Instalado en Madrid, Enrique Piñeyro levanta el teléfono y advierte que no es un buen día para la comunicación. Acaban de extraerle una muela, y eso podría dificultar la charla transoceánica. Pero la incomodidad dura menos de 30 segundos.
A la primera pregunta, el médico/piloto/productor/actor/standupero/comediante/cocinero/empresario se suelta y ejerce un dominio total y absoluto del lenguaje.
Piñeyro, heredero de la fortuna Rocca (Techint y Siderca) por parte de madre, saltó a la vida pública tras denunciar las condiciones de inseguridad de la empresa Lapa, donde era piloto. Dos meses después de aquella carta (y de su renuncia a la empresa) se produjo el trágico accidente en el que murieron 65 personas. Su aporte quijotesco fue producir y protagonizar la película “Whisky, Romeo, Zulú”, en el que reconstruye el accidente para buscar justicia.
Veinte años e infinidad de proyectos después, Piñeyro compró un Boeing 787, creó una ONG llamada Solidaire y se asoció con una ONG española llamada Open Arms, ¿El objetivo? Realizar vuelos humanitarios para rescatar refugiados en Afganistán, Níger, Yemen, Eritrea, Somalía y Ucrania. O donde sea.
Pasó de la denuncia a la acción.
-Pasé de la primera a la segunda adolescencia. Dejé de ser tan protestón. Ya llamé la atención, el accidente pasó y nada se pudo hacer por evitarlo. Ahora es otra etapa. Tenemos que pensar y reflexionar sobre lo sucedido.
¿Cuántos vuelos humanitarios realizó?
-Perdimos la cuenta. Fueron muchos vuelos.
Usted tuvo la posibilidad de rescatar refugiados africanos, afganos y también ucranianos a causa de la guerra. ¿Cómo fue la recepción en el resto de Europa para ellos?
-Muy distinta. Hay refugiados Clase A, Clase B y Clase C. Fue llamativa la reacción respecto de los ucranianos o con los africanos o los afganos. Cuando el malo es otro son súper receptivos, pero cuando Europa tiene que hacerse cargo de los 300 años o más de rapiñaje, brutalidad, slavery (esclavitud) es distinto y miran para otro lado. Tienen que hacerse cargo del daño que hicieron con el colonialismo.
En su cruzada solidaria, Piñeyro se asoció con Opens Arms, una entidad española comandada por Óscar Camps que ayuda a rescatar a quienes intentan cruzar hacia Europa a través de África. Camps, de fondo, ayuda con precisiones y datos. “La gente se ahoga en el Mediterráneo. ¡Hay 7 ahogados por día, 1 ahogado cada 4 horas! Es un charco de agua que separa a un continente depredado de otro que lo depredó durante siglos. En el British Museum está expuesto ese botín. Pero volviendo a tu pregunta, acá en Europa ha entrado gente de Níger, de Afganistán y la recepción es tensa, con despliegue policial fuerte. En Canadá, en cambio, saludan al avión y sonríen; los alojaron en buenos lugares y les dieron seguridad social o telefonía celular gratis”.
Cuando se le pregunta por qué hace lo que hace, Piñeyro podría contestar fácilmente: “Porque se me canta” o “Cada uno gasta su plata como quiere”. Pero no.
El hombre teoriza y explica con paciencia cada uno de sus pasos. “Es lo que llamo capitalismo disruptivo: usar los objetos de culto del capitalismo y ponerlos al frente del cambio social, o de asistencia de los olvidados de la Tierra. Este sistema te permite acumular o invertir. Agarrás los objetos de culto, puede ser un yate o un avión privado, y los convertís en un 787 que se usa como avión de trabajo. Pero fíjate algo: si tenés un negocio a pérdida y lo continuás en el tiempo sentís que estás tocando una especie de moral. Si te hacés una casa con pileta de 70 metros en el Mediterráneo nadie te cuestiona. Pero esto sí llama la atención”.
¿Con qué tipo de historias se encontró en esta aventura?
-Hay muchas, y algunas increíbles. Es muy impresionante subir pasajeros al avión y verles las caras. En el check in de Mariupol (Ucrania) había mujeres que habían dejado recién al marido. Una señora bajita consolando a su niño de 12 años que lloraba desconsoladamente. Cuando me acerco se pone a llorar ella. En ese momento el otro hijo, que tendría 4 años, mira para arriba con una mirada indescriptible. Sus dos figuras regentes (la mamá y el hermano) estaban devastadas. La mirada de incertidumbre de ese chico no me la olvido más. He visto niños que dejaban a sus padres, mujeres a sus maridos o ancianos que dejaban a sus hijos para pelear una guerra.
