Las alturas precordilleranas y las llanuras del sur; las sierras orientales; la imponencia de la Yunga. Todos los rincones de Tucumán guardan un tesoro de agua y frescura para el alivio de los visitantes en verano. Cascadas, diques, ríos; senderos mágicos que los esconden a pocos minutos de la ciudad.
Tapizada de verde, bendecida por la humedad de su tierra y su aire, con lugares donde el agua brota para refrescar a quienes tienen el privilegio de conocerla durante los calurosos meses de verano. Tucumán, puerta de entrada al norte argentino, es un encantador remanso de frescura.
UN REMANSO DE AVENTURA
Muy cerca de su capital, San Miguel de Tucumán, irrumpe el Dique Celestino Gelsi, conocido como El Cadillal, un extenso espejo de agua de 11 kim de largo por 4 de ancho, construido hace poco más de 50 años y enclavado en las Sierras de Medina. Esta región, bendecida por el agua, es un paraíso para los amantes de la aventura y la vida al aire libre. Actividades náuticas como canotaje, windsurf, kitesurf, pesca e inclusos los paseos en barcos por el extenso espejo de agua, encuentran aquí un ambiente fantástico. Rodeado de montañas y con la tupida vegetación selvática de la Yunga enmarcando el dique, la práctica deportiva se convierte en una experiencia inolvidable.
Pero no sólo en el agua está el disfrute. Por los senderos y lugares que rodean el Cadillal, el deporte de aventura se vive a pleno. Mountain bike, canyoning y trekking son las estrellas de este lugar. Recorrer en bicicleta estos senderos verdes y boscosos, suspenderse entre las cascadas de los afluentes del dique o caminar en búsqueda de las cimas de las montañas aledañas son algunas de las posibilidades para conectar con el lugar.
En el Dique también hay una impresionante aerosilla de 600 metros de recorrido que lleva a la cumbre de la Sierra de Medina, desde donde se observa la imponencia del embalse y la vegetación de su entorno. Para culminar esta experiencia imperdible, y a sólo tres kilómetros del dique se accede a la Reserva Natural Aguas Chiquitas, que protege el increíble ecosistema del Bosque de Transición, con especies animales y vegetales únicas y enormes caídas de agua, con cascadas de hasta 40 metros de altura.
Agua, cayendo del cielo
El cerro San Javier, que protege desde el oeste a la capital tucumana, derrama desde sus alturas la dulzura y el frescor de sus aguas. Desde la ciudad se deben recorrer 24 kilómetros hacia el cerro y desde su cumbre se puede explorar maravillosas cascada, una de las más impactantes es la del Río Noque, que corren por las faldas de la montaña.
El paisaje es, simplemente, maravilloso. El sol casi no puede filtrarse en esta cascada debido a la espesa bóveda que forma la vegetación del lugar, creando un ambiente mágico. La humedad se palpa en el aire, como también la frescura del chorro de agua y la pileta natural donde decanta. Llegar a la Cascada de Río Noque es encontrarse con la Yunga en su más cristalina expresión.
La Villa Nougués, un encantador pueblo de la campiña europea enclavado en la Yunga tucumana, ostenta la cascada de Huaico Hondo, otro de los tesoros escondidos de esta provincia. Aunque para acceder a este mágico sitio, hay que realizar una caminata de unos 3 kilómetros de sendero para llegar a este paraíso, pero vale la pena el esfuerzo y así descubrir sus tres saltos de agua, el más pronunciado de ellos con una altura de 16 metros.