Por Dan Hurley / Newsweek Internacional
Angie Landeros sabía que su hija siempre había sido tímida. “Muy, muy tímida”, asegura. “Ella siempre se sintió incómoda hablando con otros niños de su edad”.
Luego vinieron las cuarentenas del COVID-19, a partir de marzo de 2020, y la pequeña, de 10 años, comenzó a sentirse insoportablemente cohibida al verse en la pantalla de la computadora durante las clases por Zoom. Cuando su escuela primaria pasó a un formato híbrido, que requería que la mayoría de los niños asistieran en persona, algunos días se negaba a ir. Una vez tuvo un ataque de pánico en el auto y comenzó a patear y gritar. Y otro día, dice Landeros, “literalmente salió corriendo por la puerta para esconderse de nosotros”.
Landeros y su esposo, Michael Bloch, son psiquiatras en el Centro de Estudios Infantiles de Yale, por lo que sabían por lo que estaba pasando su hija: trastorno de ansiedad social. Ella no fue la única.
Según una encuesta nacional realizada por la Oficina del Censo de EEUU, los adultos que informaron los síntomas de ansiedad y depresión aumentaron casi a diario, de un 11% en 2019 a un 41% en 2021 (se redujo al 32% en 2022, pero sigue siendo casi el triple del nivel previo a la pandemia). Casi 8 de cada 10 adultos dijeron que el COVID-19 estaba causando un estrés significativo en sus vidas, según una encuesta realizada por la Asociación Estadounidense de Psicología (APA).
La pandemia es solo uno de los muchos titulares que provocan ansiedad. El cambio climático tiene al 59% de los jóvenes sintiéndose muy o extremadamente preocupados, de acuerdo a una encuesta internacional publicada en la revista médica The Lancet. Los tiroteos escolares tienen al 57% de los adolescentes de EEUU y al 63% de los adultos algo o muy preocupados, según una encuesta del Pew Research Center. Y según una encuesta de la APA, las elecciones de 2020 fueron una fuente “significativa” de estrés para dos tercios de los adultos en los ese país, en comparación con poco más de la mitad de 2016. La economía es una fuente importante de estrés para el 87% de los estadounidenses y la invasión rusa de Ucrania está estresando al 80% de los adultos, según una encuesta de Harris, a principios de este año.
La ansiedad se ha vuelto tan generalizada –y, para muchos estadounidenses, francamente incapacitante–, que en septiembre el Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de EEUU, un panel independiente de expertos en atención primaria y medicina preventiva, recomendó que todos los adultos menores de 65 años se hicieran pruebas de detección de la afección, lo que podría asegurar tratamientos necesarios a muchas más personas.
La mera presencia de celebridades muy ansiosas y de alto perfil también puede estar eliminando parte del estigma asociado con la ansiedad.
El cantante de pop Shawn Mendes habló sobre su ansiedad paralizante, que lo llevó a cancelar su gira mundial en julio. Justin Bieber también canceló su gira de conciertos en septiembre, admitiendo que ha luchado contra los ataques de ansiedad durante dos décadas. Incluso Oprah Winfrey ha confesado haber sufrido un ataque de nervios debido al estrés por sus muchos compromisos en el mundo del espectáculo. El año pasado, los atletas de renombre Simone Biles (gimnasia), Kevin Love (baloncesto), Michael Phelps (natación) y Naomi Osaka (tenis) hablaron abiertamente sobre su lucha contra la ansiedad.
Afortunadamente, los conocimientos científicos sobre las causas de la ansiedad y la variedad y eficacia de las opciones de tratamiento disponibles también muestran una tendencia al alza. Los temperamentos ansiosos, según han descubierto estudios recientes, se dan en las familias, no solo por la genética común, sino también por los estilos de crianza de los niños. Los tratamientos más efectivos, según muestran nuevos estudios, no son largos cursos de psicoterapia, y definitivamente no es el cannabis. Los médicos y científicos que se especializan en la ansiedad ahora recomiendan una terapia de relativamente corto plazo, que ayuda a los niños a enfrentar lo que los pone ansiosos, en lugar de alejarse de eso. En cuanto a los medicamentos, la mayoría de los expertos desaconsejan los llamados medicamentos “anti-ansiedad”, por extraño que parezca, debido a sus efectos secundarios. Los antidepresivos, afirman, funcionan mucho mejor.
