Por Mauro Fulco
Una denuncia internacional. Un libro ancestral robado en Perú pero puesto a la venta en Buenos Aires. Investigaciones, arqueología, el submundo de las antigüedades y un premio mayor: un documento incunable al que se accedió casi de casualidad. Un acta fundacional de la Independencia argentina de un valor supremo. Una especie de Santo Grial de nuestra Patria. Un verdadero tesoro.
Podría ser el guion de una película de suspenso, pero es el descubrimiento que la Aduana realizó en el pasado mes de julio cuando, entre otros objetos de valor histórico, halló una de las 1.500 copias (o al menos eso se creía) de la declaración que, el 13 de agosto de 1816, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón mandó a imprimir para informar al país —y al mundo— que éramos libres e independientes de la España colonialista.
El papel que se encontró es de suma importancia dado que el papel original manuscrito, firmado por los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata desapareció sin dejar rastros.
El Acta de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud–América fue redactada el 8 de julio de 1816, tomando como modelo la norteamericana y se la votó al día siguiente a las dos de la tarde en la casa de Francisca Bazán de Laguna, improvisada sede del congreso constituyente en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
Es por eso que las 1.500 copias —hoy consideradas originales— llevan un pie de imprenta que las certifica. Y este dato, que parece menor, cobrará relevancia más adelante. Pero no nos adelantemos.
En los últimos 200 años son pocas las que sobrevivieron en museos y archivos, lo cual las convierte en auténticos tesoros nacionales.
LIBROS ROBADOS EN CUSCO
El operativo que encabezó la Aduana comenzó gracias al intercambio de información internacional: el Ministerio de Cultura de Perú alertó sobre el robo de un libro manuscrito, fechado entre 1772 y 1773. La mencionada obra estaba resguardada en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Y este flagelo es frecuente en ese país: la cultura inca y muchos de sus tesoros están desparramados en locales comerciales y colecciones privadas alrededor del mundo sin ninguna documentación de respaldo.
La investigación detectó que el libro estaba a la venta en una librería virtual especializada en la comercialización de ejemplares raros y antiguos, con sede en Buenos Aires. Fue en ese contexto que se efectuaron ocho allanamientos en distintos domicilios del AMBA. Allí encontraron el texto denunciado por los peruanos (que fue restituido a su país de origen), el acta de la Independencia argentina, libros, pinturas y hasta relojes Rolex de oro.
“En el mercado negro se manejan no solo libros impresos si no también papeles y certificaciones de alto valor histórico. Cuando se hace el allanamiento, entre toda la mercadería aparece este documento. También había cartografías del siglo XVIII y documentos virreinales (de la época 1776-1810). Entre esas cosas también tenían un retrato del General San Martín que fue exhibido en San Juan, una obra pequeña y extraña. La singularidad es que en ella San Martín aparece representado como morocho, con una fisonomía más criolla, que avala algunas teorías que señalan que el Padre de la Patria fue mestizo. Lo que no se sabe es si el cuadro es verdadero o apócrifo. De todos modos, lo interesante es la honestidad y la identificación de ponerlo como personaje americano. También había un retrato de Bolívar, que era amigo de San Martín a tal punto de que en el Museo Histórico hay una miniatura de Bolívar que perteneció a San Martín”. El detalle de lo hallado en el allanamiento es de Gabriel Miremont, museólogo de la Dirección General de Aduanas y un apasionado en la materia.
En la Casa Histórica de Tucumán (llamarla Casa de Tucumán ofende casi de manera mortal a los habitantes de esa provincia), su directora –la historiadora Cecilia Guerra- tampoco puede esconder la alegría por el hallazgo. “Cuando apareció la primera noticia pensamos que se trataba del manuscrito original y nos ilusionamos. Después nos enteramos de que no, de que debemos seguir buscándolo. De todas maneras este descubrimiento es muy importante porque es original de la época, y porque se hicieron solo 1.500 copias, de las cuales no hay tantas dando vueltas. Nosotros tenemos una manuscrita certificada por el escribano que en ese momento labraba las actas notariales. Esa copia tiene validez histórica y la tenemos exhibida, además de los documentos en quechua y aymara que también se imprimieron”.
Se trata de 500 copias en esas lenguas autóctonas que se mandaron a hacer por orden nada menos que de Manuel Belgrano. “Esto habla de la diversidad de las comunidades de la época”, observa Miremont, que ofició de courrier y trasladó la copia en aymara desde el Museo Histórico Nacional a la Casa Histórica, donde está exhibida.
CASUALIDADES QUE NO LO SON TANTO
Más allá de que el hallazgo de nuestra declaración de la Independencia puede ser considerado una casualidad (porque se llega a ella buscando otro documento histórico), hay otra información que se fue develando con el correr de los días y que no es nada casual, sino más bien fruto del estudio, la obsesión y el cotejo de información.
En un primer momento la noticia que se difundió era que el acta recuperada reflejaba la enmienda realizada el 19 de julio de 1816 a pedido de Pedro Medrano en una sesión secreta: el diputado había solicitado agregar que no sólo seríamos independientes del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópolis, sino también de cualquier otra dominación extranjera. Cecilia Guerra, de hecho, asegura: “Lo que se ha encontrado es una de las copias impresas que manda el Congreso a imprimir del Acta con las firmas de los congresales que deciden que se hagan 1500 copias para distribuir a lo largo y a lo ancho de todo el territorio”.
Pero cuando a Miremont le pidieron certificar la autenticidad de ese papel de 42 cm x 30,5 cm se descubrió otro origen que acentúa el valor histórico del documento encontrado. Llamó por teléfono al Museo Histórico Nacional, donde hay otro de los 1.500 documentos. La directora del ex Museo de la Casa Rosada le preguntó cuál era el pie de página del nuevo hallazgo. Y el museólogo de la Aduana respondió: “Imprenta de J.M. de Gandarillas y socios”.
