Por Mauro Fulco
43 años y 10 meses. 15.995 días como habitante de la Ciudad de Buenos Aires. Sus calles me resultan familiares, su pavimento está impregnado en mi porteñidad. Después de cada verano, la fantasía de buscar un lugar menos hostil para vivir: un chiringuito en la playa; la Patagonia y sus montañas; cualquier lugar más apacible, aunque sea algo cerquita. Sin tanta prisa, sin tanta urgencia, sin las corridas y el caos. Sin colectivos, bocinazos, semáforos y locura. Una Buenos Aires con más buenos aires.
En esos pensamientos aleatorios, cuando el enojo con lo cotidiano revive feroz, una duda recurrente: ¿qué le ven los turistas a esta metrópoli un tanto desquiciada? Arriesgo: “la ciudad que nunca duerme”, “estamos baratos para el turismo extranjero”, “la gastronomía es de primera”, “la pasión del fútbol en tierra de los campeones del Mundo”, “…el Che, Gardel y Maradona”. Pero el Che era rosarino. Y Maradona bonaerense.
La mejor forma de averiguarlo era descubrir la city con ojos de turista. Despojarse de los prejuicios (más juicios que pre), liberarse del stress cotidiano y tomarse una jornada para sentirse un visitante en su propia casa.
Las últimas cifras oficiales son fresquitas, de 2023. Entre enero y noviembre del año pasado más de 6 millones y medio de turistas visitaron Argentina, generando un ingreso de 4.500 millones de dólares. Y según el informe de la Dirección Nacional de Mercados y Estadísticas del Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación, se esperaban 7.4 millones al llegar diciembre. De esos, 2 millones permanecieron en la Ciudad de Buenos Aires.
AL BONDI
Como porteño reconvertido en turista, la mejor opción para emprender esta aventura era montarse a uno de los buses turísticos que recorren la ciudad. Los colectivos sin techo desde el cual nos sonríen y a veces saludan personas con una cámara o un celular y -sobre todo- una sonrisa enorme en la cara.
Según el Sistema de Inteligencia Turística del gobierno porteño, hasta septiembre del año pasado (últimas cifras oficiales) 314.860 personas habían optado por esta modalidad. El 71 por ciento fueron pasajeros internacionales, y el 29 por ciento restante fueron argentinos. El registro no especifica cuántos de ellos son porteños nacidos, criados y hastiados de su ciudad. Eso sí, de 2023 a 2022 la cantidad de viajantes en estos vehículos se incrementó un 94 por ciento. Así que allá fuimos.
Existen dos recorridos: el amarillo y el rojo. Ambos salen cada media hora y hay puntos de venta de tickets dispuestos en distintos puntos de la ciudad. Como buen porteño, me dirigí hacia el Obelisco, porque -según informa la web oficial turismo.buenosaires.gob, desde allí se puede comenzar la travesía.
Es simple: apenas un stand callejero con un banderín y tres jóvenes que se encargan de vender las bondades del paseo. Como argentino y residente me ofrecen las dos opciones disponibles: el paseo de 24 y el de 48 horas.
El circuito tiene modalidad hop on hop off, que en criollo significa que los pasajeros pueden subir y bajar en cualquier parada del recorrido. 15 mil pesos el boleto que sirve por un día, 18 mil por dos días. Para extranjeros, el precio dolarizado: 25 y 30 billetes verdes.
Carlos Pellegrini y Corrientes es el punto de partida para un recorrido que promete tres horas acompañados de una audioguía disponible en español, inglés, francés, alemán, portugués, italiano, chino, japonés y ruso. En los intervalos, música autóctona. Mucho tango (Gardel, Goyeneche, Julio Sosa y Cacho Castaña) y algo de rock nacional (Almendra, Fito y Charly).
En la fila, un matrimonio brasileño, una familia tipo proveniente de Perú y un grupo de 6 jubilados estadounidenses. Todos vemos llegar al bus amarillo, que viene vacío e intenta estacionar, pero -debido a su altura- voltea las ramas de un árbol y queda atascado. La señora peruana comenta en voz alta: “Nadie nos dijo que se trataría de un viaje 4×4”. Sonrío por cortesía mientras sus hijos ríen con sonoridad y los brasileños se aterran.
Enfrente, sobre la plazoleta del Obelisco, comienza a concentrarse una movilización piquetera, pero los turistas no se percatan. Por ahora.
El coche espera a una pareja de colombianos con un bebito y arranca la marcha. A mi lado, una pareja de venezolanos, delante de mí otra de suecos. Parece la ONU. El piso inferior y el cubículo que queda en la parte delantera del techo están cerrados y con aire. Muchos eligen esa alternativa. Hace calor, y mi fingida pose de turista queda expuesta: no traje agua ni protector solar.