“Cuando comencé mi carrera en la década de 1980, no se sabía nada sobre la mejor manera de tratar los trastornos de ansiedad”, cuenta la Dra. Wendy Silverman, profesora de psiquiatría infantil y directora del Programa de Trastornos del Estado de Ánimo y Ansiedad del Yale Child Study Center. “Hemos hecho un enorme progreso desde entonces”.
Es posible que pronto más personas descubran de primera mano los avances en los tratamientos para la ansiedad. Las recomendaciones del grupo de trabajo, junto con otras similares emitidas para los niños, significan que los médicos pronto podrán preguntar rutinariamente a los niños y pacientes adultos menores de 65 años sobre la ansiedad, tal como lo hacen actualmente sobre el tabaquismo y el consumo de alcohol. Aunque las recomendaciones recientes para adultos aún no son definitivas, el objetivo es implementar los últimos tratamientos para este problema agudo de salud mental.
UN TERMÓMETRO DE ANSIEDAD
El ímpetu detrás de las recomendaciones del grupo de trabajo está apoyado en estadísticas sorprendentes: más del 26% de los hombres y el 40% de las mujeres en los EEUU desarrollarán un trastorno de ansiedad en algún momento de su vida, según informaron. Quizás aún más alarmante, según un estudio, es que menos del 1% de esos casos se tratan dentro de un año después de que surgen por primera vez. En los EEUU, el tiempo promedio desde el inicio del trastorno hasta el tratamiento fue de 23 años. De 2008 a 2019, entre el 35% y el 45% de los adultos que intentaron suicidarse no recibieron atención de salud mental, de acuerdo al informe.
Una vez que las recomendaciones del grupo sean definitivas, los médicos de atención primaria agregarán el “trastorno de ansiedad” a la lista de afecciones que examinarán.
Las herramientas de detección, cuestionarios administrados por médicos, funcionan como un termómetro para la ansiedad. Están diseñados para medir la gravedad de la ansiedad de una persona, y distinguir entre quienes tienen un trastorno de ansiedad y aquellos cuya ansiedad se encuentra en el rango “normal”. De hecho, el primer paso para lidiar con la ansiedad es reconocer que no toda la ansiedad es mala. Todo el mundo se siente ansioso a veces, y eso puede ser algo bueno.
“Evita que te caigas por un precipicio”, dice el Dr. Nathan Fox, director del Laboratorio de Desarrollo Infantil de la Universidad de Maryland. “Te pone en marcha. Te alerta sobre el peligro y eso puede salvarte la vida. Ya sea que estés trabajando en una presentación de negocios o entrando en una situación social, sentirte un poco ansioso puede ayudarte a mantener la concentración y prepararte”.
De hecho, dice Fox, estar preocupado por el estado del mundo en estos días es apropiado. “Solo cuando esa preocupación afecta su vida diaria, su capacidad para ir a trabajar, comer adecuadamente o tener relaciones sociales, se convierte en un problema”, dice.
La edición vigente desde 2013 del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Psiquiátricos (DSM), que es la guía oficial para el diagnóstico de los trastornos psicológicos, explica que los trastornos de ansiedad generalizada implican una ansiedad y preocupación “excesiva”, que se produce durante la mayoría de los días, dura al menos seis meses y se refiere a una serie de eventos o actividades, como el trabajo o la escuela. La persona debe tener dificultades para controlar la preocupación y debe estar asociada con al menos tres de los seis síntomas: inquietud o nerviosismo; fatiga fácil; dificultad para concentrarse; irritabilidad; tensión muscular; y sueño perturbado. Y el grupo de trabajo identificó siete tipos de trastornos de ansiedad: trastorno de ansiedad generalizada; trastorno de ansiedad social; trastorno de pánico; trastorno de ansiedad por separación; fobias; mutismo selectivo (incapacidad para hablar en ciertas situaciones sociales); y ansiedad “no especificada”.
Los médicos se basarían en herramientas de detección, principalmente cuestionarios, diseñados para identificar una o más de estas condiciones. Un primer paso clave en el estudio científico de la ansiedad fue el desarrollo de escalas para medir los niveles de ansiedad. A principios de la década de 1980, el psicólogo David H. Barlow, de la Universidad de Boston, desarrolló el Programa de Entrevistas para la Ansiedad y los Trastornos Relacionados, cuyas versiones actualizadas aún se utilizan. Poco después, Silverman desarrolló uno especial para evaluar la ansiedad en niños, que también se usa hoy en ensayos clínicos. “Es necesario medir y definir cuidadosamente algo antes de poder estudiarlo”, explica.