Esa simple rúbrica abrió un nuevo capítulo en el laberinto de la historia.
Manuel José Gandarillas, periodista y tipógrafo, era oriundo de Santiago de Chile, donde había iniciado estudios de abogacía. Fue partidario de la revolución y al ser derrotado el General O’Higgins en Rancagua buscó –al igual que otros militares chilenos- refugio de este lado de la Cordillera acogiéndose al decreto de nuestro país, el número 209 del 15 de abril de 1815 referido a la hospitalidad que debía darse a los emigrados chilenos. Actuó como tipógrafo en el periódico «La Aurora de Chile» con el seudónimo de Andrés Gales y Juan Millas, nombres que unidos formaron el anagrama de Gandarillas. En 1817 la Imprenta de Gandarillas y Socios cambió su nombre por el de Benavente y Cía. pues Gandarillas había retornado a Chile.
Son solo las 189 copias fechadas en agosto de 1816 y ordenadas por Pueyrredón -hoy cada una en sí un original- las que llevan un pie de imprenta de Gandarillas y asociados. Y son solamente 189 por una cuestión de tamaño: en la disposición de la imprenta del chileno solo cabía esa cantidad de papel.
Las 1.500 copias (algunas de ellas están en la Casa Histórica, en el Museo Histórico Nacional o en la AGN) datan de 1833 y –aquí una diferencia central- fueron impresas en la imprenta de César Hipólito Bacle, un litógrafo suizo que supo ilustrar la época y cuya obra magna fueron los llamados peinetones, muy de moda a comienzos del siglo XIX.
En un primer momento se pensó que el documento encontrado correspondía a la imprenta de Bacle, pero el hecho de que sean de Gandarillas la convierten en aún más únicas. Miremont arriesga que no son mucho más que diez las copias que circulan.
El otro dato que se desprende de este lote de 1.500 copias es que en 1833, 17 años después de la fecha fundacional, el original aún era ubicable.
En 1916, cuando se preparaban los festejos del Centenario de la Independencia, el presidente Victorino de la Plaza ordenó la búsqueda del acta manuscrita original, sin suerte. Lo mismo hizo cincuenta años más tarde el presidente Arturo Illia, pero el acta original aún hoy sigue desaparecida.
COLECCIONES PRIVADAS
El hallazgo del acta fue saludado por las máximas autoridades en la materia. De hecho se presentó el documento en sociedad en un acto realizado en la sede de Aduana y encabezado por su director, Guillermo Michel, que contó con la presencia del ministro de Economía y precandidato presidencial Sergio Massa y Carlos Castagneto, titular de AFIP. Mucho más que un protocolo, más bien una declaración de principios.
“La recuperación de este documento no sólo implica hacer cumplir las leyes aduaneras y velar por el patrimonio cultural. También significa un acto de soberanía nacional, de cuidado de la memoria colectiva de nuestra nación —desde el presente y con arraigo en el pasado, de cara al futuro. La pieza es una fuente primaria para la investigación histórica”, indicó Michel.
Massa se expresó en el mismo sentido: “Quiero felicitar a la Aduana porque en algo tan simple y tan importante como encontrar el acta de nuestra Independencia”, y Castagneto agregó: “Cada contrabando que la Aduana detecta es un acto de defensa de nuestra Nación, de nuestra patria; de protección de nuestras reservas”.
Respecto de la memoria histórica, hay un factor que indigna y que duele, que es el comercio de patrimonio cultural mercantilizado y vendido al exterior. “¿Qué cabeza tiene que tener un argentino para sacar este material del país y venderlo? Comerciar con arte no está mal dentro de un marco legal, pero hay cosas que son patrimonio de todos.
La persona que fue detenida no los tenía anunciados para la venta a estos documentos. Y sabía perfectamente con lo que contaba y el valor que esto podía tener. Una vez que fue atrapado y que la noticia cobra la dimensión que tiene que tener, el hombre desliza la intención de donarlos, pero ya es tarde: el accionar irregular está cometido”. La indignación de Gabriel Miremont es palpable, pero también le permite analizar un mal que nos aqueja como sociedad: “Esto deja al descubierto la trama de comercio de patrimonio cultural: en el Norte el problema son las vasijas y los textiles. En el Sur, los fósiles: los huesos de dinosaurio y los huevos de la Patagonia”.
Desde Tucumán, Guerra se suma al análisis: “Puede haber gente que tenga copias en su poder y no lo sepa. Hay coleccionistas que conservan un montón de cosas que luego quedan en espacios privados. Lamentablemente hay muchas más colecciones privadas de las que conocemos y puede que incluso el manuscrito original pertenezca a una de estas. Hoy bregamos por la conservación y para que todo esté en los reservorios oficiales. Hay gente que se ha dedicado a buscar esos tesoros para venderlos”.
Y desde Tucumán anuncian que ya hicieron el pedido formal para que el Acta hallada repose en la Casa Histórica. Será decisión del juez el destino final de semejante pieza histórica.
Dicho está: este hallazgo tiene un enorme valor simbólico, un valor que Miremont logra explicar: “Es la declaración de la Independencia, es lo que nos puso en el mundo como un país par de otras naciones. No somos más colonia de nadie. A partir del 9 de julio de 1816 hablamos con España de par a par, de República a República. Ése es el valor histórico, pero por otro lado tiene valor simbólico: nos plantamos y somos adultos para las buenas y para las malas. Por más que se haya perdido la firma original nunca se volvió atrás de aquello que se firmó y se declaró ese día”.