Por Lucrecia Melcior
Prueba del avance de las nuevas tecnologías para representar la realidad son los simuladores. Simuladores de carreras de autos, motos, camiones. Simuladores de golf. Simuladores de negocios. Hasta simuladores clínico médicos para realizar diagnósticos sobre pacientes virtuales. Y, por supuesto, simuladores de vuelo para pilotar aviones, helicópteros y hasta para simular la caída en paracaidismo.
Para este último caso, Norberto Calvagni, gerente de Vuela, explica que la idea de crear un simulador de caída libre nació con el propósito de recrear la sensación de volar y generar innovación en el área del entretenimiento. “Entre mi hermano Ariel Calvagni, ingeniero aeronáutico; mi papá Lito Calvagni, metalúrgico y piloto comercial y yo, desarrollamos la idea y pudimos inaugurar a fines del 2015”.
Todo ser humano tiene la ilusión de volar. Esta fue la onírica meta que durante siglos encendió la pasión de científicos, artistas, pensadores y también a la familia de Norberto. Inquebrantable obsesión por conquistar el sublime privilegio de las aves. Leonardo Da Vinci, probablemente uno de lo más apasionado por el aire, aplicó todo el poder de su ingenio a fin de diseñar los más diversos artilugios que lo acercaran a la anhelada liviandad de un pájaro. Sin embargo, nunca lo logró. Hoy, aquel sueño una vez imposible, es una realidad con nombre propio que se puede intentar en las instalaciones de Vuela, en la localidad de Gral Rodríguez, provincia de Buenos Aires. Pero no fue tan fácil.
Todo comenzó con la realización de distintas maquetas y varios ensayos a escala para viajar por el fascinante mundo aéreo. Luego se coordinó la fabricación y la puesta en funcionamiento. “Es un túnel de viento de tipo cerrado de 33 metros de altura, equipado en su parte superior con 4 motores eléctricos de alta potencia que generan un flujo de aire ascendente permitiendo que las personas puedan flotar suspendidas en el viento, recreando la sensación de caída libre en un espacio controlado, seguro y supervisado en todo momento por un instructor”, detalla Calvagni.
Sus números avalan la idea de que la gente sueña con volar, pues su equipo compuesto por 10 instructores ayudaron a que más de 80 mil personas experimenten –de manera divertida, segura y emocionante– la libertad de esta disciplina recreativa, apta para toda la familia. “La experiencia de volar consta de tres vuelos por persona. Cada participante realiza tres entradas al simulador en el que están flotando en el aire durante un minuto por vez. Previamente los instructores dan una clase donde les enseña los movimientos y las señas que necesitan aprender para volar y hacen demostraciones de vuelo”, dice Calvagni sobre la aventura que abraza al viento.
A TODA VELOCIDAD
En el libro Arte y computadoras. Del pigmento al bit, de Diego Levis, el autor explica: “El ordenador, a diferencia de una cámara óptica que recoge los trazos luminosos de un modelo material, recrea o crea objetos y escenas a partir de una simulación digital de lo real y lo imaginario. […] La imagen ha servido y sirve de memoria de lo vivido, lo soñado y lo deseado”.
Juan Pablo Bonomo nació en una familia amante del automovilismo (padre múltiple campeón en diferentes categorías) y ese fue el disparador para que su sueño, años más tarde, se convierta en un apasionado negocio. “La clave del éxito es que Cockpit Simuladores no fue pensado como negocio sino como un desafío personal”. Autodidactica, Bonomo cuenta que en 2008 surgió la idea de armar su primer simulador para uso personal, sabiendo que quería hacer algo un poco más profesional de lo que se podía conseguir en ese momento en el país.
Si bien la popularidad de los simuladores de autos de carrera aumenta cuando en la Argentina llegan los software de simulación, especialmente cuando desembarcan los juegos de las categorías argentinas como TC, TC2000, la demanda siempre fue en aumento porque “es un producto profesional”. El socio y creador de Cockpit agrega: “Nuestro simulador en escala real nació de la carrocería de un Top Race (auto real de carrera) y se destaca en el mercado por la calidad del hardware que es la carrocería del auto, porque hoy el software que es el juego se comparte”.
Este modelo utilizado por pilotos profesionales de diferentes partes del mundo está construido con un chasis a medida y tiene todos los comandos reales, hasta una caja secuencial y un volante que genera la misma fuerza que un auto de carrera. “Estás dentro del auto y en el parabrisas y las ventanas tiene una pantalla circular de 7 metros con visión 180 grados donde a través de tres proyectores mapeados que componen una sola imagen se logra tener la escala real de cualquier circuito profesional”, afirma Bonomo.
El fabricante de estos simuladores concuerda con el autor Levis sobre el poder de la imagen. “Nuestra telemetría en tiempo real con la asistencia de un ingeniero permite que el piloto pueda hacer correcciones de manejo en el acto. De esta manera el simulador funciona como una excelente herramienta de entrenamiento para corregir y ajustar en tiempo real”. Además, como no existe el factor de riesgo es más fácil trabajar la concentración del piloto, clave para que se preparen antes de una carrera. También les sirve para conocer los diferentes circuitos porque fueron relevados con GPS reales, al igual que los datos de los otros autos de la competencia. “Todos los equipos de F1 tienen simuladores, porque lo usan para probar cosas, ensayan, realizan pruebas que replican en realidad que después se traslada a la real”, dice Bonomo y sabe que es un paso esencial para entender cómo se comporta el auto.
El mercado de los simuladores crece, por eso el objetivo de Cockpit a corto plazo es tener un simulador de cada categoría, desde uno de karting a Fórmula 1. Hoy, ya llevan más de 1.000 simuladores vendidos con diferentes grados de simulación como el estándar de Turismo para el hogar que tiene todo lo necesario para jugar o el modelo Pro Race que suma detalles más profesionales donde aficionados podrán simular lo que se siente estar arriba de un auto de carrera y con un software adaptado para una experiencia de manejo más amigable.
YARDAS Y YARDAS
Uno puede disfrutar del golf dejando de lado el ejercicio físico al aire libre y en los espacios más impensados, uno puede competir de modo virtual contra algún amigo o contra cualquier profesional del mundo que se elija y, por si esto fuera poco, en renombrados campos de golf, tales como los de San Andrés y Turnberry, en Escocia.
Por ejemplo, en Corea del Sur, el golf virtual se convirtió en un verdadero fenómeno. Durante los últimos años, el número de cafés de golf aumentó de 300 a 2500. Cada día, unas 200.000 personas jugaban golf virtual, seis veces más que en las canchas comunes. Aunque no es casual tratándose de la tercera nación, sólo detrás de Japón y los Estados Unidos, en la escala de los países con mayor innovación tecnológica.
Estos simuladores poseen sensores ópticos que miden con exactitud las referencias necesarias para reflejar en tiempo real el vuelo de la pelota que ha sido impactada sobre una carpeta de césped sintético. La unidad sigue la trayectoria de la cabeza del palo de forma tan precisa que no es necesario ni siquiera usar una pelota. La máquina es capaz de registrar, por ejemplo, el drive más largo o el golpe más cercano a la bandera; de escoger, con un margen ínfimo de error, diversos palos, pelotas y swings, a fin de ayudar al jugador a seleccionar el mejor equipo posible.
De día o de noche, con sol o lluvia, solo o con amigos, desde el driving hasta el hoyo 18, todo puede ocurrir con el golf en una pantalla, espacio en el que realidad y ficción, mente y sentido, se entrelazan sin límites. Lo imaginario seduce en el arte de simular materialidad.