Los médicos también tendrían en cuenta otros factores que aumentan el riesgo de que una persona desarrolle un trastorno de ansiedad. Por ejemplo, las mujeres son más propensas que los hombres a sufrirlos, al igual que los negros, los divorciados y quienes han perdido a un cónyuge. Asimismo, los factores psicológicos y sociales también juegan un papel, como atravesar una pandemia. Y la ansiedad, anotó el grupo de trabajo, a menudo se superpone con la depresión. De hecho, dos tercios de las personas con un trastorno depresivo también tienen un trastorno de ansiedad.
¿ANSIOSO, SE NACE?
Lady Gaga estaba en lo cierto cuando cantó uno de sus mayores éxitos, “Bebé, nací de esta manera”. En los últimos años, los científicos han descubierto que los precursores de los trastornos de ansiedad hacen su primera aparición en la infancia, en forma de “inhibición del comportamiento”, jerga científica para un temperamento sensible y temeroso. En 2016, el Dr. Daniel Pine, investigador del Instituto Nacional de Salud Mental, escribió que estos bebés “muestran reacciones intensas a la novedad y una mayor sensibilidad a las variaciones del estímulo”, y agregó: “En la niñez, se retiran de situaciones sociales nuevas o desconocidas. Esta tendencia evoluciona para dejar al niño inhibido menos asertivo y más propenso al rechazo que sus compañeros, lo que cataliza el crecimiento de autopercepciones negativas”.
De ninguna manera todos los niños pequeños con tal temperamento crecen para tener un trastorno de ansiedad, aclara Pine. De hecho, los científicos han descubierto que hay alrededor de un 50% de posibilidades de que un niño lo supere. Aun así, un riesgo del 50% sigue siendo cinco veces mayor que el de un niño promedio de tener problemas de ansiedad cuando sea adulto.
Por otro lado, nacer sensible e inhibido puede ser una ventaja cuando se canaliza bien, dice Fox. “No hay nada de malo en ser reticente, callado o vigilante”, dice, y añade: “Hay un lugar en el mundo para las personas que no son exuberantes y extrovertidas, que son contemplativas. Como he visto crecer a los niños en mis estudios para ver qué caminos han tomado, muchos de los tímidos y ansiosos encontraron nichos por sí mismos. Eligieron carreras como escritores, chefs, informáticos, músicos”.
Los humanos no son la única especie en la que se pueden ver temperamentos inhibidos o extrovertidos desde el nacimiento. Prácticamente todos los animales exhiben tales diferencias, incluidas las ratas, según un estudio publicado en junio pasado. Y como sabe cualquier dueño de una mascota, los perros y los gatos también nacen con un temperamento que puede dejarlos propensos a la ansiedad. “El temperamento se ve en todo el reino animal”, dice Fox.
No es sorprendente que tales rasgos innatos se basen en parte en la genética. En junio, Silverman fue coautor de un artículo científico que describe variantes genéticas raras, asociadas con casi el doble de riesgo de tener un trastorno de ansiedad infantil. Otro estudio, publicado en octubre, encontró una diferencia genética en la forma en que los estudiantes de derecho respondían al estrés de estudiar para los exámenes. Eso no sorprende a Landeros, quien dice que en el caso de su hija, propensa a la ansiedad, la manzana no cayó lejos del árbol. “Tanto mi esposo como yo somos introvertidos”, dice ella, y detalla: “Soy la que se esfuerza más por socializar. Nuestra hija se parece mucho más a Michael. Es increíble que ella sea como un pequeño clon de él”.
El Dr. Ned Kalin, presidente del departamento de psiquiatría de la Facultad de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Wisconsin y editor en jefe del American Journal of Psychiatry, ha estado estudiando la genética y la neurobiología del estrés y la ansiedad durante décadas. Una de las grandes sorpresas que descubrió es que la amígdala, la estructura cerebral que durante mucho tiempo se pensó que era el asiento del miedo, no está genéticamente asociada a la ansiedad.
Al estudiar tres generaciones de familias en las que los trastornos de ansiedad se han transmitido, descubrió que otras tres áreas del cerebro sirven como una especie de “red de ansiedad”. Sus hallazgos apuntan a nuevas áreas del cerebro en las que los científicos podrían enfocarse para el desarrollo de medicamentos.