Diagonal Norte, Florida, Plaza de Mayo, el Cabildo y Casa Rosada. Click, click, click. La audioguía describe cada uno de los puntos, pero el tráfico hace su magia y la voz en off se adelanta o se atrasa al destino visitado. Avenida de Mayo: los 36 Billares, el London City y el Tortoni, donde se forma una fila de 30 personas que esperan para ingresar. El colectivo frena: suben 10 compañeros de viaje. Me entero de que esta pintoresca arteria porteña, tantas veces trajinada, es la primera avenida de la ciudad y que fue creada en 1894. Hotel Castelar, Teatro Avenida, Palacio Barolo con su homenaje a la Divina Comedia de Dante. Plaza Congreso, donde el bus frena su marcha 5 segundos para que el pasaje pueda fotografiar la cúpula. En el Palacio Legislativo, que despierta entusiasmo en mis compañeros de viaje, suben 6 más.
Solís, av. Belgrano. Departamento Central de Policía y Parroquia Nuestra Señora de la Rábida. El colectivo se aproxima a 9 de Julio, y unos metros antes de llegar comienza a describir a la Evita que decora el edificio del Ministerio de Desarrollo Social.
Los turistas no entienden y revolean los ojos en busca de la obra. Mientras atraviesa la avenida más ancha del mundo me solidarizo y les indico dónde está.
En la Basílica de Santo Domingo, donde reposan los restos de Belgrano, suben 15 personas. “Ahora viajamos hacia el comienzo del tango, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad”. Sí, vamos para San Telmo.
LA BOCA
El colectivo agarra el Bajo y pasa por debajo de la autopista, donde funcionó el “Club Atlético”, centro clandestino de tortura y detención. La audioguía lo señala y remarca “Memoria, Verdad y Justicia”, pero a los pasajeros desvela otro destino: la República de la Boca, señalizada a través de un conventillo recreado para que los turistas puedan sacarse fotos.
“La Boca es sede de una pasión que nunca se apaga. Solo podría apagarla el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del barrio de La Boca”. Ya está, vamos llegando. Los suecos sonríen y se abrazan cuando les cuentan el origen de los colores Xeneizes. En la Bombonera suben 7 personas más, dos de ellas con merchandising azul y oro, otro con camiseta de la selección. Se vacía más de la mitad del colectivo.
Calle Olavarría, viviendas de chapas coloridas. Quinquela Martín y su enorme legado. Caminito, que desde este techo móvil apenas se vislumbra. Suben 6, bajan 4. En los auriculares suena “El día que me quieras”. Debería sonar -claro- “Caminito”, de Gabino Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto.
Recomiendan medialunas con café con leche en el Bar Británico. Se acerca el mediodía, pero nadie toma la recomendación. Puerto Madero, “el barrio más joven de la ciudad”, donde el Puente de la Mujer se lleva todos los flashazos turísticos. Suben 2, bajan 9. Reserva Ecológica y la gente retrata el edificio Catalinas Norte. Galerías Pacífico (“Hoy es el shopping más distinguido de la ciudad, con murales de Berni y Castagnino. Te recomendamos entrar y mirar para arriba”, dice el locutor).
RETIRO
“Llegamos al barrio de Retiro., que se construyó sobre tierras esclavistas. Hoy es uno de los más lujosos y, en él, aún se distingue la majestuosidad de sus palacios”. En la vereda, piqueteros apiñados que marchan hacia el Ministerio de Capital Humano.
Los turistas no comprenden del todo qué es lo que ocurre. Comienzan a sacar fotos. Algunos incluso se paran sobre los asientos del micro para tener una panorámica de los manifestantes. Vuelan selfies. Mirar piqueteros desde arriba puede ser una experiencia bien porteña.
Una pareja de estadounidenses provenientes de Orlando los saluda. Les devuelven la gentileza. De inmediato, el resto de los pasajeros los imita. Desde abajo, los manifestantes miran al micro y saludan con sonrisas. Es como si supieran que son un atractivo turístico. Aprovechan para gritar “Fuera Milei” y el gesto de dinero: “¡Money, dollars!”.
Rose y Kevin perciben mi localía y preguntan qué ocurre. Intento explicarles. Asienten en forma comprensiva y despotrican contra Donald Trump. Es la segunda vez que vienen a Buenos Aires. En esta ocasión están a punto de embarcarse en un crucero rumbo a la Antártida y no dejan de repetir que tenemos “a wonderful city”. Se maravillan por la cantidad de parques y árboles, por la falta de semáforos (“Allá nos mataríamos entre todos”). Nos ven pujantes: “Es una ciudad viva”, determina ella.
Llegamos a Palermo, y se termina el espejismo. Me despido de los nuevos amigos angloparlantes, tomo el 39 y retomo la vida habitual. 43 años y 10 meses después, un poquito menos de enojo.