¿Con los africanos es igual?
-No, para nada. Uno de ellos había trabajado como esclavo y lo describía como lo más normal del mundo. La diferencia es notable: en el avión de Níger es todo baile, rezos y plegarias. Los de Ucrania son una pesadumbre. Los de Islamabad, en cambio, tienen un aire espeso, de dejar atrás. Cuando aterricé pensé que me aplaudían a mí (por esa costumbre de aplaudir al piloto), pero no, aplaudían por dejar atrás sus vidas.
DE PAGAR LA PIZZA A RESERVAS AGOTADAS
Instalado en Madrid buena parte de su tiempo, a veces añorar resulta inevitable. “De Argentina extraño todo menos el caos, menos la violencia. Extraño esa Argentina que yo vi. Extraño esa Argentina en la que se podía ir a cenar un sábado a las 5 de la mañana. Extraño lo positivo: la pertenencia, las costumbres, los amigos, los asados. Extraño las comidas. Madrid como ciudad son palabras mayores. Los chicos van por la calle sin problemas, llevan su teléfono encima. No existe la amenaza. Pero también es cierto que habiendo vivido la dictadura cualquier problema de inseguridad me parece menor respecto de lo vivido en esos años”.
Tal vez para no extrañar tanto la comida es que Enrique Piñeyro agregó otro ítem más a su dilatado currículum. Fundó el restaurant “Anchoíta” en el barrio porteño de Chacarita, que no tiene lugar para sentarse a comer hasta el año que viene. No hay reserva hasta 2023.
¿Cómo surge la idea del restaurant?
-Es una extensión de mi primer huevo frito, que ocurrió a los 6 años y que fue como descubrir la alquimia. “Anchoíta” arrancó como una cocina experimental, cobrar algo simbólico y si salía mal yo pagaba la pizza. Y chau.
¿Es cierto que en las entrevistas de trabajo pregunta a los empleados de qué cuadro son?
-A todos, pero no porque me importe la pregunta futbolística sino porque me divierte ver la reacción. De hecho, no creo en las entrevistas. Creo en que el personal trabaje a prueba una semana, porque –como dice Óscar- en el barco nadie puede engañar a nadie más de una semana. A excepción de los argentinos, que te engañan dos.
Otra de sus analogías futbolísticas cargadas de sentido es que en su restaurant cuelga un cuadro de Holanda del 74 como símbolo de la unión del equipo, de la importancia del todo acompañada de las partes. Johan Cruyff como voz cantante y un equipo aceitado que lo acompaña. En esta Naranja mecánica no hace faltar describir quién lleva la camiseta número 14.
Desde su lugar, Piñeyro intenta impulsar un cambio en la cultura laboral: “En la cocina no hay malos modos ni hay gritos. No hay ‘macho pilot’. El que grita o levanta la voz es un desubicado. Ese es un cambio cultural que he vivido y he visto. Antes era frecuente que un piloto insulte a un copiloto o que no haya mujeres trabajando a la par de los hombres Lo he visto. Creo que si la decisión política viene de arriba se puede implementar un cambio cultural. Yo lo vi”. Y agrega: “Las analogías futboleras sirven para trabajar en equipo y resolver conflictos, porque nadie tira una bandeja o rompe un vaso a propósito”.
Pasó por la denuncia, vive en acción directa de rescate y llega también la etapa en la que uno puede reírse de uno mismo. Por ese motivo es que Piñeyro recorre Iberoamérica con su unipersonal “Volar es humano, aterrizar es divino”, un monólogo en el que reflexiona, ríe y hace reír sobre los distintos miedos a volar que tiene el ser humano. El 7, 8 y 9 de octubre el espectáculo tendrá lugar en el porteño Teatro Coliseo.
¿Cómo es pararse frente al público?
-El público en vivo es impagable. Es como sentarse a almorzar todos los días con una persona distinta. La que conocés hoy es distinta a la que conociste ayer. Y, por supuesto, hay almuerzos maravillosos y otros que son desastrosos. En mi caso fue desastroso la primera vez…pero después mejoré.
El espectáculo es una comedia
-Sí, y es genial cuando escuchás a esas personas que tienen risas contagiosas que se expanden por todo el salón y contagian al resto. Estoy pensando en contratar para llevar de gira.