“Escuchas mucho sobre la amígdala, pero nuestra investigación y otras más han demostrado que no es solo un lugar del cerebro el que está asociado con los trastornos de ansiedad”, asevera Kalin. “Es una red completa de regiones en todo el cerebro, incluida la corteza prefrontal, donde regulamos nuestras respuestas al miedo y las amenazas. La corteza prefrontal habla con otras estructuras más profundas y les pregunta: ¿Qué tan asustado y ansioso realmente necesito estar? Es esa conversación cruzada lo que creemos que es fundamental para regular la ansiedad y algunas otras emociones”.
Sin embargo, Kalin enfatiza que la genética y la biología representan menos de la mitad del riesgo de que una persona desarrolle un trastorno de ansiedad. “Solo del 30% al 40% del riesgo puede explicarse por la heredabilidad»” dice. “Lo que significa que el medio ambiente también es realmente crítico”.
CRIANDO A UN NIÑO ANSIOSO
Los científicos descubrieron que la forma en que los padres crían a un niño propenso a la ansiedad puede marcar una gran diferencia en la forma en que se desarrollan en la edad adulta. Paradójicamente, los niños cuyos padres se esfuerzan al máximo por proteger su naturaleza sensible son precisamente aquellos cuya ansiedad es probable que aumente y persista. Un estudio extraordinario realizado por Fox descubrió que simplemente colocar a un niño tímido e inhibido en el preescolar puede ayudarlo a superar su disposición ansiosa. Encontró que 9 de cada 12 niños cuyos padres los cuidaron exclusivamente en casa durante sus dos primeros años de vida, permanecieron tímidos e inhibidos a medida que crecían, mientras que 9 de los 13 que cursaron preescolar se volvieron más audaces y confiados.
Es comprensible que los padres quieran proteger a sus hijos de situaciones que los asustan o los molestan, entiende la Dra. Anne Marie Albano, fundadora de la Clínica de Ansiedad y Trastornos Relacionados de la Universidad de Columbia. Pero, advierte: “Si seguimos rescatándolos y arreglando cosas para ellos, su ansiedad se perpetúa y crece. Si la mamá saca a su hijo del salón de clases porque alguien fue malo con él o los niños no quieren jugar con él, el niño no aprende a manejar sus emociones y a desarrollar las habilidades de resolución de problemas para obtener lo que quiere de esa situación”.
“Ningún padre se siente cómodo cuando su hijo tiene miedo, está ansioso y angustiado”, dice. “La tendencia natural de los padres es disipar esos miedos, sacarlos de una situación que los asusta. Pero luego el niño solo aprende a evitar lo que lo pone nervioso”.
Esa evasión es una característica clave de los niños demasiado ansiosos y un objetivo clave de los esfuerzos de los terapeutas para ayudar. “Mucha ansiedad en realidad se deriva de la evasión”, señala Pine. “Cuando los niños y los adultos pueden superar su evasión y enfrentar sus miedos, la ansiedad a menudo desaparece”, observa, y rápidamente agrega: “No quiero que suene tan fácil de hacer. Ahí es donde interviene un terapeuta. Un terapeuta te ayuda a enfrentar tus miedos de una manera apropiada”.
Para la hija de Landeros, la terapia destinada a aliviar su trastorno de ansiedad social comenzó el 15 de marzo de 2021. La Dra. Carla Marin, la psicóloga clínica de Yale que la trató, practicó el “tratamiento de oro” que se coronó en los ensayos clínicos como el más efectivo para aliviar la ansiedad: la terapia cognitiva conductual. La CBT, como se la conoce, implica explorar y superar los pensamientos y creencias irracionales y contraproducentes que subyacen a un trastorno, y luego centrarse en cambiar los comportamientos asociados, de forma lenta pero segura.
Originalmente desarrollado como un tratamiento para la depresión, ahora se usa ampliamente para tratar no solo la ansiedad, sino también el trastorno de estrés postraumático, el abuso de sustancias, los trastornos alimentarios y más. Los estudios han encontrado que dos tercios de los adolescentes tratados con CBT estarán libres de un trastorno de ansiedad después de tres o cuatro meses.
El componente principal del tratamiento que Marin ofreció, dice, fueron los ejercicios de exposición: hacer que su joven paciente se enfrentara gradualmente a situaciones que había estado evitando. “A veces, durante las sesiones, invitaba a una asistente de investigación para que hiciera un juego de roles, donde tendría que presentarse, hablar sobre sus gustos, sus pasatiempos”, dice Marin. “Las sesiones al aire libre incluyeron actividades como ir a la biblioteca y preguntar por un libro en lugar de depender de su mamá o papá para conseguirlo, o ir a la heladería y ordenar para ella en lugar de que sus padres lo hicieran”. Eventualmente, en el transcurso de esa primavera, pasaron a tenerla yendo a la escuela solo una hora o dos; luego medio día; y, finalmente, un día completo. Cuando comenzó el año escolar 2021/22, asistía todos los días.
