciales no militares, aunque teóricamente con potencial dual. Sobre esa base, los norteamericanos no emiten quejas ni suspicacias. Claro: la base está financiada y administrada por la Unión Europea. Ergo, el problema no es tanto la base, sino el miedo -y acaso el prejuicio- por los chinos.
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Otra debilidad tiene la postura de Washington respecto del avance chino en Argentina y la región. Preocupados por la inversión actual (y potencial a futuro) de China en obras de infraestructura en suelo argentino, los norteamericanos le piden promesas a la Casa Rosada de que las relaciones carnales tendrán límite, como por ejemplo, la no instalación de puertos para uso chino. Pero sucede que la Argentina está sedienta de divisas internacionales, y a falta de dólares, buenos son los yuanes. Y cuando le preguntan a los funcionarios de Washington si su país tiene planeado competir con China en inversiones estratégicas en territorio argentino, la respuesta es tan simple como descorazonadora: “No”.
DESDE CHINA, ¿CON AMOR?
Por fuera llueve y no ha parado de llover en los últimos días. Las inundaciones llegaron a las noticias y los evacuados se cuentan por decenas. La ruta que comunica la base con Las Lajas se encuentra interrumpida en varios tramos.
Pero nada de esto modifica la tranquilidad del pequeño supermercado chino del pueblo. Dos chicas y un chico son los encargados de llevarlo adelante. Se van turnando las tareas. Una permanece en la caja, otra corta los quesos en la fiambrería y el tercero se encarga de la limpieza.
Esta vez “Lili” no se encuentra en su escritorio que da a la calle, leyendo algún artículo en mandarín. Tampoco está hablando con su marido Shalom, que viajó a China para encargarse de la educación de su hija, que como todos los niños del gigante asiático que nacen en el extranjero están obligados a volver a estudiar al país de sus padres. En esta tarde gris, mientras el sol ya se oculta, “Lili” se prepara para colocar el precio a los vinos que, una vez más, aumentaron. Con sus zapatillas deportivas corretea por el lugar, mientras reescribe etiquetas y las vuelve a colocar en la góndola.
Sabe que sus compatriotas están prontos a “bajar”. Una semana atrás estuvieron en el pueblo, pero pese a gastar $40.000 en la carnicería no consiguieron todo lo que buscaban: querían carne de cerdo pero las lluvias habían demorado su llegada a tiempo. Por eso “Lili” sospecha -¿o sabe?- que los habitantes de la base llegarán de un momento a otro. Una vez más ella le escapa a la charla, mientras que el fotógrafo intenta obtener alguna precisión sobre la nueva “bajada” de sus amigos orientales.
La respuesta es la misma que dijeron antes las policías que custodiaban el satélite: “No, no nos comprometa”. “Lili”, la única capaz de destrabar el misterio en torno a los enviados de China, no hace más que extender el manto de duda. Tanto en su supermercado como en la base, la verdad se encuentra clausurada.