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“Apostar es perder mucho más que dinero”: Cayetano y su lucha para superar la adicción al juego
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“Apostar es perder mucho más que dinero”: Cayetano y su lucha para superar la adicción al juego

Por Cayetano Cajg (*)

Hola, soy Nicolás Cajg, aunque la mayoría me conoce como “Cayetano”, y soy un jugador compulsivo recuperado. O en eso estoy. Ahora, con una dura lección de vida aprendida y después de haber perdido mucha plata y muchos afectos, puedo contar mi historia.

Recién se acaba de publicar mi libro “No va más”, en el que repaso esta nefasta experiencia que viví durante tantos años y el camino que tuve que transitar para salir adelante e intentar mantener a raya esta adicción al juego que me estaba destruyendo.

 

¿Cómo empezó todo? Podríamos decir que todo arrancó en un Bar de Villa Crespo. Ahí me juntaba con amigos y jugábamos entre nosotros. Por plata, obviamente. A veces nos íbamos a algún casino también, e incluso llegamos a irnos en auto hasta Mar del Plata solamente para apostar. Por supuesto, nos volvíamos sin nada.

Pero todo escaló o, mejor dicho, se desbarrancó, cuando llegaron las apuestas deportivas. Cuando empecé, no era como ahora que todo es legal: había que apostar a través de un intermediario, y empecé a endeudarme sin límite.

Solo pensaba en jugar. Iba a reuniones con amigos o familiares, pero yo estaba mirando la tele o siguiendo un partido por internet; me encerraba en el baño para apostar; no le prestaba atención a mi novia mientras comíamos. Las apuestas deportivas te arruinan de verdad.

Nunca hice el cálculo, pero supongo que en total habré perdido el valor de tres departamentos.

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Sí, así como suena. De hecho, no solo el valor de un departamento. El día en que toqué fondo fue cuando directamente le entregué las llaves del departamento de mi abuela al tipo al que le debía exactamente lo que costaba la propiedad. ¡Era el departamento de Villa Crespo que había heredado de mi abuela, que era sobreviviente de Auschwitz!

Ni siquiera recuerdo a cuánto lo tasaron, pero era entre US$ 60.000 y US$ 80.000. Y me acuerdo que eso era exactamente lo que le debía a esa persona. Así que literalmente le entregué las llaves. Todavía siento una culpa enorme por eso.

Fueron años de mentiras. De estar pero no estar. Del miedo a que me reconocieran mientras apostaba en algún casino, porque en esos años tenía mucha exposición por mi trabajo en la radio. Pero con las apuestas deportivas era invisible y no tenía limitaciones.

Tampoco tenía la cabeza puesta en la radio: mientras estábamos al aire mi mente estaba en el fútbol de Chile, en el el vóley de China o lo que fuera. Tampoco tenía la mente en mis afectos: perdí varias parejas por esta adicción. Una novia que tuve, por dar solamente un ejemplo, me recriminó no haberle contado mi problema. Y me dejó. Como me fue dejando mucha gente en la medida que yo también los iba dejando por el juego.

Cayetano conduce «No trates de entenderlo», por Metro 95.1

Ese día en que entendí que tenía que entregar las llaves del departamento de mi abuela para saldar mis deudas de juego, realmente toqué fondo. Ese fue mi “no va más”.

Junté valor y le conté a mi familia lo que estaba pasando. Que tenía una adicción, que estaba mal y, sobre todo, lo que pasaba con el departamento de la abuela, que estaba a punto de entregar. Todos lloramos, pero ahí, en ese momento de dolor y en ese abrazo de amor, comenzó mi recuperación.

VOLVER A EMPEZAR

Mi viejo se puso al mando de la negociación con el tipo. Para él la solución era que pagáramos la deuda en cuotas, pero yo no quería saber nada con eso: quería saldar la deuda lo antes posible. Ya no se trataba solo de plata, sino de empezar de cero, de sacarme de encima esa presión, esa angustia. Y por eso ni siquiera lo vendí. Lo tasaron, los números cerraron y lo entregué. Y listo.

Como decía, ni siquiera recuerdo cuánta plata era. Mis papás tomaron las riendas de mi vida y de mis cuentas. Empezaron a administrar mi dinero, a pagar mis gastos fijos, y aparte me daban una plata para el día a día. Además, me cerraron las cuentas del banco, las tarjetas, todo. Y después agarraron mi agenda y eliminaron todos los contactos vinculados a las apuestas.

