Hace poco, Michael Gershon, investigador de la Universidad de Columbia, demostró que nuestro sistema nervioso autónomo, ese que se relaciona con nuestro medio interno y que lleva funciones de regulación y adaptación, cuenta con un sistema nervioso entérico (SNE) que controla el aparato digestivo y nos advierte del hambre y la ansiedad. A este SNE se le denomina el segundo cerebro, pues está compuesto por neuronas en el intestino.
Sí, leíste bien, en el tracto gastrointestinal se desarrolla un nuevo sistema nervioso que antes no teníamos identificado. Su comunicación se lleva a cabo por el nervio vago y puede afectar en las transmisiones de los neurotransmisores, como la serotonina, acetilcolina, dopamina, norepinefrina, GABA, óxido nítrico y pepito intestinal vasoactivo.
CONOCE TUS NEUROTRANSMISORES
La serotonina regula la digestión y mejora tus emociones para evitar la depresión. También afecta a tu ritmo cardiaco, regula tu apetito, mejora tu calidad de sueño y regula tu temperatura corporal. Tener niveles bajos de serotonina está relacionado con trastornos como la esquizofrenia, obsesivos-compulsivos, depresión, agresividad, ansiedad, insomnio, fibromialgia e hiperactividad.
La dopamina regula el comportamiento, motivación, sueño, humor y el aprendizaje. Un exceso de dopamina se ve relacionado con párkinson, hiperactividad o esquizofrenia.
Por otro lado, la acetilcolina es la encargada de modular la motivación, excitación y la atención. Es clave para mantener la memoria, fomentar el aprendizaje y para la contracción muscular (desde el corazón, sistema respiratorio y hasta nuestro intestino). Una baja de este neurotransmisor se ve relacionada con falta de aprendizaje, cansancio y alzhéimer.
GABA es el neurotransmisor de la calma y la relajación. Ayuda a reducir el estrés y la ansiedad. También está involucrado en la visión, sueño, tono muscular y el control motor. Una falta de este neurotransmisor se ve relacionada con el autismo, bipolaridad, depresión, epilepsia, fibromialgia, meningitis, colitis ulcerosa y párkinson, entre muchas otras enfermedades de tipo de demencia.
INTESTINOS SANOS Y FELICES
El intestino es un órgano al que no se le da la importancia que merece y solemos prestarle atención solo cuando tenemos un problema local como gases, colon irritable, colitis, etcétera. Pero, por ejemplo, no se suele relacionar con una alergia o una depresión.
Todas las funciones anteriores que hemos mencionado dependen de un intestino saludable. Un intestino sano es el que cuenta una microbiota saludable, es decir, con suficiente variedad de bacterias buenas.
Al desequilibrio de esta microbiota se le conoce como “disbiosis intestinal” y podría contribuir a los trastornos psiquiátricos mencionados anteriormente.
Para mejorar la salud y calidad de nuestra microbiota se recomienda:
- Llevar una dieta alta en fibra de frutas y verduras.
- Consumir alimentos fermentados, como el kéfir, kombucha, miso, etcétera.
- Masticar lo suficiente para tener una buena digestión.
- Tomar suficiente agua entre comidas.
- Llevar una alimentación saludable, evitando comida procesada, alta en azúcar, grasas saturadas o conservadores.
- Evitar el exceso de consumo de lácteos, gluten, embutidos, alcohol, café, té negro y chocolate.
- Como suplemento, se recomienda consumir probióticos de dos a tres veces al año. Si estás en tratamiento de antibióticos o consumes frecuentemente medicamentos, se recomienda aumentar la suplementación.
Un estudio realizado por científicos franceses seleccionó a un grupo de voluntarios, a los que se administró probióticos a lo largo de 30 días. Los resultados demostraron que los niveles de estrés psicológico (depresión, ira, hostilidad, ansiedad) mejoraron significativamente.
También se recomienda evitar todo aquello que cause inflamación celular e intestinal:
- Medicamentos como antibióticos, anticonceptivos o antiinflamatorios.
- Dietas altas en carbohidratos refinados, azúcares o procesados.
- Dietas bajas en fibra (frutas y verduras).
- Dieta alta en gluten o caseína.
- Consumo de alcohol o cafeína.
- Estrés crónico.
- Falta de sueño o no descansar lo suficiente.
PANZA LLENA, CORAZÓN CONTENTO
Este es uno de muchos ejemplos en el que puedes darte cuenta de que tu intestino está conectado con tu cerebro: el pasar hambre provoca estrés. Además, se libera la hormona del cortisol, que inhibe nuestro sistema parasimpático (el que nos mantiene relajados) y hace que nos sintamos con ansiedad, enojo, ira, desconcentrados, etcétera.
Es frecuente que quienes padecen depresión o ansiedad generalizada tengan problemas digestivos como estreñimiento y colon irritable. Un estreñimiento de varios días produce una verdadera reabsorción de materias fecales tóxicas que envenenan nuestro organismo.
Cuando comemos en un estado de nerviosismo o ansiedad se inhibe el sistema parasimpático, con lo cual producimos menos secreciones enzimáticas. Ello, a su vez, afecta el proceso de digestión de los alimentos.
Masticar despacio y ensalivar los alimentos pondrá en marcha nuestro sistema nervioso, lo que estimulará el sistema digestivo y nos genera un estado de paz y de calma interior.
SANAR DESDE LA ALIMENTACIÓN
Así que mientras un psiquiatra trata la depresión a escala cerebral, un nutricionista lo hace desde el intestino. Su desafió es restaurar el equilibrio de la microbiota y, por ende, mejorar la síntesis de los neurotransmisores.
Nuestro intestino y microbiota están conectados con nuestro cerebro y generan emociones por medio de neurotransmisores. Lo que pensamos y comemos tiene una relación inigualable, por lo que tenemos que cuidar ambas para poder lograr una salud integral.
Publicado en cooperación con Newsweek en español