TRATAMIENTOS BASADOS EN LA CIENCIA QUE (EN GENERAL) FUNCIONAN
La CBT y la terapia de exposición también son tratamientos de primera línea para los adultos ansiosos, pero se ha demostrado que otros ayudan igualmente. La terapia de aceptación y compromiso, por ejemplo, impulsa a las personas a aceptar más las situaciones y los problemas que les preocupan, y a comprometerse con los valores que aprecian, como vivir en un estado de tranquilidad y equilibrio en lugar de una ansiedad severa.
“Una gran parte de la ansiedad es no aceptar lo que sientes”, indica la Dra. Jenny Taitz, psicóloga afiliada a la Universidad de California, en Los Ángeles. “La aceptación es una habilidad fundamental. Tienes que estar dispuesto a aceptar los pensamientos y sentimientos que aparecen en el camino para hacer las cosas que valoras”.
Taitz tuvo que practicar lo que predicaba en 2017, cuando ella y su familia se mudaron de su hogar de Nueva York hacia Los Ángeles. “Tenía que estar dispuesta a aceptar la incertidumbre de lo que vendría”, cuenta, y asegura: “Está bien sentirse incómodo e inseguro. Eso no significa que sea en la dirección equivocada”.
Otro tratamiento prometedor se llama “modificación del sesgo de atención”. Las personas que están muy ansiosas, según los estudios, tienden a obsesionarse con las cosas que las asustan o preocupan. Cuando se prueban en tareas computarizadas que requieren que se concentren en el centro de la pantalla, por ejemplo, se distraen más fácilmente que las personas no ansiosas cuando las imágenes de personas enojadas o sospechosas aparecen por un parpadeo en la periferia de la pantalla. Se ha demostrado que entrenarlos para ignorar esas imágenes se transfiere luego a reducciones de la ansiedad en la vida real.
“El entrenamiento de la atención surge de una literatura neurocientífica extremadamente fuerte y rica”, relata Pine. “Algunas personas piensan que ya ha demostrado ser clínicamente útil. Tiendo a ser escéptico. Todavía es pronto. Pero de todo el trabajo que he hecho en mi carrera, es el más emocionante”.
Por supuesto, más allá del tipo de terapia, no todos están dispuestos o pueden pasar por el proceso. Para ellos, así como para las personas que se someten a terapia, la medicación suele ser parte del plan de tratamiento. Los medicamentos conocidos como benzodiazepinas, incluidos Xanax, Klonopin y Valium, se desarrollaron y comercializaron específicamente para tratar la ansiedad, pero han caído en desgracia. Un problema es su potencial de abuso y adicción; otro es que pueden interferir con la terapia de exposición, al apaciguar tanto a los pacientes que su ansiedad desaparece, pero solo mientras toman las píldoras.
“Nunca alentaría a nadie a considerar las benzodiazepinas”, dice Taitz. “Si te enfrentas a una situación que normalmente te generaría ansiedad, pero la droga te deja tranquilo, no hay ningún beneficio”. En cambio, la opinión de Pine es más matizada. “Pueden ser útiles para alguien que se siente sumamente ansioso, que ni siquiera puede salir por la puerta para ir a trabajar”, dice. “Definitivamente se consideran una terapia de segunda línea, porque su perfil de efectos secundarios generalmente es más alto que el de los antidepresivos”.
“¿Por qué nuestros mejores tratamientos aún no funcionan para tantas personas?”, se pregunta. “Eso es en lo que paso la mayor parte de mi tiempo pensando. Muchos de los investigadores que envían solicitudes de subvenciones a mi programa se preguntan al respecto. Todo lo que puedo decir es que estamos trabajando en ello”, responde.
Incluso cuando los tratamientos no curan los trastornos de ansiedad, por lo general ayudan un poco. La hija de Landeros, por ejemplo, todavía está ansiosa pero se ha recuperado lo suficiente como para asistir a la escuela todos los días desde que comenzó las sesiones semanales con Marin. “Le ha ido muy, muy bien el año pasado”, dice Landeros. “No es que se haya curado, pero definitivamente está en un mejor lugar en comparación con donde estábamos hace dos años. Ha hecho un progreso increíble”.
Lo mismo podría decirse de la ciencia, que evoluciona rápidamente en el tratamiento de los trastornos de ansiedad.