Volví a ser como un nene al cuidado permanente de sus papás. Y hoy les estoy eternamente agradecido, porque no podría estar acá si no hubiera sido por su ayuda, por su amor y por haberme demostrado que no estaba solo. Realmente soy muy agradecido por la familia que me tocó.

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Obviamente, está claro que con el amor de la familia no alcanza, y que se necesita ayuda profesional, más la empatía de gente que haya estado en la misma que vos. La otra pata clave fue “Jugadores Anónimos”.

Había un mantra que repetíamos y al que nos aferrábamos como tabla de salvación para ir dando pequeños pasos. “Hoy no juego”, me enseñaron. “Hoy no juego”. Parece simple, ¿no? Pero no lo era. La batalla al principio era hora por hora. Me costó muchísimo. Pensaba que no iba a poder”. Pero un día me di cuenta de que lo había logrado.

Desde aquellos tiempos pasaron unos siete u ocho años sin jugar. Al menos compulsivamente. Entonces entendí que mi historia tenía que servir para algo o para alguien. Y me puse a escribir un libro.

CASUALIDAD Y CAUSALIDAD

Cuando empecé a escribir lo que después fue “No va más”, mi editor era Hernán Casciari. Como sabrán, yo no soy escritor, y él me recomendó a alguien para que me ayudara. Era Mauro Libertella, quien finalmente escribió el libro en base a las entrevistas que me hizo durante meses. No sé por qué, pero algo me decía que él era el indicado.

Aunque no soy escritor, sí estudié literatura con la escritora Tamara Kamenszain, quien lamentablemente falleció durante la pandemia. No sé si llamarlo casualidad o no, pero hablando con Mauro me sorprendía lo mucho que él conocía mi historia y lo compenetrado que estaba con ella. Hasta que, charla va, charla viene, descubrí que Mauro era el hijo de Tamara. Entonces ya no tuve dudas: tenía que escribirlo él.

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Juntos emprendimos el desafío de contar mi historia que, sin dudas, es un drama, pero que a la distancia va cobrando otros matices. Es muy duro lo que me enseña este libro. ¿En qué sentido? Cuando lo emprendimos, tenía más que ver con la inquietud personal de contar mi historia y ayudar a quienes pasaban por algo similar. Pero la repercusión fue desmesurada.

Hoy me escriben por redes sociales personas que están viviendo lo mismo que yo pasé. Hace algunos días, por ejemplo, me escribió por Instagram una señora para contarme que iba a comprar mi libro porque su hijo se suicidó por deudas de juego. Me emocioné. No supe qué responderle. No tengo respuestas.

Es un infierno silencioso. Nadie puede ver tu angustia, tu ansiedad, lo que pasa por tu mente. Una vez estaba almorzando con un deportista y me llamó la atención que estaba mirando un partido que no podía interesarle a nadie más que a los hinchas de esos equipos. Se levantaba para ir al baño, volvía, se paraba, estaba tenso. Le pregunto: “¿Apostaste, no?”. “Nada que ver”, me contestó. Pero insistí y terminó confesando que sí. Lo reconocí porque yo estuve ahí.

Hoy, a la distancia, puedo reírme de estas situaciones, pero en ese entonces no tenían nada de gracioso. Era un drama del que no podía salir. Algo triste. Por mi manera de ser, a veces recuerdo estas cosas y me río, pero realmente es para llorar.

EPÍLOGO

Hoy estoy en pareja, tengo dos hijos hermosos y miro para adelante. Pero la culpa siempre está ahí. Aparece con los recuerdos de aquellos tiempos.

Mi familia, mi pareja, mis amigos, todos me dicen que deje el pasado atrás, que siga mirando adelante, pero no puedo evitarlo. Simplemente lidio con eso todos los días.

Escribir este libro o dar una charla son maneras que encuentro para sentir menos culpa por las cagadas que me mandé. No cambia nada, pero a lo mejor puedo ayudar a que algunas personas no lleguen a lo que llegué.

El departamento de mi abuela lo voy a recuperar. Averigüé que fue vendido varias veces y estoy cada vez más cerca. Lo voy a recuperar y se lo voy a regalar a mis hijos.

Para ser franco, creo que no existe la recuperación; existe la lucha permanente para no recaer. Seré un ludópata toda mi vida. Sin embargo, aprendí que en un momento hay que decir “basta para mí”.

(*) Conductor de «No trates de entenderlo», que se emite de lunes a viernes a las 13.00 hs., por Metro 95.1

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