El paso del tiempo es inexorable. Por esta razón, una de las principales preocupaciones del ser humano está relacionada con la búsqueda de diferentes técnicas para detener o revertir las huellas que dejan los años en el cuerpo. En este contexto, la ciencia ha descubierto fórmulas para envejecer de la mejor manera y una de ellas está basada en la genética.
El proceso del envejecimiento es bastante complejo. Relacionamos con él varios factores como los radicales libres, la hiperglucemia, la esperanza de vida de nuestras células, entre otros. Sin embargo, una de las hipótesis que más atención recibe es la influencia de los telómeros.
La velocidad con la que envejece cada persona está directamente relacionada con la longitud de sus telómeros y para saber en qué estado se encuentran ellos, se pueden realizar diversos estudios genéticos.
¿Qué protege a nuestro ADN al degradarse?
Se trata de los telómeros, secuencias repetitivas del ADN ubicadas en los extremos de los cromosomas que no tienen una función codificadora, o sea, no producen proteínas. Su principal objetivo es proteger el ADN de la degradación cada vez que él se replica. Son esenciales para mantener intacta la parte codificante, que produce las proteínas necesarias para nuestro metabolismo.
Cada vez que la célula se divide, las proteínas vinculadas a la duplicación del material genético se unen en la punta de las moléculas del ADN y copian la secuencia. El problema es que siempre que las proteínas se unen, una parte de la punta del ácido desoxirribonucleico es ignorado y no pasa a la próxima generación de células. Al cumplir su función protectora, el telómero acaba sufriendo un acortamiento.
La longitud de esos fragmentos de ADN está directamente relacionada con la velocidad con la que envejecemos y con la etapa de la vida en la que estamos. Todo esto influye en nuestros hábitos y estilo de vida.
Cuando los telómeros de una célula se vuelven demasiado cortos, se torna inactiva y comienza a acumular daños en su ADN o muere.
Esa célula tiene más probabilidad de presentar mutaciones que la llevan a un crecimiento descontrolado. Por lo que, si los mecanismos de reparación del ADN no son activados, la mutación puede convertirse en un cáncer.
Asimismo, existen estudios que relacionan el acortamiento de los telómeros con una mayor incidencia de enfermedad coronaria, más riesgo de mortalidad en individuos con hipertensión o enfermedades infecciosas, entre otras.
“Las personas que tienen telómeros más largos tienen más ‘pedacitos de ADN’ para proteger la parte codificante, mientras que las personas que tienen telómeros más cortos no tienen esta ventaja. Podemos decir que la longitud de esos pedazos de ADN está directamente relacionada con la velocidad a la que envejecemos y con la etapa de la vida en la que estamos. Todo esto influye en nuestros hábitos y estilo de vida”, explicó Ricardo Di Lazzaro, fundador y coCEO de Genera, el primer laboratorio de genómica personal de Latinoamérica.
Si bien este fenómeno ocurre inevitablemente, se ha comprobado que el estilo de vida de cada persona influye directamente en la velocidad de acortamiento de los telómeros. El tabaquismo, el sedentarismo, la obesidad, el estrés y una alimentación desequilibrada son factores que aceleran este proceso, mientras que hábitos como comer sano, practicar actividad física, evitar el estrés y una alimentación balanceada, han demostrado que ayudan a retrasar el acortamiento de los telómeros y reducir la incidencia de cáncer.
En este sentido, es importante el autoconocimiento a través de sus diferentes pruebas genéticas, porque permite saber la predisposición que se tiene a un envejecimiento tardío o no. Gracias a este descubrimiento, miles de personas en todo el mundo han optado por realizarse test de ADN y sus resultados les permiten planificar una vida más larga y saludable.